Todos deberemos llevar mascarilla
Fernando Simón plantea el uso generalizado de la protección facial para evitar la prolongación del confinamiento. España se suma así a un hábito que se ha impuesto en numerosos países asiáticos y empieza a extenderse en Centroeuropa.
El uso de mascarillas por parte de la población sana está cada vez menos en discusión. La medida, acordada en un creciente número de países, ha llegado a España. Fernando Simón, director del Centro de Coordinación de Alertas y Emergencias Sanitarias del Ministerio de Sanidad, ha comentado hoy que deberá generalizarse el uso de esa prenda para evitar la prolongación del confinamiento. “Podemos mantener las actuales medidas o podemos aprender de otras sociedades como la japonesa para utilizar equipos de protección personal a medida que estén disponibles en grandes cantidades y reducir los contactos de riesgo”, ha argumentado.
España se suma así a un grupo de países occidentales que han empezado a apostar por el uso generalizado de mascarillas, como ya se hace en Asia. El Gobierno de Austria ha decidido distribuir millones de ellas de forma gratuita a la entrada de supermercados y farmacias; Alemania estudia empezar a hacer lo mismo en los próximos días. La Administración de EEUU ha accedido a la propuesta de sus Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) y ha decidido promover el uso social generalizado de mascarillas. Estos países se unen a los que ya lo hacían, como China, Japón, Corea del Sur y un buen número de países asiáticos, así como las europeas República Checa, Eslovaquia y Bosnia-Herzegovina.
El pronunciamiento del mundo científico al respecto se va decantando en esta dirección: la mascarilla es una buena protección para los ciudadanos que están sanos, o creen estarlo, que han de salir a comprar alimentos o a la farmacia, y aún lo será de forma más clara en el momento en que los gobiernos procedan a suavizar, poco a poco, los confinamientos. La incógnita que ahora se abre paso alude a si la industria de cada país será capaz de producir en pocos días los millones de mascarillas que tal demanda masiva exigirá.
Al igual que ya ocurre en oriente, los ciudadanos occidentales van a tener que acostumbrarse a incorporar esa ¿prenda? o protección facial durante un tiempo prolongado, indefinido, al salir a la calle. Sea quirúrgica de farmacia, o de confección casera, la mascarilla será probablemente durante meses un requisito que se exigirá a los ciudadanos para salir al exterior, ir a la compra o pasear, y aún más si se dirigen a una gran superficie comercial, un centro sanitario u otro lugar concurrido.
Si se trata de una mascarilla quirúrgica, las más habituales, ideadas para evitar que los cirujanos o el personal de enfermería que asisten en un quirófano transmitan microbios respiratorios al paciente que está en la mesa de operaciones, el beneficio es obvio: impedirán que las personas que están infectadas por el SARS-CoV-2 pero aún lo desconocen contagien a otros al hablar. En caso de que la mascarilla sea de elaboración casera, hecha a conciencia —doble capa de tela con una tercera añadida entre las dos primeras— el portador, además, frenará con ella frente a su rostro las microgotas de saliva que lancen eventuales enfermos que se encuentren en su entorno o en la calle, a menos de un metro de distancia.
En ninguno de estos ejemplos la mascarilla impediría que virus causantes de la covid-19 esparcidos en el aire a modo de aerosol —partículas inferiores a cinco micrómetros, la mitad de tamaño que las microgotas citadas— lograran filtrarse. Pero sí detendrían al resto y, dado que todavía no existe una vacuna, cualquier protección suma. El director de los Centros de Control y Prevención de Enfermedades (CDC) del Gobierno de EEUU, Robert Redfield, se muestra también a favor del uso social de mascarillas. El pronunciamiento de Redfield, que asegura que de esa forma se evitarán contagios, ha decidido finalmente al Gobierno de Donald Trump.
La Organización Mundial de la Salud (OMS), en cambio, no ha modificado aún su posición de que únicamente el personal sanitario y los cuidadores de enfermos de la covid-19 deben utilizar mascarillas, ya que, consideran sus responsables, es improbable que los aerosoles que contengan el virus se encuentren en ambientes donde no convivan infectados. En este pronunciamiento sigue pesando la escasez general de mascarillas y el temor de que escaseen para quienes utilizarlas es una cuestión vital. La opinión de la OMS, ha matizado su director, Tedros Adhanom, evoluciona a diario a medida que lo hace la pandemia.
Quienes más experiencia tienen sobre esta infección vírica, los científicos chinos, no dudan de la eficacia de las mascarillas de uso social masivo, un recurso que encabeza lo que denominan estrategias no farmacológicas. El doctor George Gao, director de los centros de salud pública de China, afirma que “la distancia social” es el paradigma fundamental en el control de todas las enfermedades infecciosas, y mucho más, ha dicho, en el caso de las de transmisión respiratoria. Así lo recoge la revista científica Science. “Mientras no dispongamos de un inhibidor específico para el SARS-CoV-2, un fármaco eficaz, ni una vacuna, la distancia social y el uso de mascarillas son fundamentales —asegura Gao—. En segundo lugar, es preciso aislar a los enfermos, y en tercer lugar, fijar cuarentenas para los contactos de los enfermos”.
En opinión de Gao, el gran “error” cometido en Europa y EEUU ha sido precisamente no establecer el uso generalizado de mascarillas entre la población. “Este virus se transmite a través de la respiración, de persona a persona —precisa—. Esas gotas diminutas juegan un papel importantísimo en la extensión de la infección”.
Otro elemento omnipresente en China que no se ha introducido aún en occidente es el uso del termómetro: la toma generalizada de la temperatura como forma de disponer de otro dato indicativo de infección, aunque no todos los contagiados desarrollen fiebre en el inicio del proceso. En España también escasean los termómetros. El doctor Gao insiste en que el SARS-CoV-2 es un virus en evolución que, en su opinión, puede ser menos sensible a las altas temperaturas ambientales o a la humedad de lo que en un principio se supuso. Gao se declara a la espera del resultado de los estudios en curso.
Estas recomendaciones chocan de momento con la dificultad de conseguir mascarillas de venta en farmacias o en otros comercios. La alternativa que más se extiende en consecuencia es la elaboración casera, para lo cual existen numerosas propuestas en internet. Porque no sirve cualquier telita doblada que tape la nariz y la boca. Confeccionar una mascarilla casera lleva su tiempo, y exige cumplir con unas normas básicas: que esté compuesta por al menos dos capas en forma de sobre de carta, que en su interior contendrá una tercera, o incluso una cuarta. Sobre ellas se deberá aplicar un pespunteado trazado en líneas paralelas, que reforzará la unión de esas tres o cuatro franjas de tela superpuestas.
Foto portada: Patrice Calatayu, flickr