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Lo (mal) hecho, hecho está

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El 29 de mayo pasado, Joan Guix anunció que dejaba su cargo de secretario de Salut Pública de Catalunya “por motivos de salud”. Este fin de semana ha sido nombrado su sustituto, Josep Maria Argimon, que suma la nueva responsabilidad a su cargo de director gerente del Institut Català de la Salut, la empresa pública que suministra la mayor parte de los servicios sanitarios al Catsalut. El nombramiento recae, por tanto, en un peso pesado del departamento, lo que pone de manifiesto la importancia que ahora se le da al cargo, al tiempo que muestra el estratosférico fallo que ha supuesto tenerlo vacante durante siete semanas, en plena epidemia de la covid.

Afortunadamente, el Departamento de Salut está rectificando. La primera muestra clara de ello se produjo el jueves pasado cuando de una manera un tanto confusa se anunció que la búsqueda de contagiados por el coronavirus se había decidido reforzarla con 500 personas y que se estaban mejorando los sistemas informáticos. Que el rastreo de nuevos contagiados se estaba haciendo mal era una obviedad desde hacía bastante, pero apenas se había hecho nada para corregir la situación. De hecho, uno de los compromisos para salir del confinamiento y pasar a la anormal nueva normalidad era reforzar el rastreo de nuevos contagiados, algo que no se ha empezado a hacer en serio hasta ahora.

El problema que tiene el Govern es que lo que ha hecho mal en los últimos dos meses se ve ahora en forma de contagios descontrolados, mientras que lo que haga bien a partir de este momento no se apreciará hasta dentro de un tiempo. Al no aprovechar el momento de baja transmisión del virus propiciado por el confinamiento para reforzar todos los mecanismos de detección de los contagios, el Govern le ha perdido la pista al virus en Lleida y su comarca y en el área de Barcelona (como mínimo).

Durante un tiempo, las autoridades sanitarias se han escudado en datos reales para no mejorar los rastreos: el aumento (cierto) de pruebas PCR que dan un resultado negativo y el hecho (también real) de que a más de la mitad de los que han dado positivo se les hizo la prueba antes de manifestar ningún síntoma. Eso es cierto. Pero también lo es que la mediana de contactos que se ha rastreado es muy baja. Cuatro en España (y parece ser menor en Catalunya) cuando en los países que llevan un buen control de la epidemia es de varias decenas.

Una vez se da por hecho que se ha perdido la pista del virus y hay transmisión comunitaria (traducido, contagios descontrolados), no hay más remedio que tomar medidas drásticas. Como no se ha sabido aislar exclusivamente a los contagiados o posibles contagiados, se ha de pasar a aislar al mayor número de ciudadanos posible para cortarle al virus las vías de transmisión. Dicho de otra manera: como las autoridades sanitarias no han hecho bien su trabajo, ahora toca apechugar otra vez al conjunto de la población.

El viernes pasado, el Govern ya decidió, entre otras medidas de impacto social y económico, reducir cualquier reunión a un máximo de 10 personas, además de solicitar encarecidamente a 2,6 millones de habitantes de 13 ciudades del área de Barcelona que no salieran de casa el fin de semana y, en consecuencia, que no viajaran. No se ha hecho mucho caso de la recomendación, dado el notable tráfico de salida de la ciudad.

La portavoz del Govern, Meritxell Budó, dijo literalmente el viernes: “Hacemos una llamada a todos los que han relajado las medidas de protección. Si la tendencia sigue así [el aumento exponencial de contagios], las medidas deberán ser mucho más drásticas. Es la última oportunidad para no dar ese salto”. Sin negar que la relajación ciudadana exista, responsabilizar a los ciudadanos de la situación cuando son las propias autoridades sanitarias las que se han relajado durante semanas es chocante.

Pero aunque sea desde la más profunda indignación, hay que aceptar lo que hay. Si al virus no se le ha sabido controlar con la inteligencia (test y rastreos) habrá que pararlo con la fuerza bruta (confinamientos), además de las conocidas medidas que nos acompañarán permanentemente durante meses o años: mascarilla, distancia entre personas y limpieza de manos. La fuerza bruta, ya lo sabemos, la impone la autoridad pero la sufre el ciudadano.

El epidemiólogo Jacobo Mendioroz, director de la nueva unidad de seguimiento de la covid (cuya creación hace dos semanas fue el primer indicio de que Salut empezaba a desperezarse), ya declaró el sábado en RAC1 que no podía descartarse el confinamiento domiciliario forzoso en el área de Barcelona el próximo fin de semana si se constataba que estos últimos sábado y domingo los barceloneses exportaban el virus a la Costa Brava y la Costa Dorada. “No se puede predecir qué pasará dentro de 4 o 5 días”, dijo. La no exportación de casos será uno de los argumentos de peso que se acaben utilizando, pero la razón de fondo es el aumento exponencial de infecciones que se está produciendo y que ha conducido a una situación peligrosa, como se aprecia en el siguiente gráfico de la ciudad de Barcelona, elaborado por un grupo de seguimiento de la pandemia de la Universidad Politécnica de Catalunya y publicado en su informe del viernes pasado.

La escala vertical indica la media de infecciones que provoca cada contagiado. Por debajo de uno, la epidemia se reduce y por encima, crece. La escala horizontal muestra el número de casos detectados por cada 100.000 habitantes en conjuntos de 14 días. La evolución temporal la marcan los circulitos. Lo que muestra el gráfico es que a partir del 9 de julio se han acelerado los contagios en Barcelona y se ha entrado en el área roja de peligro. Los últimos datos son del martes pasado, día 14. Desde entonces, lo más probable es que la situación haya empeorado.

En resumen, el Govern que cometió el error de no reforzar ampliamente los instrumentos de control de la pandemia no puede ahora cometer el error de no tomar cuanto antes medidas contundentes. Al virus ya hemos visto que no se le puede someter con medias tintas. Son unas medidas que recaen sobre los ciudadanos y que tendremos que cumplir por nuestro propio bien. Es indignante pero es lo que hay.