La fotopoesía de Joan Guerrero
La obra del fotoperiodista Joan Guerrero es poesía en blanco y negro. Y el documental sobre él, también.
Joan Guerrero, en La caja de cerillas.
La caja de cerillas, se titula, y es un remanso tranquilo en el agitado mundo audiovisual. Una obra lenta en la que uno puede saborear las fotos y las palabras de Guerrero. Su comienzo es toda una declaración de principios. Con la pantalla en negro se oye su voz: “Hace muchos años, más de mil, allí, en mi Tarifa natal, un niño pretendía con una cajita de cerillas fotografiar el viento. Luego se dio cuenta de que no, que aquello era imposible. Ni fotografiar el viento ni fotografiar un perfume”.
Joan Guerrero (Tarifa, Cádiz, 1940) es ese niño que en los duros años de posguerra encuadraba el cielo de la playa con la caja de cerillas y que veinte años después, viviendo ya en Santa Coloma de Gramenet, aprendió a encuadrar la alegría y el dolor de la gente corriente. Y así, hasta ahora. Sus fotografías de los años sesenta y setenta son el testimonio de una realidad que se trataba de ocultar. “Quienes tenían cámara eran los niños de papá, que no se iban a La Perona a hacer fotos”, cuenta.
“La calle es el alma de la fotografía”, asegura Guerrero. Y ahí va él, con sus sandalias, su camisa o su chaleco de amplios bolsillos y su máquina sobre el pecho observándolo todo para recoger momentos que no se volverán a repetir. Así, recorriendo calles y descampados se ha convertido en el fotógrafo de los inmigrantes, de los que le acompañaron desde su Andalucía natal y también de los que vinieron luego de más al sur, del este y del oeste. “Ellos soy yo también”, dice. Y los capta con su cámara “cuando se encuentran, cuando juegan, cuando ríen y cuando lloran”.
Las fotografías de Guerrero no son de edificios o paisajes. Sus protagonistas siempre son personas desarrollando una actividad y/o expresando una emoción. Las calles o las montañas enmarcan esas actividades o esas emociones, pero no son protagonistas. Son necesarias para comprender lo que la persona hace, pero nunca la sustituyen.
Son fotografías cargadas de poesía, pero también de intencionalidad política. “Aunque no quieras hacer política, la haces”, afirma. Y recita a Gabriel Celaya: “Maldigo, aunque yo no maldigo, la poesía concebida como un lujo cultural por los neutrales que, lavándose las manos, se desentienden y evaden”. Guerrero precisa que hacen política tanto los que no se evaden como los que se evaden.
“No intentes comerte el mundo, intenta cambiarlo con la fotografía”, asegura que le dijo a un joven fotógrafo que le pidió consejo. Y agrega a modo de definición: “La fotografía es la vida, la vida con mayúscula. Puede ser la belleza, también. Puede ser la poesía, puede ser la aventura, puede ser conocer tantos lugares, puede ser aproximarte al ser humano. Aquello que decía Antonio Machado: ‘Converso con el hombre que llevo dentro’. Podría ser eso la fotografía”.
A Guerrero le entusiasma la poesía y confiesa que siente una cierta identificación con Machado. Como él, nació en Andalucía y, como él, es fiel al lugar donde ha transcurrido la mayor parte de su vida. En el caso del poeta fue Castilla y en el suyo, Cataluña. La imagen del fotógrafo sentado junto a un árbol a las orillas del Duero leyendo un libro del poeta y con esporas cayendo a su alrededor es un momento mágico.
En realidad, toda la filmación, de 49 minutos, es como una ensoñación. David Airob (Barcelona, 1967), director, guionista y cámara, ha creado un entorno pausado que permite saborear las reflexiones de Guerrero y disfrutar de sus fotografías, sin efectos especiales. Todo en blanco y negro y con muchos primeros planos del protagonista sentado plácidamente en un balancín de rejilla y mostrando a borbotones sus emociones.
El documental fue presentado hace dos años y ahora puede verse gratuitamente en Vimeo (https://vimeo.com/98509750). Vale la pena disfrutarlo con tranquilidad.