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Italia se suma confusa a la mascarilla obligatoria

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Fotografía
Jorge Franganillo

Origen
Flickr

Desde Italia

“Todavía no he entendido si tengo que obligar a mis alumnos a llevar la mascarilla mientras hacemos los ejercicios o si se la pueden quitar”. La maestra de Yoga Daniela Ferretti tiene muchas dudas sobre lo que se puede hacer o no después de que un decreto del Gobierno italiano obligue desde la medianoche del 8 de octubre al uso de la mascarilla tanto en espacios cerrados como en abiertos, en este último caso solo si no se puede mantener la distancia. 

Ferretti imparte sus clases en un espacio pequeño donde caben unas siete personas que respiran durante una hora y media el mismo aire que respira también ella, a pesar de que cumplen con los dos metros de distancia. “Estamos lejos los unos de los otros, pero no tenemos una ventana que podamos abrir para airear la habitación. La única que hay en la sala está a cuatro metros del suelo y se trata de un ventanal que es difícil de abrir. Y aunque consiguiese hacer, nos congelaríamos todos. Se ha de tener en cuenta que el yoga se hace con los pies descalzos, sin calcetines siquiera”.

Que la profesora de yoga aclare sus dudas cuanto antes es importante porque a partir de ahora cualquier persona que incumpla el nuevo decreto podría ser multado y la broma podría llegar a costarle 1.000 euros.

“Me parecen muy bien las sanciones, porque la gente sólo entiende las cosas cuando se les toca el bolsillo”, comenta Ilaria, una maestra. “A nosotros nos han entregado mascarillas para que cada día los niños puedan cambiárselas. Es el Gobierno el que se ha hecho cargo de este gasto para ayudar a las familias. A los maestros esto nos permite tener un control y asegurarnos que los niños están protegidos”. Pero las familias de algunos alumnos prefieren ponerles otros cubrebocas. “Entonces perdemos el control. No sabemos si la mascarilla está homologada, si los niños y nosotros estamos protegidos. Y todo porque la gente quiere elegir si la lleva de color rosa, con dinosaurios o con brillantitos”. 

La mascarilla se ha vuelto una muestra de estatus social en un país donde seguir la moda es importante. “Es un nuevo complemento, como los foulard o los pendientes. Aquí en la terraza los vemos de todos los colores y formas”, cuenta el camarero del bar más céntrico de la ciudad de Fabriano. En esta terraza también están cambiando un poco las cosas. “Intentamos concienciar a la gente de la necesidad de llevar la mascarilla a menos que se esté bebiendo o comiendo. La verdad es que con el nuevo decreto seguramente será más fácil conseguir que se la pongan porque si llega la policía la multa les va directamente a ellos. Pero hoy ha sido un día duro. me siento como un padre que repite siempre lo mismo a sus hijos. Cuando alguien no quiere, es muy difícil convencerle. Hoy incluso me han contestado que si Flavio Briatore [un empresario de 70 años] no ha tenido problemas con la covid, él tampoco iba a tenerlos. Yo creo que la gente ya no sabe qué decir para defender sus ideas absurdas”.

Y es que aunque la pandemia no ha alcanzado en Italia los niveles de España o Francia, el Gobierno ha tenido que tomar medidas más drásticas ante el incremento de los casos. El número de nuevos contagiados fue ayer en Italia de casi 4500.