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Agroecología: ¿al lado de o alternativa a la agricultura más convencional?

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Fotografía
Xevi Casas

Origen
Flickr

Una de las razones por la que me hice socio de Alternativas Económicas fue mi convicción de que el debate sobre las políticas económicas desde posiciones progresistas es, más que necesario, indispensable. Marta Soler Montiel, desde la Universidad de Sevilla, ha publicado en este blog un excelente artículo discrepando de las tesis que defendía en un artículo anterior mío. Aconsejo al sufrido lector que no lo haya leído que lo haga, porque está bien construido y argumentado. Aquí únicamente voy a subrayar algunos de los puntos más interesantes.

Sostiene Marta Soler que necesitamos repensar críticamente los costes de la orientación exportadora de nuestra agricultura, en contra de lo que yo habría defendido en mi artículo.  Explica, entre otros asuntos, que “deberíamos empezar a comprender que la defensa de la orientación exportadora de nuestra agricultura no es una solución, sino un círculo vicioso que nos debilita: invertir en profundizar la mecanización y la digitalización implica nuevos costes para aumentar aún más producciones que generan nuevas reducciones de precios pese a los intentos de diferenciación en calidad”.

Subraya primero algunas de las consecuencias que identifica del modelo exportador: entre otros, excedentes, reducción del empleo, degradación de las condiciones laborales, consumo de energía y agotamiento de los acuíferos. A continuación, destaca la necesidad de “repensar nuestro sistema agroalimentario” y se pregunta: ¿No tendría más sentido mantener e incluso aumentar el número de fincas, reduciendo la escala, defender el empleo agroganadero, eliminar excedentes y orientar las producciones prioritariamente a los mercados locales con criterios de calidad, sostenibilidad y justicia social?”.

Empezaba mi artículo señalando que “han surgido distintas voces, algunas de las cuales proponen soluciones simplistas que conviene ponderar. Una de ellas es la que reclama la necesidad de abandonar la agricultura que llaman industrial, para favorecer en nombre de la soberanía alimentaria a los circuitos cortos de comercialización, las ventas directas, los sistemas agrarios territoriales”. Seguía, lo que no parece ser muy consecuente con un defensor de la agricultura de exportación, afirmando que “estos, sin duda, forman parte de la solución: reconstruyen lazos perdidos entre los consumidores y los productores, dinamizan la economía local, favorecen el mantenimiento (e incluso la emergencia) de agricultores familiares, pueden tener un impacto medioambiental positivo, aseguran el frescor de los productos, lo que impacta en su calidad y sabor”.

Es verdad que subrayé la importante contribución exportadora de la agricultura actual, con un excedente de la balanza de pagos alimentaria del orden de 14.000 millones de euros en el año 2019. Pero también dije que “por supuesto que esta situación tiene sus sombras, como puede ser el monocultivo olivarero en Jaén; la insuficiente organización comercial de los productores que debilita su posición en la cadena alimentaria; la total dependencia del transporte por carretera; los problemas de coexistencia entre las macrogranjas y algunos habitantes de la España vaciada; la necesidad de promover un alto nivel de bienestar animal en nuestras granjas”.

 

El papel de la agricultura agroecológica

No estando ni mucho menos opuesto a la agroecología (de hecho, es una de mis líneas de investigación), ¿dónde está entonces el centro del debate? Nuestro debate no es agroecología sí o no, sino el papel que la agricultura agroecológica va a desempeñar en la Europa y la España del futuro. Tuve la misma sensación en varios encuentros recientes en los que participé. Estábamos de acuerdo en lo que había que proponer a corto plazo: la necesidad de un salto de escala que permita el desarrollo de esta agricultura; el papel de las compras públicas en este proceso; la necesidad de abordar los problemas logísticos que limitan su desarrollo; la dificultad de acompasar el ritmo de desarrollo de la demanda y de la oferta…

Pero, a largo plazo, Marta Soler escribe que “este es el sector agroalimentario que necesitamos”. Yo respondo que “este es un de los sectores agroalimentarios que necesitamos”. Estoy convencido de que la agricultura de proximidad y los sistemas alimentarios territorializados no van a (ni deben) sustituir completamente a la agricultura actual, y esto por varias razones que voy a intentar explicitar a continuación. He usado la expresión agricultura “actual”, y no la de “convencional” o “intensiva”, para abarcar un conjunto de agriculturas diversas como son la agricultura convencional la integrada, la extensiva y la ecológica.

España es el primer Estado miembro productor de productos ecológicos. Nuestros productores han tenido que buscar fuera, en particular en Alemania, los consumidores que no encontraban aquí.

España es la huerta de invierno de Europa. Los productores de invernaderos permiten a los consumidores del norte de Europa disfrutar de una alimentación variada y de calidad. Lo de “5 frutas y hortalizas al día” es para todos. Habiendo vivido 30 años en Bélgica, les aseguro que en invierno no se consigue sobrevivir consumiendo únicamente coles. Eso sí, col-repollo, col de Bruselas, coliflor… Como me dijo un amigo finlandés, para él los cítricos de proximidad son los valencianos.

España produce, más o menos, la mitad del aceite de oliva mundial. Los cardiólogos y nutricionistas de todo el mundo reconocen el interés de la dieta mediterránea y del aceite de oliva en una dieta sana.  ¿Queremos renunciar a ofrecer a los ciudadanos de EEUU una alternativa a la mantequilla de cacahuete y a los del norte de Europa la mantequilla y la manteca de cerdo?

A mi juicio, una política agraria, alimentaria y territorial progresista y moderna tiene que, además de apoyar los sistemas alimentarios territorializados, promover para todos las agriculturas prácticas sostenibles desde el punto de vista del medio ambiente (agua, residuos, erosión…), el respeto a los derechos de los trabajadores, el bienestar animal y el transporte intermodal que ponga coto al actual monopolio del camión. Tiene que impulsar el reciclaje y la reutilización, en particular de los envases y embalajes; la ganadería extensiva como la mejor manera de conservar un patrimonio natural de gran valor y en peligro; la lucha contra el desperdicio alimentario en las distintas fases del proceso de comercialización.

 

La necesaria organización

Estamos viviendo una revolución tecnológica, con el uso de los satélites, la teledetección, los drones y el Big Data. Me decía un amigo genetista que hay más tecnología hoy en un tomate que en un teléfono móvil, afirmación que no estoy en estado de comprobar. Lo que sí sé es que la investigación ha estado centrada en aumentar la productividad de las plantas durante décadas, pero que su prioridad ha cambiado recientemente. Hoy encuentro en mi tienda tomates con sabor, peras sabrosas, sandías y clementinas sin pepitas que los niños pueden disfrutar sin problemas.

Una política agraria, alimentaria y territorial progresista y moderna debería tener como sujeto principal la explotación agraria familiar (que no es la explotación de la familia agraria), aquella cuyas decisiones se toman en torno a la mesa de la cocina y no la del consejo de administración. El reto es cómo conseguir que los agricultores familiares sean actores de primer orden de la Agricultura 4.0, y esto se consigue promoviendo la organización de los productores en cooperativas y asociaciones.

Una política agraria, alimentaria y territorial progresista y moderna debe trabajar para conseguir una cadena alimentaria creadora de valor y una distribución equitativa de este valor entre todos sus actores. Esto se llama también organización de los productores e interprofesiones. Parafraseando a Carlos Marx en el Manifiesto Comunista, el futuro de los productores está en sus propias manos.

 

La oportunidad de los planes estratégicos

La nueva Política Agraria Común (PAC) que entrará en vigor a lo largo de esta década incorpora como gran novedad la elaboración y negociación de un Plan Estratégico que marque las prioridades, los objetivos a alcanzar y las acciones a realizar en los próximos años. No hay buenos vientos para el marino que no sabe a dónde se dirige. La Comisión Europea nos obliga, felizmente, a imaginar y consensuar el futuro. Es una oportunidad que exige integrar las distintas políticas que impactan sobre el territorio, el medio rural y la agricultura, un poco en la línea de la desgraciadamente olvidada ley para el desarrollo sostenible del medio rural del 2007.

No podremos ya recurrir a esto tan socorrido de “la culpa es de Bruselas”. Tendremos medios para llevar a cabo nuestras políticas. ¡A trabajar toca!