Solidaridad, lo que queda tras perderlo todo
Desde Italia
La acogida en un abrazo eterno... Para quien no habla el idioma del país donde acaba de aterrizar es seguramente la única manera de mostrar su reconocimiento después de unas semanas que no olvidará jamás y de más de 24 horas en un autobús lleno de refugiados en el que ha viajado de Odesa a Cerreto d'Esi, una localidad en la región de Las Marcas, en Italia.
Natalia aún no ha cumplido los 40 años y tiene dos niños, la mayor de 8 y el pequeño de apenas 6, que miran el mundo con unos ojos enormes. Todo les parece extraño, como nosotros que decimos cosas que no entienden. Sonreímos y ellos también sonríen con timidez. No saben si aceptar el regalo que les entregamos y piden consejo a la madre, que les dice con una voz muy dulce algo en ucraniano. La pequeña se exalta al sacar de su paquete una diadema rosa de princesa. El niño grita al descubrir lo que hay dentro de un huevo: "¡Dinosaurio!", exclama. Por primera vez oímos de su boca una palabra que entendemos.
Nosotros nos miramos emocionados, esperando que al menos durante unos minutos les hayamos hecho olvidar que su padre se ha quedado en Ucrania para luchar por sus derechos y su libertad. Ellos, han podido llegar a Italia literalmente con lo puesto, sin grandes pretensiones salvo poder descansar en un lugar seguro.
Natalia y sus hijos son un caso más de entre las decenas de miles que han llegado a un país para ellos extranjero en estos últimos días. Hay quien recibe a familiares que vivían en Ucrania, como Dolores, cuya hija, crecida en Italia, había decidido volver a Kozyatyn, su ciudad de origen. Allí había conocido a su marido y juntos tienen una niña. Hace dos semanas, cuando se intensificaron los ataques, cogió unas pocas cosas y dejó su casa, su marido y lo que habían construido en común "con la esperanza de volver y encontrar las cosas como las he dejado", comenta, "aunque es quizás una esperanza que no va a realizarse".
En estos días han recibido la solidaridad de todo el vecindario. Todos los días llama alguien a la puerta con una bolsa de ropa o unos juguetes. Hay quien simplemente se presenta con un paquete de pasta o unos dulces, como ha hecho hoy Giuseppina. Lo hace "porque es un momento difícil para todos". Cuenta que no puede acoger a una familia en su casa porque es muy pequeña, "pero al menos hago una pequeña aportación y me siento menos mal", agrega con las lágrimas en los ojos.
Dolores ha podido al menos abrazar a su hija y a su nieta tras semanas de agonía, pegada a la televisión en busca de noticias positivas. Pero hay quien, como Lada, sigue esperando que todo termine. "Mi madre es rusa. Se casó con mi padre, que era ucranio, y aunque él murió hace años ella decidió quedarse allí. Es su casa, su tierra. Hace días que no consigo comunicarme con ella. Es mayor, no tiene familia cerca porque mi hermano tampoco vive allí. Es un sinvivir. Salto cada vez que suena el teléfono".
Las noticias que le llegan no son muy alentadoras para Lada. Teme que su madre haya sido deportada desde el Dombás hacia alguna zona de Rusia, según denuncian algunos alcaldes de la zona como Vadym Boicjenko, que hace unos días hablaba de miles de deportaciones, "como hicieron los nazis durante la Segunda Guerra Mundial".
"¿Sabes qué es lo peor?", nos pregunta Lada sin esperar una respuesta, "que yo me siento tanto rusa como ucraniana. Soy las dos cosas, no me puedes quitar eso. Y eso es lo que nos quiere quitar Putín. Todos los que hemos vivido o crecido en esa zona tenemos familiares en los dos lados. Somos hermanos, pero tenemos nuestras pequeñas diferencias. No nos odiamos, queremos vivir en paz, queremos abrazarnos, querernos, compartir. El odio está lejos de nuestra mente. El odio lo han inventado en una mesa redonda que está lejos de nuestra realidad, de nuestra vida. ¿Qué tenemos que hacer para que Putin entienda que no queremos la guerra, que no hay ganadores y perdedores entre hermanos?".