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La Italia donde el 'Green Pass' sí que tiene efecto

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Daniele ha vuelto de México hace ya una semana y sigue sin poder obtener el Green Pass en Italia porque él, como tantas otras personas que trabajan en el extranjero, se ha vacunado en otro país. En su caso, las dos dosis se las han suministrado en los Estados Unidos, donde la vacuna de Pfizer era la reina cuando en Europa solo se había empezado a vacunar a pacientes de riesgo. Ahora Daniele combate entre números de teléfono —cada día descubre uno nuevo— en los que tras horas de espera nadie sabe ayudarle, y los centros de salud de la pequeña ciudad en la que vive cuando está en Italia, Castiglione in Teverina, cerca de Orvieto. 

Ayer le indicaron un nuevo contacto. "Me han dicho que una mujer de cerca de Roma que se había vacunado en Brasil ha conseguido el Green Pass, pero por ahora no me contestan al número de teléfono que me han dado", dice resignado. La conclusión es que volverá a México en una semana lo más probablemente sin ninguna respuesta y sin haber podido demostrar que, como más de 34 millones de italianos, él también ha cerrado este primer ciclo de vacunas.

En Italia, el Green Pass sirve para poder hacer lo que hoy por hoy se considera una vida normal. Desde el 6 de agosto, por ejemplo, es obligatorio para sentarse en el interior de un bar o restaurante. Se obtiene de 3 maneras: tras haber terminado el ciclo vacunal (válido para los 9 meses siguientes), demostrando haber pasado la covid y estar curado (válido por 6 meses) o realizando un test rápido de detección de antígenos (válido solo por 48 horas).  "Pero si eres cliente de nuestro hotel, te garantizamos que podrás comer sin problemas en nuestros restaurantes. Tenemos muchos espacios al aire libre, pero con este calor entendemos que nuestros huéspedes prefieran comer con el aire acondicionado. Tenemos un equipo que se ocupa 24 horas sobre 24 de desinfectar todas las zonas comunes y aseguramos dos turnos de comida, para evitar en todo momento las aglomeraciones", asegura un hotelero de la zona de Rimini. Siguen atentamente las reglas aunque, como dice, no es fácil visto que cambian todos los días.

"Después de un año y medio, parece que el Gobierno sigue dando palos al aire", se queja uno de los propietarios del bar de la movida de una pequeña ciudad del centro de Italia. "Nosotros hemos decidido cerrar dos semanas, en pleno verano, cuando más turistas tenemos, porque ya no sabíamos cómo explicar a los chicos y chicas que tenían que estar sentados porque si te levantas tienes siempre que llevar la mascarilla incluso en los sitios abiertos, que aunque yo pongo la música tú no puedes bailar, que si te abrazas con una persona a mí me pueden poner una multa... Demasiado riesgo después de un año de cierres, en los que todos hemos perdido tanto. No me iba a pasar un verano discutiendo con los clientes, así que prefiero cerrar y cuando el Gobierno sepa lo que quiere hacer, pues ya veremos...".

"Vamos, que todo tiene una lógica muy lógica", dice con sarcasmo Samanta que trabaja como camarera en el bar de un centro comercial. "Tengo que pedir el Green Pass a todo aquel que se quiera sentar aquí dentro, pero si le sirvo un café a uno que se lo bebe en mi cara, aquí en la barra, nada. Esa persona puede entrar, tomarse lo que quiera sin mascarilla y marcharse habiendo contagiado a todos. Pero el que se sienta, sí, ese tiene que demostrar que tiene un documento que dice que se ha vacunado, no que no es positivo de covid". 

Son las paradojas a las que se enfrenta Samanta todos los días desde hace un año y medio. "Si tuviera algo de lógica yo soy la primera que estaría contenta y tranquila", le responde su jefa, la propietaria del bar. "Imagina, otra paradoja: tengo que pedir los documentos a la gente que viene al bar pero primero tengo que pedirles permiso porque con las leyes de privacidad si una persona no me quiere dar sus datos no está obligada a hacerlo..."

El objetivo del Gobierno es claro: evitar nuevos brotes. Y su miedo son las aglomeraciones. Por eso, tanto a nivel local como nacional prepara un nuevo cambio, con más limitaciones y quién sabe si con un Green Pass todavía más restrictivo. 

Concierto de Manu Chao al que se podía sólo acceder con Green Pass, pero donde no se consiguió evitar que los jóvenes se aglomerasen a pesar del número cerrado

"A mí me parece todo muy bonito sobre el papel. No quiero ser polémica, pero no sabes cuántos turistas vienen todos los días y les tengo que mandar fuera porque no tienen el Green Pass. No porque no estén vacunados o porque no han pasado la covid, como muchos de ellos me comentan. Simplemente no tienen el documento y yo no puedo atenderles. No se pueden perder clientes así porque alguien no ha pensado que los extranjeros quizás no tienen ese documento. Y es obvio que no se van a hacer un test sólo para venir a cenar a mi restaurante". Como Anna, centenares de restauradores se quejan todos los días sin obtener respuesta. Mientras tanto el Green Pass sigue su paso firme con polémicas o sin ellas.