Golpe a la transición tunecina
Incertidumbre: La violencia yihadista contra los turistas complica la situación económica y amenaza con frenar los logros de la ‘Primavera Árabe’.
Turistas en el lago salado de El Jerid, en el sur de Túnez. FOTO: 123RF
Corrían los primeros días de junio, comienzo de la temporada alta del turismo, y el viejo zoco de Hammamet estaba prácticamente vacío. Resignados a su suerte, los comerciantes de telas, especias y recuerdos esperaban de brazos cruzados a clientes que no llegaban. El atentado del 18 de marzo en el Museo del Bardo, en Túnez capital, había provocado una caída drástica del número de visitantes en todos los destinos de la costa del país y había sumido en la incertidumbre a una ciudadanía ansiosa de consolidar su joven democracia. El miedo a nuevos ataques se hizo realidad el 26 de junio con una nueva matanza, esta vez en la playa de Susa, un nuevo golpe del que el país tardará años en recuperarse.
La situación de inestabilidad creada por la violencia yihadista amenaza no sólo con frenar el ritmo de la recuperación económica tunecina, sino con arruinar los logros de una transición política que ha sido ejemplo para el mundo en desarrollo. La cuna de la Primavera Árabe es el único país del norte de África y Oriente Próximo donde las revueltas populares han dado paso a una democracia más o menos estable. Una plataforma nacional de diálogo, apoyada por organizaciones de la sociedad civil, consiguió el año pasado labrar un amplio consenso entre los principales partidos políticos y promulgar una nueva Constitución. De las elecciones generales de octubre pasado salió un Gobierno de coalición para los próximos cinco años encabezado por el independiente Habib Essid, de 66 años.
Tras el estallido de la Primavera Árabe y el atentado del Museo del Bardo, muchos turistas habían optado por destinos con mayor sensación de seguridad, entre ellos España. Según cifras del Banco Central de Túnez, las pernoctaciones turísticas habían caído un 23% entre enero y abril de este año comparado con el mismo período de 2014, y un 42,2% frente el año de referencia de 2010, antes de que estallase la revuelta que acabó con 25 años de régimen dictatorial de Zine El Abidine Ben Ali. El turismo, que representa alrededor del 15% del PIB del país y da empleo a casi medio millón de tunecinos, es una fuente vital de divisas junto a las exportaciones de crudo, fosfatos, productos textiles y aceite de oliva.
A principios de junio, tres meses después de la tragedia del Bardo, aún eran visibles los impactos de bala en las paredes y vitrinas del museo, que guarda una de las más valiosas colecciones de mosaicos romanos del mundo. En Hammamet —destino turístico de primer orden para familias europeas y lugar de vacaciones favorito de la burguesía tunecina—, playas, restaurantes y hoteles estaban a la mitad de su capacidad. La caída en el número de visitantes se notaba también en la propia Susa, unos 95 kilómetros al sur, y aún más en la isla de Yerba, cerca de la frontera con la conflictiva Libia. Los grandes cruceros ya habían suspendido sus escalas en el puerto de La Goulette y los aviones de la compañía aérea nacional, Tunisair, llegaban medio vacíos al aeropuerto de la capital. El ataque contra el hotel de Susa tuvo como objetivo la única actividad turística que, mal que bien, aún aguantaba el tirón: la de los hoteles todo incluido, donde los huéspedes, ataviados con pulseras de colores, pagan una tarifa fija por día y disfrutan libremente de comida, bebida y todo tipo de actividades.
Sólo la presencia de acaudalados ciudadanos libios, fácilmente reconocibles por sus coches de alta gama, ayuda a compensar la pérdida de ingresos procedentes de los turistas europeos. Paradójicamente, numerosos libios buscan en Túnez la seguridad, la libertad de movimientos y la asistencia sanitaria de calidad de que carecen en su propio país.
Antes de la matanza de Susa, el bajón del turismo afectaba a visitantes procedentes de todos los países, pero era especialmente acentuado entre los españoles, según fuentes del sector. Para contrarrestar el impacto del atentado del Museo del Bardo, los grandes hoteles habían rebajado sus precios y el Gobierno tunecino lanzó una costosa campaña publicitaria con el lema Yo voy a Túnez, en un intento de convencer a los indecisos. Los responsables del sector turístico incluso habían invitado a representantes de las grandes agencias mayoristas para mostrarles que el país es un destino vacacional seguro.
GRANDES DESAFÍOS
El débil crecimiento económico y el avance del yihadismo son los principales desafíos que afronta el Gobierno de Habib Essid, un experto en seguridad que fue ministro del Interior con el dictador Ben Ali. En una reciente comparecencia ante el Parlamento al cumplirse 100 días de la formación de su Gabinete, Essid prometió que las Fuerzas Armadas y la policía tunecinas iban a dedicar todos sus esfuerzos a luchar contra los integristas violentos y anunció el reforzamiento de la vigilancia en la frontera con Libia, donde el Estado Islámico sigue ganando terreno. Túnez es, por habitante, el país que más combatientes extranjeros aporta al grupo yihadista en Siria.
Este país árabe de 11 millones de habitantes se ha presentado tradicionalmente como un modelo económico y político para el mundo en desarrollo. Las instituciones financieras internacionales se han volcado en elogios a las reformas adoptadas en las últimas décadas, entre ellas la liberalización de precios, la reducción de aranceles, la privatización de empresas estatales y la gestión de la deuda pública. El PIB per cápita de Túnez, que supera los 11.000 dólares, es uno de los más altos de África, y su índice de pobreza, uno de los más bajos del mundo. La economía sufrió un fuerte retroceso tras la Primavera Árabe, pero comenzó a levantar cabeza el año pasado con un crecimiento del 2,8%.
El país africano puede tardar muchos años en recuperarse de los atentados
El coste de la vida se ha disparado desde la llegada de la democracia
El FMI pronostica que la actividad crecerá el 3% este año y el 3,8% el que viene. Túnez cuenta con una enorme ventaja sobre sus vecinos: una población bien formada gracias a un sistema educativo que garantiza desde hace décadas la escolarización del cien por cien de los niños.
Pero este alumno aventajado tiene ante sí numerosas asignaturas pendientes, entre ellas la lucha contra el nepotismo heredado de la dictadura de Ben Ali, la modernización de sus sectores productivos, la mejora de las infraestructuras y el freno a la inflación. La subida de los precios ha mermado el poder adquisitivo de los tunecinos y está detrás de las huelgas que afectan casi a diario a numerosos sectores, del transporte a la enseñanza, e incluso de revueltas populares como la ocurrida en la ciudad sahariana de Douz a principios de junio. El coste de la vida se ha disparado desde la llegada de la democracia, y los salarios no han crecido al mismo ritmo. Productos básicos como el pollo han quedado fuera del alcance de muchas familias tunecinas; hasta el pescado es caro en un país con cientos de kilómetros de litoral. El pan sigue estando subvencionado.
Días antes del atentado de Susa, los tunecinos confiaban en que el tiempo borrase de la memoria de los turistas la tragedia del Museo del Bardo, como ha ocurrido en otros lugares que fueron objeto de ataques terroristas en el pasado. Su modo de vida y la consolidación de su democracia dependían, en buena parte, de que así fuera. La matanza de la playa aleja aún más esos deseos de la realidad.