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Las cinco fracturas de Francia

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Febrero 2019 / 66

División: El movimiento de los ‘chalecos amarillos’ cuestiona las dinámicas de desigualdad que desde hace varios años operan en la sociedad francesa.

Manifestación de chalecos amarillos en Belfort. FOTO: Thomas Bresson

Al principio, muchos se temían lo peor. Imagínense: un movimiento que nace al margen de los sindicatos y los partidos políticos, que protesta por el aumento de las tasas sobre el combustible y en el que, en ocasiones, se profieren salidas de tono referentes a los inmigrantes y los "que viven de la ayuda pública". Sin embargo, tras las primeras movilizaciones ha habido que rendirse a la evidencia: el de los chalecos amarillos es uno de los movimientos sociales más importantes de los últimos años y, sin duda, el más incierto. En efecto, ha mantenido movilizadas durante más de dos meses a las categorías sociales más alejadas del juego político tradicional. Mujeres y hombres, generalmente situados entre el nivel superior de las clases populares y el inferior de las clases medias, que cuestionan frontalmente las dinámicas desigualitarias que, desde hace varios años, operan en la sociedad francesa.

Se han movilizado capas sociales alejadas del juego político

Son las franjas estables de las clases populares y la clase media baja

En primer lugar, las que afectan a la renta y que les condenan a apretarse cada vez más el cinturón, sobre todo por el creciente peso del gasto en vivienda. La injusticia fiscal, reavivada por la supresión del impuesto de solidaridad sobre la fortuna (ISF). El desigual reparto del esfuerzo climático, que es menor para los que más contaminan. Y, finalmente, el estigma periurbano que reduce la Francia de las rotondas a una zona de relegación y repliegue sobre sí olvidando el dinamismo económico y demográfico de esos territorios. Esas dinámicas desigualitarias no datan de la elección de Emmanuel Macron, pero la política del presidente las ha alimentado mucho más de lo que las ha frenado. Y no está nada claro que las medidas que ha terminado por conceder convenzan a los chalecos amarillos, y con ellos al conjunto de los franceses, de lo contrario.

 

RENTA: EL PODER ADQUISITIVO DE LA GENTE MÁS MODESTA, POR LOS SUELOS

En realidad, el estallido podía haber tenido lugar mucho antes, pues desde hace 10 años, la renta de la franja más baja de la distribución está por los suelos. Según los datos del Insee (Instituto Nacional de Estadística y Estudios Económicos), el nivel de vida* medio del 40% de los franceses menos ricos ha disminuido entre 2008 y 2016 (último año conocido), y esta disminución es mayor cuanto menor es la renta. El paro elevado, la evolución del salario mínimo más lenta que la del conjunto de los salarios (con un único empujón en 2012) y el desarrollo de los empleos a tiempo parcial, por no decir muy parcial, explican en gran medida ese empobrecimiento.

Como, en ese mismo periodo, el nivel de vida del 10% de los más ricos ha disminuido prácticamente en la misma proporción, ha dado la impresión de que la evolución de la desigualdad global estaba relativamente contenida. Sin embargo, hay que destacar que ese estancamiento constituye un cambio de tendencia histórico: el nivel de vida medio había aumentado más del 10% entre 2000 y 2008, también entre 1992 y 2000 y así sucesivamente… Si nos remontamos más más allá de la crisis financiera, el aumento de la desigualdad es evidente. La diferencia entre el nivel de ingresos anuales del 10% de los franceses más pobres y el del 10% de los más ricos era de unos 48.000 euros en 2016, mientras que en 1996 era solo de 37.000 euros.

 

GASTOS FIJOS

Ese retraimiento se ha visto agravado por el peso que han adquirido los gastos fijos (vivienda, seguros, energía...) en el presupuesto de los hogares. Este peso siempre ha sido creciente desde hace 60 años, pero ha aumentado mucho desde comienzos de los años 2000 y ahora roza el 30%. Un reciente trabajo de la Drees (Dirección de Investigación, Estudios, Evaluación y Estadísticas, en sus siglas en francés) sobre datos de 2011, ha mostrado, además, que esos gastos fijos representan el 61% del presupuesto de las personas que viven bajo el umbral de la pobreza y el 39% del de los hogares modestos (situados entre el umbral de la pobreza y el cuarto decil de nivel de vida). Y si se incluyen los gastos en alimentación entre los gastos obligatorios, al 10% de los franceses menos favorecidos, solo les quedan 180 euros para pagar el vestido, las salidas y… un depósito de gasolina. Esta cifra se eleva a 380 euros para el 10% de los franceses de la franja inmediatamente superior y de 540 euros para el 10% de la siguiente. En 2015 el Observatorio Nacional de la Pobreza y de la Exclusión Social (Onpes) calculaba que la renta mínima necesaria para vivir decentemente en Francia se situaba entre 1.424 euros para una persona activa sola y de 3.284 euros para una pareja con dos hijos. Esta cifra es muy superior a la que disponen muchos hogares. Es, pues, fácil comprender por qué el sentimiento de pobreza se propaga entre la parte baja de la escala social, mucho más de lo que registran las estadísticas oficiales.

Más allá de la crisis financiera, ha crecido la desigualdad

Macron ha reducido el poder adquisitivo de los más pobres

Hace tiempo que se podía sentir el olor a pólvora. Pero si el aumento de las tasas sobre el combustible ha desencadenado la explosión es, sin duda, porque se inscribe en toda una serie de medidas tomadas por Emmanuel Macron y su Gobierno, que tienen en común disminuir el poder adquisitivo de los más pobres o aumentar el de los más ricos. Especialmente, la disminución de la ayuda personalizada para la vivienda, el aumento del impuesto sobre la renta para las jubilaciones superiores a 1.200 euros y, sobre todo, la supresión del impuesto de solidaridad sobre la fortuna (ISF), que parece haber ofendido especialmente a los chalecos amarillos. Son medidas emblemáticas frente a las que el aumento en 2018 del mínimo de vejez y de la ayuda a los adultos discapacitados no tiene ningún peso. Y, sobre todo, cuando en el horizonte se perfilan más malas noticias: como no están indexadas a la inflación, las jubilaciones, la ayuda a la vivienda y las ayudas familiares no aumentarán más que en un 0,3% en 2019 y 2020. Los chalecos amarillos no tardarán en volver a salir de la guantera…

 

INMOBILIARIO: UNA VIVIENDA (DEMASIADO) CARA

El movimiento de los chalecos amarillos surgió debido al aumento del precio de los carburantes que, sin embargo, pesa mucho menos en el presupuesto de los hogares que a comienzos de los años 1980, aunque ha aumentado algo desde 2016. Pero otro fenómeno ha tenido mucha más importancia: el aumento continuo del porcentaje ligado a la vivienda en el presupuesto de los hogares. Desde la crisis de 2008, mientras que la renta de los franceses se estancaba (véase gráfico de la página 23), los precios del sector inmobiliario han seguido subiendo, gracias a la muy condescendiente política monetaria del Banco Central Europeo (BCE).

Según los datos del Consejo General del Medioambiente y del Desarrollo Sostenible, Francia es, en efecto, el país desarrollado en el que el precio de la vivienda ha subido más en las dos últimas décadas respecto a la renta de los hogares: a mediados de 2018, esa ratio aumentó en un 63% desde 2000, frente a un 60% en el Reino Unido, 51% en España, 10% en Estados Unidos y… 0% en Alemania. El fenómeno afecta, sobre todo al centro de París, en el que ese aumento ha sido del 145% desde 2000, pero también en Lyon, donde ese indicador aumentó aún más, en un 153%. Para el conjunto de la Francia metropolitana, sin contar con la denominada Región parisina o Île-de-France, la subida ha sido del 54%, superior al de la mayoría de los países desarrollados comparables.

 

DESIGUAL ACCESO A LA PROPIEDAD

Esa diferencia, que aumenta a toda velocidad, entre el precio del sector inmobiliario y la renta de los hogares ha provocado, en primer lugar, que, para encontrar una vivienda a un precio accesible haya que vivir cada vez más lejos de los lugares de trabajo. Esto contribuye a que los franceses sean más sensibles que sus vecinos al precio del combustible.

También provoca desigualdades cada vez mayores frente al acceso a la propiedad: hoy, sin una herencia o una ayuda significativa de los padres, a la mayoría de los franceses les es casi imposible comprar una vivienda en las zonas donde se concentran los empleos. Ello ahonda también las desigualdades de nivel de vida, a ingresos equivalentes, entre los hogares que son propietarios y los que alquilan o están accediendo a la propiedad y provoca unas frustraciones que probablemente se expresaron en la calle a finales del año pasado.

 

CLIMA: UN ESFUERZO NO REPARTIDO POR IGUAL

Nadie lo duda: la lucha contra el calentamiento global es "cosa de todos". Sin embargo, en este caso, no "todos" tenemos que hacer el mismo esfuerzo, pues los modos de vida de las diferentes categorías sociales no emiten la misma cantidad de CO2. Hay que sumergirse en las profundidades de la estadística pública, asombrosamente poco elocuente sobre el tema, para verificarlo.

Un estudio del Insee de 2010 sí es, sin embargo, elocuente: establece el hecho de que "el 20% de los hogares más ricos generan, a través de sus compras, un 29% de emisiones de CO2 mientras que los hogares más modestos solo generan un 11%". Las estadísticas establecen que el contenido medio en CO2 de cada euro gastado es decreciente respecto al nivel de vida y que el porcentaje del consumo poco emisor (cultura, ocio, cafés y restaurantes) es más importante en los cuadros, por ejemplo, que entre los obreros o empleados.

Pero esta virtud pesa poco frente a las diferencias de volumen consumido: los hogares ricos cogen con mucha más frecuencia el avión, poseen de media coches más potentes con los que recorren más kilómetros, tienen viviendas más grandes que necesitan más calefacción, están equipadas con más electrodomésticos consumidores de energía…

 

ÁNGULO MUERTO

Poco seguido desde el punto de vista estadístico, este desigual impacto medioambiental de los modos de vida constituye, como ha demostrado el sociólogo Jean-Baptiste Comby , un ángulo muerto del debate público que está centrado en los gestos cotidianos y la responsabilización de los individuos. Como la ahora denostada tasa carbono sobre los carburantes, cuya finalidad es orientar a los individuos hacia modos de transporte y de calefacción menos contaminantes encareciendo el coste de las energías fósiles.

Las medidas de Macron benefician a los ricos y perjudican a los pobres

La vivienda se come un porcentaje cada vez mayor de los ingresos

Para llegar al trabajo hay que recorrer largas distancias

Hemos necesitado el movimiento de los chalecos amarillos para ser plenamente conscientes, por una parte, de que no "todos" tenemos alternativa al coche y, por otra, de que, como todas las tasas sobre el consumo, la tasa carbono es regresiva: pesa cuatro o cinco veces más, según las estimaciones, en el presupuesto del 10% de los más pobres que en el de los más ricos.

Hay mecanismos de compensación (cheque energía, prima para la reconversión de los vehículos viejos, ayuda para la sustitución de calderas de fuel…), pero su alcance actual es claramente insuficiente para conciliar la lucha contra el calentamiento global y la justicia social.

 

DESCLASAMIENTO: UNAS CLASES MEDIAS SIN FUTURO
 

Empleados, artesanos, enfermeros, camioneros, obreros cualificados… Los perfiles observados en las rotondas parecen indicar que no es tanto la Francia de los excluidos la que se ha movilizado como las fracciones estables de las clases populares y la clase media baja: en cierto modo, la parte superior de la Francia de abajo. Esa Francia intermedia de presupuesto justo, que está lejos de ser pobre pero aún más lejos de ser rica, se enfrenta a un creciente desfase entre sus aspiraciones y su trayectoria. Para muchos de quienes participan en las movilizaciones, los años dorados del capitalismo tras la Segunda Guerra Mundial siguen siendo el referente sobre el que se formulan las esperanzas, sinónimo de sociedad salarial estable en la que los diplomas garantizan el bienestar y una movilidad social cada vez más ascendente.

 

MECÁNICA GRIPADA

Pero, como ha señalado Louis Chauvel (en La spirale du déclassement, Le Seuil, 2016), todos los pilares de ese ideal se están degradando si es que no se han venido abajo. La precarización y la polarización del empleo (aumento de los empleos poco cualificados y muy cualificados en detrimento de los empleos intermedios), así como el paro persistente han, entre otras causas, gripado esa bella mecánica. La rentabilidad de los diplomas es hoy menos segura, menos inmediata (aunque nadie envidie la suerte de los no diplomados). Y en las profesiones intermedias se contempla febrilmente cómo los salarios se acercan sin prisa, pero sin pausa, a la parte inferior la escala salarial. Y la movilidad social hace tiempo que está parada.

Enfermeras en un hospital. La clase media se siente un tanto olvidada por las políticas públicas. FOTO:  LAURA LAROSE

La sociedad francesa no está paralizada: en 2014-2015 y en una edad comprendida entre los 30 y los 59 años, un cuarto de los hijos de las profesiones intermedias pertenecían a la categoría de cuadros y profesiones intelectuales superiores. Pero las lógicas de reproducción social hacen sentir todo su peso (un hijo de cuadro sobre dos es cuadro, y lo mismo pasa con los obreros) que ya no disminuye. Y, además, estos datos conciernen a unas generaciones ya muy mayores pues han nacido como muy tarde en 1984. Esas clases medias (bajas) no están al borde del precipicio, pero el estancamiento de su poder adquisitivo (véase gráfico La renta de la parte baja de la escala ha sufrido tras la crisis) obstruye sus perspectivas y reaviva el famoso miedo al desclasamiento. Es un miedo evidentemente antiguo, pero que el actual Gobierno alimenta con una reforma como el Parcoursup que, al introducir una selección de hecho para entrar en la universidad, hace aún más aleatorio el futuro de esos grupos intermedios y aumenta su crispación.

Los conductores son muy sensibles a las subidas del carburante

Los salarios van acercándose a la parte baja de la escala salarial

En un sentido más general, esos grupos pueden sentirse en cierta medida olvidados por las políticas públicas que, en tiempos de crisis, tienden a focalizarse en la asistencia a los más pobres y a los más ricos, y aviva el resentimiento de los de en medio a los que se ha abandonado a su suerte. Ha sido necesaria la determinación y la espontaneidad de los chalecos amarillos para que, por una vez, estén en el centro del juego político. Pero ¿por cuánto tiempo? 

 

*  LÉXICO

Nivel de vida: Renta disponible del hogar dividida entre su número de unidades de consumo.

Renta disponible: Rentas declaradas por los hogares a los que se añade las prestaciones sociales, así como los ingresos no imponibles.

Unidad de consumo: El Insee atribuye 1 unidad de consumo al primer adulto del hogar, 0,5 al resto de las personas de más de 14 años y 0,3% a los menores de 14 años.