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Trump apura sus bazas

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Fotografía
Gage Skidmore

Origen
Flickr

El pasado 7 de noviembre, el demócrata Joe Biden fue reconocido por los medios de comunicación como ganador en las elecciones presidenciales de EE UU, y este hecho abre una nueva etapa. Se ha entrado en un complejo y tenso traspaso de poderes que debe culminar el 20 de enero de 2021. El todavía inquilino de La Casa Blanca, Donald Trump, no está dispuesto a tirar la toalla. Muy al contrario, ya ha puesto en práctica un ambicioso plan de muchos millones de dólares para gestionar y cubrir los gastos de un ejército de abogados, investigadores, analistas y técnicos de numerosas especialidades que tratan de demostrar que ha habido fraude. Tiene hasta el 8 de diciembre para intentarlo.

Una semana después de las elecciones no han sido muchos los republicanos distinguidos que se han atrevido a felicitar a Biden públicamente, y menos aún a criticar a su todavía jefe. Además del expresidente George W. Bush, que es intocable, un puñado de senadores valientes han dado ese paso. Entre ellos figuran Chris Coons, de Delaware; Mitt Romney, de Utah; Lisa Murkowski, de Alaska; Ben Sasse, de Nebraska, y Susan Collins, de Maine.

Da la sensación de que otros muchos están a la espera de acontecimientos o están intimidados por Trump, como ha afirmado al diario The Independent el senador Coons, amigo personal del presidente electo, quien afirma que son muchas las felicitaciones que ha recibido para transmitir a Biden de republicanos destacados que no se atreven a desafiar al actual presidente en funciones. Un puñado de distinguidos altos cargos fue más lejos. Se atrevieron a criticar claramente al quien todavía es su jefe, pero esa atrevida actitud fue cortada de cuajo por Mitch McConnell, líder de la mayoría en el Senado, que salió airadamente en defensa de Trump.

En cuanto al aún presidente, cualquier cosa antes que salir con dignidad de la Casa Blanca. Pese a sus baladronadas triunfalistas, lleva meses preparándose para esta situación y está desplegando actividades a tres niveles: acciones para revertir el resultado provisional de las urnas, impulso a las protestas callejeras de sus partidarios y movimientos para asegurarse el control del Partido Republicano.

 

1. La elección formal

La fórmula para la elección presidencial estadounidense establece que los ciudadanos de cada Estado señalan a los delegados del Colegio Electoral, denominados compromisarios, quiénes son los candidatos de su preferencia para desempeñar los cargos de presidente y vicepresidente. Y son los compromisarios los que eligen formalmente a ambos. Lo normal es que estos grandes electores cumplan el mandato de los ciudadanos y de los jefes de sus partidos, pero legalmente no están obligados a hacerlo y, en ocasiones contadas, no lo han hecho. 

En la historia del país ha ocurrido nueve veces, aunque en ninguna de ellas el cambio de voto consiguió desviar la elección. Pero en una contienda muy reñida podría tener consecuencias. Solo tenemos que recordar nuestra propia experiencia: el Tamayazo. La traición de dos diputados impidió a la izquierda gobernar la Comunidad de Madrid en el año 2003. El margen de votos electorales a favor de Biden es alto y pone difícil el recurso al soborno para cambiar la fidelidad de los compromisarios. Salvo que las alegaciones de los abogados de Trump surtieran efecto en algún Estado y el margen se estrechase.

El caso más relevante de cambio de votos ha sido el que protagonizó el candidato a vicepresidente Richard M. Johnson en 1836. Johnson formaba equipo con Martin Van Buren, quien ganó la presidencia holgadamente, tanto en voto popular como electoral. Johnson fue rechazado por 23 electores de Virginia, todos ellos miembros de su propio partido: el demócrata-republicano. Las razones que adujeron fue un oscuro relato sobre la guerra angloestadounidense de 1812, pero según los archivos de la ONG Fair Vote (Voto Justo), el verdadero motivo fue que tenía hijos con una mujer negra. El asunto se resolvió en el Senado, que dio el visto bueno al candidato a vicepresidente.

En el caso muy improbable de que en una elección presidencial ninguno de los dos candidatos alcanzara los 270 votos, la Cámara de Representantes designaría al presidente y el Senado al vicepresidente. Eso fue lo que ocurrió en 1824, cuando John Quincy Adams fue escogido por la Cámara de Representantes porque ningún candidato había obtenido la mayoría de los votos en el Colegio Electoral. Y aunque un empate parece casi imposible, ocurrió una vez, en 1800, cuando Thomas Jefferson y Aaron Burr obtuvieron el mismo número de votos y la Cámara se inclinó por Jefferson.

 

2. Presión en la calle 

Amparándose en la Segunda Enmienda de la Constitución y en la tolerancia emanada de la Casa Blanca durante los pasados cuatro años, los grupos paramilitares defensores de la supremacía blanca están viviendo una segunda edad de oro en EE UU. Visten ropa de combate, exhiben armas de guerra sofisticadas y utilizan lenguaje militar. Dicen defender la Constitución, aunque sólo insisten en dos aspectos: el derecho a portar armas y la libertad de expresión para difundir su mensaje político. En su mayor parte descienden del Ku Klux Klan y casan bien con la parafernalia nazi, pero han ampliado la lista de sus enemigos. A los negros, sus principales objetivos, se unen latinos, judíos, musulmanes, orientales, mujeres emancipadas y colectivos LGTB.

Es difícil establecer cifras, porque varían mucho de unas fuentes a otras, pero se ha constatado su presencia en 33 Estados. La organización Southern Poverty Law Center afirma que al menos hay 623 grupos, de los cuales 165 forman milicias y están fuertemente armados. Los denomina grupos de odio. Mientras, el experto Mark Pitcavage, de la Liga Antidifamación, calcula que solo el conocido como Three Percenters (en alusión al 3% de colonos que se rebelaron contra el rey inglés) cuenta con unos 10.000 seguidores. El director del FBI, Christopher Wray, advirtió recientemente al Congreso del peligro que representan esos grupos y precisó que se registran anualmente en el país al menos un millar de acciones racistas, consideradas como actos de terrorismo interno.

Frente a los variados grupos de supremacistas armados blancos hay dos organizaciones impulsadas por minorías de color que resultan amenazantes: los Nuevos Panteras Negras para la Autodefensa y la Coalición No Jodas (Not Fucking Around Coalition o NFAC). El primero, pese a su nombre, no tiene nada que ver con su homónimo histórico dirigido por Bobby Seale, que actuó entre los años 1966 y 1982. Tanto la Liga Antidifamación como el Southern Poverty Law Center lo consideran un grupo de odio.

El NFAC es una organización poco convencional. Fundado por el rapero y ex candidato independiente a las presidenciales de 2016 John Jay Fitzgerald Johnson, está formado mayoritariamente por exmilitares y expolicías, que poseen buena preparación física y técnica. Su objetivo es la creación de un Estado negro que albergue a la población de color, un objetivo similar al que en su día desembocó en la creación de Liberia. Como descendientes de africanos que llegaron a EE UU por la trata de esclavos, se consideran presos políticos y exigen una parte de Texas o de cualquier otro lugar donde recuperar su independencia.

Hicieron su aparición pública el pasado mes de julio en Stone Mountain Park, en Georgia, cuando unos 200 miembros desfilaron armados y completamente vestidos de negro para exigir la retirada de varias estatuas de héroes confederados.

Estos grupos violentos no tienen nada que ver con los centenares de miles de manifestantes pacíficos que en los últimos meses han salido a la calle para protestar contra la violencia policial, por un lado, o a favor de Trump, por el otro.

 

3. Momento decisivo para el Partido Republicano

La relación entre Donald Trump y el Partido Republicano han sido siempre atípicas y sorprendentes. Nunca formó parte de la organización pero mantenía lazos personales con algunos de sus dirigentes que fueron capaces de apreciar el gancho populista que tenía su extravagante personalidad. Y llegó en el momento justo, cuando la organización carecía de un claro candidato presidenciable. Así que Trump se impuso entre los aspirantes al cargo y ganó con el sello republicano la presidencia en 2016

El magnate neoyorquino entró arrasando y le dejaron hacer porque creyeron que les convenía, pero en cuatro años ha fagocitado literalmente al viejo partido. Las destituciones de altos cargos que no le ofrecían fe ciega y pleitesía, anunciadas muchas veces desde su cuenta de Twitter, han sido constantes durante sus cuatro años de mandato y aún no han cesado: la lista es larga y se acaba de enriquecer con el despido del secretario de Defensa, Mark Esper. La confrontación con dirigentes del partido ha sido tan fuerte que algunas personalidades notables, tras abandonar la formación, se organizaron en plataformas como el Lincoln Project para reivindicar su condición republicana y denunciar los desmanes de Trump. Al final incluso pidieron el voto para Biden.

En plena noche electoral ha sido significativo el papel de Fox News, la cadena informativa de televisión de Rupert Murdoch. Fox fue una pieza clave de la victoria de Trump en 2016 y ha sido el altavoz más relevante de la política trumpista y de las acciones presidenciales. La noche del martes 3, para desesperación de la familia Trump, hubo momentos en que las estimaciones sobre la mejor posición de Biden fueron avanzadas en primer lugar por Fox. Al día siguiente, en la comparecencia de Trump denunciando el supuesto fraude, no cortaron la transmisión como hicieron otras televisiones, pero al terminar puntualizaron que las afirmaciones del presidente eran falsas. La cadena mantiene su discurso conservador a ultranza, pero respetando la "presunción de inocencia" del recuento de votos tras rechazar públicamente la versión de Trump.

En las filas republicanas se produjo un cierto desconcierto cuando Joe Biden empezó a sobrepasar a Trump en los Estados más disputados. La fidelidad acomodaticia de los últimos tiempos sufrió un duro golpe cuando el presidente perdió los estribos y comenzó a lanzar amenazas y exigencias de ruptura de la legalidad. Ante esa situación, algunos dirigentes destacados se permitieron criticar la actitud presidencial. 

Mike Pence, actual vicepresidente y portavoz oficioso del partido fue de los primeros en criticar al presidente, aunque de forma muy suave: "Debemos proteger la integridad de la votación", dijo. A su vez, el exgobernador de Arkansas, Mike Huckabee, declaró de forma más contundente: "Si el presidente pierde, pues pierde. Aquí se gana con votos, no con balas". Rob Portman, senador por Ohio, añadió: "Tenemos que respetar el proceso y asegurarnos de que se cuenten todas las papeletas depositadas, de acuerdo con las leyes del Estado. Es así de simple". "Tardar días en contar votos no es fraude", añadió Marco Rubio, de Florida. Pero los más duros fueron los parlamentarios Adam Kinzinger, de Illinois, y Denver Riggelman, de Virginia.

"Basta. Punto. Basta. No podemos minar nuestra propia integridad electoral con comentarios como estos que pueden incitar a la violencia", dijo Kinzinger. "He jurado defender este país y luchar por los ideales democráticos que representa. Contemos todos los votos, sí, pero basta de decir tonterías señor presidente. Y respete el proceso democrático que realmente hace grande a América", añadió Riggelman. 

Las críticas se sucedieron hasta que el domingo, cinco días después de la jornada electoral, Mitch McConnell, líder de la mayoría republicana en el Senado, cortó de cuajo esas veleidades. "Nada de sermonear al presidente. Está en su derecho al 100% de examinar las acusaciones de irregularidades y sopesar las acciones legales", afirmó rotundo. Su sugerencia fue tomada como una orden, porque acalló el goteo de críticas de sus correligionarios.

Trump exhibe su récord de 72 millones de votos logrados el martes en las urnas (aunque Biden logró 77) para exigir fidelidad a los dirigentes republicanos y máximo apoyo a sus intentos de permanecer en la Casa Blanca. Las tensiones internas van a ser muy fuertes en las próximas semanas, en las que el Partido Republicano tendrá que redefinir su relación con un líder veleidoso, arrogante y políticamente peligroso, pero capaz de aportar para sus siglas un enorme botín de sufragios. El mayor de su historia.