Llevan el agua a su molino
La industria digital está demostrando que es capaz de mantener las redes en funcionamiento en estos momentos de demanda multiplicada, pero al mismo tiempo está presionando para que la regulación de la privacidad se siga posponiendo y los abusos de posición dominante no sean corregidos. De la pandemia saldrá un mundo más digitalizado, pero no resultaría aceptable que eso fuera una imposición ni que los digitalócratas pidan un cheque en blanco.
Es sabido que las crisis muestran lo mejor y lo peor de las personas y de las instituciones. Casi seguro que lo mejor, además del esfuerzo del personal sanitario, sea lo que subyace a las muchas demostraciones de solidaridad organizada por parte de entidades de base. Que, dicho sea de paso, no suelen mencionarse ni agradecerse en la mayoría de los discursos de las autoridades. Con la notable y para muchos inesperada excepción de la intervención de la Reina de Inglaterra en la BBC, modélica en la forma y el fondo (está disponible con subtítulos en castellano en YouTube).
Lo peor son, sin duda, las manifestaciones y actuaciones de quienes utilizan la crisis como una oportunidad para llevar el agua a su molino. Las crisis son como una marea que se retira, dejando al descubierto las piedras que había bajo la superficie (Naomi Klein) y la basura que se había pretendido ocultar y olvidar echándola al mar.
Destacaría el espectáculo lamentable de las disputas entre políticos, que se califican por sí demostrando que les domina más la egolatría que el espíritu de servicio público. Si, como dicen, la madera de un líder se demuestran en tiempos de crisis, descubrimos que unos cuantos de nuestros gobernantes están rellenos, es un decir, de plastilina.
Tampoco sabría qué calificativo aplicar a quienes, por miedo a contagiarse, exigen que no acudan a su domicilio habitual, como si fueran apestados, profesionales sanitarios, empleados de supermercados y otro personal que está al pie del cañón prestando servicios esenciales.
También la industria tecnológica está demostrando su mejor y su peor cara. La mejor es, sin duda, la capacidad de mantener en funcionamiento redes y aplicaciones durante unas semanas en que la demanda se ha multiplicado. Lo peor son los intentos del sector y sus portavoces de aprovechar las circunstancias para consolidar posiciones y prolongar el estado de situación que les ha permitido expandirse durante décadas al margen de la regulación y de los mecanismos democráticos de decisión. Según denuncia el New York Times, los grandes del sector intensifican sus lobbys para conseguir que las urgencias de la crisis y la post-crisis releguen en la agenda la regulación de asuntos como la privacidad o las denuncias sobre prácticas de abusos de posición dominante. Ante quienes proponen una regulación que fragmente sus negocios, alegan que necesitan ser grandes para ayudar a la emergencia. Pero no son ellos quienes combaten la emergencia, sino doctores y personal sanitario. Recursos analógicos.
Algo parecido puede decirse acerca de la petición de Eric Schmidt, ex-CEO de Google, de un reconocimiento a Amazon por el servicio que está prestando durante la crisis. En parte, porque omite mencionar la contribución de centenares de miles de empleados de la empresa. Como también las denuncias de los empleados por falta de medios de protección contra al contagio (que según algunas informaciones se ha detectado en decenas de centros de Amazon en todo el mundo), o la condena de un tribunal francés por el mismo motivo, o los despidos, aduciendo violación del reglamento interno de la empresa, de empleados que abanderaron las denuncias. Omisiones que se entienden mejor cuando Schmidt añade en su alegato que compañías como Amazon son necesarias para proveer servicios y asesoramiento a funcionarios del gobierno que carecen de conocimientos y de sistemas informáticos.
No son los únicos ejemplos. En un artículo en el País, una emprendedora digital sostiene que "esta crisis obliga a dar el salto a lo digital a quienes todavía se resistían". No hay demasiados pasos desde ahí hasta apoyar una dictablanda de lo digital. Es razonable que la new normal sea más digital que antes de la crisis. Pero no resultaría aceptable que fuera una imposición ni que los digitalócratas pidan un cheque en blanco.