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China coloca sus peones

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Julio 2015 / 27

Gobernanza mundial: Mediante la creación de sus propias instituciones multilaterales, Pekín comienza a desplegar su fuerza financiera para asentar su influencia en el mundo

ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE JOSA

Estados Unidos tiene mucho que aprender si quiere medirse con China. Preocupada por frenar el aumento de la influencia internacional de Pekín, la Administración de Obama lleva a cabo desde comienzos de esta década una versión económica de la política de containment que, tras la Segunda Guerra Mundial, desarrolló frente a la Unión Soviética, entonces en plena expansión internacional. Empezó con el proyecto de Trans-Pacific Partnership (TPP), cuyo objetivo es crear una zona de libre comercio unida a una reglamentación común de las inversiones directas, de las normas de origen, de la propiedad intelectual y de licitaciones públicas. Se trata de un proyecto ambicioso y controvertido que presenta la particularidad de excluir a China. 

Paralelamente, Estados Unidos ha bloqueado —por culpa de un Congreso recalcitrante al que la Administración no ha sido capaz de convencer— la reforma de las cuotas del Fondo Monetario Internacional* decidida por el G20 en 2010. Según dicho acuerdo, el porcentaje de las grandes economías emergentes en el reparto de votos en el Consejo de Administración del Fondo debía aumentarse, y el de China pasar del 3,65% al 6,19%, un nivel que ya está obsoleto dado su actual peso en la economía mundial. Ratificado por unos países que representan un 77% del derecho de voto, el acuerdo está bloqueado desde hace cinco años por Estados Unidos, que, con el 17,68% de votos, tiene, en la práctica, derecho de veto sobre las decisiones de la institución.

 

UNA SERIA COMPETENCIA PARA EL BANCO MUNDIAL

Confinada a un puesto subalterno en el FMI, en el Banco Mundial (4,2% de los votos) y en el Banco Asiático de Desarrollo (ADB), donde tiene menos del 6% de los votos, China ha decidido esquivar el problema creando sus propias instituciones multilaterales. La última, el Asian Infraestructure Investment Bank (AIIB), tiene como objetivo promover y financiar infraestructuras en Asia para estimular el desarrollo y los intercambios regionales y paliar el aislamiento de los países o regiones que no tienen salida al mar. Dotado de un capital de 100.000 millones de dólares, el AIIB puede competir seriamente con el Banco Mundial y el ADB. 

Esta perspectiva ha llevado a Estados Unidos a intentar obstaculizar su funcionamiento, o al menos limitar su influencia, presionando a sus aliados en Europa, Asia y Oceanía, para que no se sumen a él. En vano. El 31 de marzo, fecha tope para presentar las candidaturas de adhesión, 46 países habían manifestado su intención de ser miembros del nuevo banco, entre ellos, Gran Bretaña, Francia, Alemania, Australia y Corea del Sur. Sólo Japón, que difícilmente puede desmarcarse de Estados Unidos cuando están en juego las cuestiones asiáticas, se ha mantenido al margen. Es una decisión que ya lamenta dada la importancia de lo que está en juego desde el punto de vista económico. 

Vivamente criticada, la actitud estadounidense es tanto más incomprensible cuanto que Estados Unidos tiene mucho interés en que el reciclaje de los 4 billones de dólares de reservas de divisas chinas (véase gráfico) se lleve a cabo de un modo organizado y sobre una base multilateral, y no sobre una base bilateral (susceptible siempre de estar marcada por aspiraciones políticas). Por no decir de modo unilateral: a finales de 2014, China Investment Corporation, el fondo soberano creado por Pekín en 2007, controlaba cerca de 600.000 millones de dólares de activos en acciones, bonos del Estado y obligaciones privadas, inversiones directas, etc.

A escala regional, la creación de ese banco de financiación de infraestructuras responde a una necesidad evidente. Según un reciente estudio del Banco Asiático de Desarrollo, el coste de los proyectos de infraestructuras (carreteras, transportes ferroviarios, puertos, intercambios energéticos) necesarios para una integración regional más profunda, únicamente de los países del sur de Asia (Bangladesh, India y Sri Lanka) y del sureste (Camboya, Laos, Myanmar, Tailandia y Vietnam), se eleva a 73.000 millones de dólares. En la región asiática en su conjunto, las necesidades de financiación en infraestructuras serían superiores a 700.000 millones de dólares anuales. A título comparativo: el montante de los préstamos desembolsados por el ADB en 2014 no sobrepasa los 10.000 millones de dólares.

A escala global, la canalización de las reservas chinas hacia inversiones de utilidad colectiva, tanto para las poblaciones y economías locales como para el comercio y la actividad mundial, es preferible con mucho a su simple reciclaje hacia los mercados financieros internacionales, donde pasan a alimentar unas burbujas de activos siempre a punto de estallar. Frente a la incapacidad de los mercados de encauzar un importante ahorro hacia proyectos y agentes con necesidades reales de financiación, la creación de nuevas instituciones multilaterales de préstamos es una iniciativa bienvenida, susceptible de dar un respiro a una demanda mundial asfixiada por los excesos financieros del pasado. 

 

LA RUTA DE LA SEDA EN EL SIGLO XXI

No cabe duda de que el AIIB se inserta en una estrategia más amplia de Pekín (véase recuadro) que supera con mucho la promoción del desarrollo regional. Recordemos la creación unilateral, el pasado diciembre, del Silk Road Fund, un fondo de 40.000 millones de dólares financiado enteramente por China con el objetivo de restablecer la legendaria ruta de la seda por la que, desde los primeros siglos de nuestra era, transitaban los productos chinos exportados a Asia central y Europa.

ILUSTRACIÓN: ELISA BIETE JOSA

Para el presidente chino, Xi Jinping, no se trata sólo de reforzar la “conectividad” entre las ciudades situadas a lo largo de la antigua ruta de la seda, con las que se firmó un acuerdo de cooperación en noviembre de 2013, sino también de crear una nueva ruta marítima, la “ruta de la seda del siglo XXI”. Para ello, hay que modernizar las infraestructuras portuarias, ferroviarias y de carreteras que unen los países de la región a Europa, vía el mar de China, el estrecho de Malaca, el océano Índico, el golfo de Adén y el canal de Suez (véase el mapa). El puerto de Atenas-El Pireo, gestionado ya en parte por una empresa naval china (Cosco), es uno de esos nudos de comunicaciones que China se propone modernizar y unir al resto de Europa mediante una serie de redes de infraestructuras que quiere construir en los Balcanes y Hungría. Ello colmaría de pedidos a las empresas públicas chinas que se ahogan bajo el peso del endeudamiento masivo contraído desde 2009 y el exceso de capacidad que es su contrapartida.

 

A todo ello se añade la NET Development Bank, o Banco de los Brics, creado en julio de 2014 junto con Brasil, India, Rusia y Suráfrica, cuya sede está en Shanghai y que pretende ser una alternativa al Banco Mundial en lo que a la financiación del desarrollo se refiere. Su capital está repartido en partes iguales y en él no existe el derecho de veto. Sin olvidar el Fondo de Reserva de Urgencia (Brics Contingent Reserve Arrangement), dotado con 100.000 millones de dólares y creado por esos mismos países con el fin de soslayar al FMI en caso de crisis financiera o de ataque especulativo contra la moneda de uno de los países miembro. 

En resumen, se trata de un despliegue de fuerza financiera sin precedentes desde el Plan Marshall. No sólo potenciará la expansión de los productos chinos en el mundo, sino que también acelerará la internacionalización del reinminbi, la moneda china, que es ya la quinta moneda de reserva mundial y está llamada a desempeñar un papel fundamental en las financiaciones otorgadas por China.

 

UN GIRO HISTÓRICO

Estamos sin duda ante el fin de una época para Estados Unidos, cuya preponderancia financiera, deteriorada por la crisis, jamás había sido contestada de tal manera desde que existen las instituciones de Bretton Woods*. No hace tanto, durante la crisis asiática de 1997-1998, era aún capaz de impedir la creación de un fondo monetario asiático, deseado por muchos países de la región. 

Sin embargo, el peligro para Estados Unidos no reside tanto en el agotamiento de una hegemonía, durante mucho tiempo absoluta, como en el modo en que está teniendo lugar el giro histórico que ello provoca. No cabe duda de que no faltan motivos de inquietud respecto a los objetivos y métodos de la China popular, y son compartidos por casi la totalidad de sus vecinos. El tono abrupto de las reivindicaciones de Pekín sobre el mar de China y las manifestaciones militares que les acompañan desde 2011 impiden hacerse ilusiones. Pero no se trata de si es posible frenar a China, sino de cómo gestionar su auge sobre una base cooperadora. 

Precisamente en este aspecto parece que está habiendo un cambio en la actitud de China. Tras la agresividad marítima y la retórica conflictiva de los primeros años de la década de 2010, que culminaron con la instauración unilateral, en noviembre de 2013, de una zona militar aérea de identificación en gran parte del mar de China, Pekín da señales, desde 2014, de pacificación. La retirada de su plataforma petrolera de las islas Paracel (reivindicadas por Taiwán y Vietnam) en julio de 2014 es un ejemplo de ello, así como la disminución de las visitas de sus navíos de vigilancia a las islas Senkaku, controladas por Japón, o la voluntad, expresada recientemente, de discutir un código de buena conducta en el mar de China. Unos gestos confirmados por el encuentro entre el presidente Xi y el primer ministro japonés, Shinzo Abe, al margen de la cumbre del Apec el pasado noviembre. O el acuerdo sobre el clima firmado por Xi y Barack Obama en dicha ocasión.

Demasiado realistas para proseguir una política que provoque la hostilidad de toda la región y lleve directamente a un enfrentamiento con Estados Unidos, los dirigentes chinos han vuelto a una estrategia de soft power basada en la valorización de su excepcional poder financiero y en la explotación del persistente resentimiento de muchos países de la región frente a las instituciones de Bretton Woods. Un viraje que se explica, sin duda, por la agudeza de los problemas que tiene que solucionar a nivel interno y que, dado lo convincente de la demostración de fuerza que le ha precedido, tiene muchas posibilidades de serle provechoso.

LÉXICO

Instituciones de Bretton Woods: el FMI y el Banco Mundial, creados tras los acuerdos firmados en esa ciudad en 1944 que instituían un sistema monetario internacional basado en la preponderancia del dólar estadounidense, única moneda convertible  en oro.