La troika y la vida
¿Hasta qué punto no contribuimos con nuestros estilos de vida a un sistema que criticamos? Un mensaje potente que queda flotando de la Feria de Economía Feminista
Mientras Podemos daba casi por derrumbado este fin de semana “el régimen” de la Transición y hacía sonar tambores de cambio, un nutrido grupo de personas debatía sobre cómo dibujar “una vida vivible” y aprendía de experiencias prácticas que se están llevando a cabo para que no sea el mercado, sino la vida –la humana y la del planeta- el eje de nuestra existencia. La discusión se desarrollaba en el centro autogestionado de Can Batlló, uno de los últimos recintos industriales que se sostienen en pie en Barcelona, y que ha albergado la primera Feria de Economía Feminista.
Pizarras con temas de trabajo durante la Feria de Economía Feminista. FOTO: A.TRILLAS
Por supuesto, no todo el mundo evoca lo mismo cuando piensa en una “vida vivible”. Estamos rodeados de nociones de vida tremendas que se han convertido en hegemónicas. Algo hay que hacer con ellas. No se trata de encontrar recetas cerradas, soluciones fáciles aisladas o liderazgos individuales, advertía al respecto la economista Amaia Pérez Orozco al inaugurar la feria, sino de ensayar a base de prueba y error, en pos de un “horizonte de utopía”. El mensaje de la autora deSubversión feminista de la Economía: aportes para un debate sobre el conflicto capital-vida es necesario porque, sin una utopía colectiva, el tránsito se complica. Y ya estamos en tránsito. “No hablamos de si queremos cambiar el mundo para hacerlo un poco mejor. El cambio se dará sí o sí. Cuando hablamos de crisis no nos referimos a la crisis financiera que arrancó hace siete años, sino de una crisis multidimensional, sistémica, civilizatoria”, tras el derrumbe del modelo actual”, reflexionaba Pérez Orozco. “La cuestión es si gobernamos ese tránsito, porque si no, nos precipitamos hacia el desastre”.
Muchas de las protagonistas de la feria se preguntaban cómo deben relacionarse con una formación emergente como Podemos o con procesos locales como Guanyem. Interpelada al respecto, Amaya Pérez Orozco negó que exista un posicionamiento correcto y salió del aprieto con una respuesta coherente para una economista feminista. “Para mí, el problema es si, en aras de ir demasiado deprisa, en aras de ganar votos, se plantean propuestas que cierran el debate o bien que lo abran”, dijo. A modo de ejemplo, seguramente debemos mejorar la sanidad pública, pero ¿y si reforzándola se refuerza también el actual modelo binarista tan dado a las jerarquías como el capitalismo?
Pero solemos preferir las respuestas fáciles sin matices. Y sobre todo, que nos desresponsabilicen de todo mal. El discurso hegemónico sentencia que hemos estirado más el brazo que la manga, mientras el discurso alternativo pasa por observarnos como si fuéramos meras víctimas de la troika. Es evidente que el nivel de responsabilidad de una trabajadora no puede ser la misma que la del mayor banquero del país, pero Pérez Orozco dejó flotando un interrogante tan obvia como potente: ¿hasta qué punto nuestros propios estilos de vida no nos hacen también cómplices del sistema que criticamos? Ya sea en un reciclado flojo, o teniendo como referencia el consumo y el mercado, aunque sea un mercado social.
Los debates, talleres y charlas de la feria han mostrado hasta qué punto la economía feminista, o el movimiento feminista en sí, van más allá del pensamiento, más allá de la Academia, para construir también desde la acción, desde el despliegue de múltiples experiencias. Y también han subrayado el sentido de abrir vías de contagio y aprendizaje mutuo entre movimientos distintos como el feminismo, el ecologismo, el cooperativismo o la economía social y solidaria en general. Un puñado de minúsculas –o grandes- entidades autogestionadas, asociaciones y cooperativas altamente feminizadas ha podido hacer llegar a las demás qué herramientas y estrategias emplea para tener una vida mejor.