En tierra de nadie (que era de alguien)
Entre 2000 y 2013 se vendieron a grandes corporaciones unos 33 millones de hectáreas, el equivalente a la superficie de Roma, cada doce días.
Indígenas del Valle de Polochic (Guatemala) en el momento en que se destruyen algunas de sus casas. FOTO: CUC/OXFAM INTERMÓN
“Las catorce comunidades desalojadas del Valle de Polochic (Guatemala) ya no tenemos miedo”, decía en agosto de 2013 Candelaria, una indígena guatemalteca a la relatora de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. “Si el Gobierno no cumple y no nos devuelve tierras, nosotros mismos iremos a recuperarlas”.
Candelaria es una de las integrantes de las 769 familias que en 2011 fueron desalojadas violentamente de sus casas por las fuerzas de seguridad privada de la empresa guatemalteca Chawil Utz’aj. El atentado dejó un saldo de tres muertos, muchos conflictos sociales y personas destrozadas. La empresa había adquirido un préstamo (que hasta ahora no ha devuelto) de 26 millones de dólares al Banco Centroamericano de Integración Económica para comprar terrenos ofrecidos por el Gobierno guatemalteco y producir biocombustible.
La historia del Valle de Polochic es solo un reflejo de los miles de casos de acaparamiento de tierras que, con la connivencia de gobiernos y organismos internacionales, han ido en un incesable aumento.
La International Land Coalition, una alianza de 152 entidades de la sociedad civil y agencias intergubernamentales de más de 56 países, intenta sistematizar la información. Según Oxfam-Intermon, que forma parte de la coalición, unos 33 millones de hectáreas han sido adquiridos por inversores en los países pobres entre 2000 y 2013; “es decir, la superficie de Roma cada doce días. En una década, una extensión de terreno del tamaño de Italia”.
Cuando se cumplen treinta años de la creación del Movimiento de los Sin Tierra y al inicio del Año Internacional de la Agricultura Familiar de la ONU, la adquisición de tierras por grandes corporaciones está siendo fomentada por el Banco Mundial. Comenzó a hacerlo después del aumento del precio de los alimentos en 2007 y la consecuente crisis de la alimentación.
LAS RAZONES DEL BANCO MUNDIAL
“Si se pueden mejorar la tecnología, la infraestructura y las instituciones, una mayor demanda global por los bienes básicos agrícolas puede aportar grandes beneficios a los productores y los países”, señala el último informe del Banco Mundial, de 2011, “Un interés creciente en tierras de cultivo. ¿puede ser sostenible y con beneficios justos?”.
El informe hace un recuento de tierra aparentemente libre, fértil y sin cultivar, en el mundo, que pudiera servir como granero de la humanidad. El mismo banco financia la inversión.
“El problema de las hectáreas contabilizadas es que no existe un análisis de lo que hay realmente en los sitios”, objeta Lourdes Benavides, especialista de Oxfam-Intermon. “Lo cierto es que esas tierras no están desocupadas. En muchos de esos lugares hay comunidades que viven allí desde hace siglos, sin ningún tipo de reconocimiento formal. No se les reconocen sus derechos y están totalmente desprotegidas. El Banco Mundial no profundiza en estudios sociales ni ambientales que deberían ser obligatorios”.
“Van en dirección contraria”, agrega Henk Hobbelink, de la organización internacional Grain, que apoya a campesinos en sus luchas por la soberanía alimentaria. “En los cinco años que venimos siguiendo el asunto no hay un solo impacto positivo”.
Los gobiernos venden a grandes inversores terrenos donde vive gente hace siglos
El Banco Mundial defiende las inversiones para producir más cantidad de alimentos
Existen dos tipos de inversores, explica un estudio de Grain. Unos son los países como China o Arabia Saudí, que importan o dependen de la importación de alimentos y prefieren producirlos ellos mismos fuera, controlando tierras agrícolas en otros países. Y los segundos, inversionistas privados que ven la inversión en tierras agrícolas como una fuente de ingresos.
La información sobre los conflictos acerca de la tierra es mucha y cambia con gran rapidez. Grain ha creado la página farmlandgrab.org en donde entidades de todo el mundo suben diariamente noticias sobre la compra y arrendamiento de tierras, y sus conflictos. Se suma a esa información la creada por la International Land Coalition, en la página landmatrix.org, en donde intentan sistematizar los datos de las organizaciones miembro, por cantidad de acuerdos en proceso, firmados y anulados, y hectáreas.
Las historias contadas por las entidades de la sociedad civil son apenas el inicio. “Los registros oficiales sobre adquisiciones de tierras suelen encontrarse incompletos y el incumplimiento de las normas sociales y ambientales es generalizado”, reconoce el mismo informe del Banco Mundial, que reseña los datos de Grain. “Existe una preocupación real acerca de la capacidad y la institucionalidad local para proteger a grupos vulnerables de perder las tierras sobre las cuales tienen reivindicaciones legítimas”, advierten.
PEQUEÑOS LOGROS CIVILES
La presión de las organizaciones sociales va produciendo algunos cambios. A finales del año pasado, 104 de las 769 familias del Valle de Polochic recuperaron parte de tierras. Otras 629 familias están en proceso de recuperarlas, tras un dictamen de la Corte Interamericana de Derechos Humanos y un acuerdo con el Gobierno de Guatemala. En 2013, el presidente del Banco Mundial, Jim Yong Kim, tomó posición públicamente respecto a los derechos sobre la tierra. Al poco tiempo, el banco se adhirió a un estándar de la ONU sobre Gobernanza de la Tierra, con un gran “pero”: aplicarlo es voluntario para las empresas y organismos firmantes. El Banco Mundial entiende que los derechos humanos son “un reto”, pero sigue financiando inversiones para el cultivo a gran escala, sin estudios pormenorizados.
Los indígenas de Polochic reciben allimentos que ya no pueden producir. FOTO: CUC/OXFAM INTERMÓN
Incluso cuando no existe un conflicto de derechos humanos subyacente, el fomento de la agricultura industrial termina por arrojar al vacío a los pequeños agricultores, que no logran igualar el precio a la baja de las grandes corporaciones. Esto, una vez más, está fomentado por el Banco Mundial, que lo ve como positivo. Pone como ejemplo la transición al capitalismo en las antiguas repúblicas soviéticas: “Las grandes granjas pudieron manejar mejor las limitaciones de financiamiento, infraestructura y tecnología de la transición, lo cual dio lugar a una concentración considerable de las tierras (...); los 70 productores principales de Rusia y Ucrania controlan más de 10 millones de hectáreas”, dice el Banco Mundial. “Esto ha constituido un factor de impulso clave en el incremento de producción de granos en Rusia, Ucrania y Kazajstán, los tres países con tierras más extensas de la región”.
Salen perdiendo los pequeños agricultores, que terminan viviendo en zonas urbanas depreciadas o como jornaleros.
“Cada año me endeudo más”, dice A. Y., un pequeño agricultor marroquí, del Valle del Souss, en el sur de Marruecos, entrevistado en el estudio La ruta del tomate, del Observatorio de la Deuda en la Globalización (ODG). “No sé cuánto aguantaré”.
Alrededor de la finca de A. Y. hay muchos invernaderos en ruinas, pequeños productores como él que quebraron. Trabajan en la zona para grandes empresas exportadoras alrededor de 100.000 jornaleros agrícolas, la mayoría antiguos dueños. Cobran 69 céntimos de euro por hora, lo que al final del mes son 143 euros. El precio de la vivienda alrededor de los campos ronda los 53. “La temperatura dentro del invernadero en verano puede alcanzar más de 50 grados. Podemos salir solo una vez por la mañana y otra por la tarde durante un máximo de diez minutos”. El Gobierno de Marruecos acaba de ofrecer 600.000 hectáreas de tierras para inversores; un ejemplo más de la tendencia promovida por el Banco Mundial.
Mientras esto sucede, lo paradójico es que 842 millones de personas en el mundo pasan hambre. Y el 75% de ellas son campesinas y agricultoras (o lo eran, hasta que tuvieron que dejarlo).