La crisis que cambió el capitalismo
Herencia: La catástrofe financiera que estalló hace 10 años deja un mundo con menos derechos y más desigualdades.
Indignación: Una mujer muestra un cartel pidiendo justicia económica durante una manifestación en Nueva York días depués de la caída de Lehman Brothers. FOTO: Istock.com
Diez años después de la crisis financiera que estalló en Estados Unidos y que se propagó rápidamente al otro lado del Atlántico, siguen vivas muchas de sus secuelas y han aparecido nuevas incertidumbres. Millones de personas que perdieron su empleo y sus viviendas, principalmente en los países del sur de Europa, siguen sin trabajo y sobreviven en condiciones muy precarias. La gestión de la crisis, que tuvo como prioridad la salvación de los bancos para evitar el hundimiento del sistema financiero, acarreó consigo una drástica reducción del gasto social y agravó los peores efectos de la globalización, con el consiguiente aumento de la pobreza y las desigualdades. Como en anteriores periodos de turbulencia, las clases más desfavorecidas aparecen como las grandes perdedoras de las políticas de austeridad.
Más allá de sus terribles consecuencias económicas y sociales, la crisis ha removido los cimientos del equilibrio político global nacido tras el final de la II Guerra Mundial. Sin lo ocurrido hace 10 años sería imposible comprender fenómenos como la elección de Donald Trump, el voto a favor del Brexit en Reino Unido y el resurgimiento de los movimientos nacionalistas en tantos países europeos.
La quiebra del banco estadounidense Lehman Brothers, el 15 de septiembre de 2008, es el indicador de referencia del terremoto que llegó a poner en cuestión el propio sistema capitalista, un sistema que en los momentos de pánico llevó al líder de la derecha francesa Nicolas Sarkozy a hacer un grandilocuente llamamiento a su “refundación”. Fue “la peor crisis financiera de la historia, incluyendo la Gran Depresión”, como ha reconocido Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos entre 2006 y 2014.
El Estado de bienestar, amenazado
Aunque el pánico de 2008 ha desaparecido, la realidad es que la crisis financiera ha cambiado la naturaleza del sistema capitalista. El modelo de relaciones industriales de la sociedad poscrisis se caracteriza principalmente por la pérdida de derechos de los ciudadanos. Mientras tanto, las grandes corporaciones, los bancos, las aseguradoras y las gigantescas compañías tecnológicas disponen cada vez de más poder y capacidad para desafiar a los Estados. El ejemplo más ilustrativo de la pérdida de poder de los Gobiernos es la fiscalidad: el auge de los paraísos fiscales y de jurisdicciones que invitan a la elusión fiscal amenaza seriamente el Estado de bienestar.
La quiebra de Lehman Brothers puso al borde del abismo al sistema
La Gran Recesión ha agravado los daños de la globalización
Las clases más desfavorecidas son las grandes perdedoras
Sin embargo, el debate político actual en EE UU y Europa ha abandonado la relevancia de la regulación financiera y ha priorizado la lucha por el control del gasto público. “Políticos conservadores en Estados Unidos, Reino Unido y Alemania han reformulado con éxito los orígenes de la crisis, que ahora consideran resultado de la pérdida de control de la política fiscal en lugar del descontrol del sector financiero”, señala Martin Wolf, jefe de Opinión de Financial Times. “Esta prestidigitación política”, añade Wolf, “ha demostrado ser un golpe brillante. Ha desviado la atención desde el fracaso del libre mercado en que creían a los costes de los Estados de bienestar que no les gustaban”.
Desde la llegada de Donald Trump a la Casa Blanca, a comienzos de 2017, se están suavizando las normas de control sobre la banca y sus actividades aprobadas por el Congreso de EE UU a raíz de la catástrofe financiera. La ley Dodd-Frank de reforma de Wall Street, aprobada en 2010, obligó a coordinarse a diversos organismos reguladores que hasta entonces actuaban por su cuenta y que eludieron cualquier responsabilidad en lo ocurrido. También puso en marcha un sistema de alertas para evitar una repetición de la crisis y una oficina de protección del consumidor de productos financieros para combatir el fraude, e impuso nuevas normas sobre comercialización de derivados e hipotecas, retribuciones a los directivos, gobierno corporativo y otros factores que contribuyeron a desencadenar el desastre.
No está siendo fácil. La industria financiera estadounidense, apoyada por la mayoría republicana en ambas Cámaras del Congreso, ha presionado para retrasar lo máximo posible su implementación de la ley Dodd-Frank y ha logrado suavizar algunos de los controles impuestos al negocio bancario. Al mismo tiempo, Trump ha designado a ejecutivos de Wall Street para dirigir los organismos supervisores del sector, como la Securities and Exchange Commission (SEC), o a personas que en el pasado criticaron duramente la existencia de las mismas instituciones que ahora dirigen.
A pesar de que el sector financiero estadounidense ha pagado su parte correspondiente del rescate, intereses incluidos, ningún directivo de un banco de inversión o entidad de crédito hipotecario ha pisado la cárcel. La comisión de investigación de la crisis financiera del Congreso de EE UU, autora de un excelente informe sobre los orígenes del desastre, envió a la justicia 11 casos de indicios delictivos, pero todos ellos acabaron en carpetazo. El propio presidente de la comisión, Phil Angelides, se lamentó de que la falta de iniciativa por parte de la justicia a Wall Street envíe a la ciudadanía el mensaje de que los daños causados quedan impunes.
El ajuste fiscal se ha antepuesto a la regulación financiera
Sin la crisis no pueden explicarse el auge de Trump o el Brexit
Bancos y grandes empresas tienen hoy más poder
En España, por el momento, los únicos banqueros condenados a penas firmes de cárcel son cinco directivos de NovaCaixaGalicia. A la espera de juicio está la cúpula de Bankia, con Rodrigo Rato al frente, cuyo juicio comenzará a finales de año o principios de 2019. Islandia es el país que ha impuesto el castigo más ejemplar a los responsables del colapso de su sistema bancario en 2008: un total de 36 directivos bancarios han pisado la cárcel en los últimos 10 años.
Mientras tanto, el proceso de creación de una Unión Bancaria Europea, iniciado en 2012 con el objetivo de acabar con la viciada relación entre unos bancos cargados de deuda pública y unos Estados que los protegen en casos de crisis, se encuentra estancado. En la última cumbre, celebrada en junio pasado, no se registró ningún avance en la constitución de un fondo de rescate suficientemente potente y mucho menos en la creación de un Fondo de Garantía de Depósitos europeo.
Visión optimista
El historiador económico británico Adam Tooze acaba de publicar un exhaustivo libro sobre la crisis, Crushed: How a Decade of Financial Crisis Changed the World (Destrozado: Cómo una década de crisis financiera cambió el mundo), que no ahorra crítica a las medidas adoptadas por las autoridades para salvar el sistema financiero. Así, destaca que el fracaso de los bancos forzó a EE UU a “una escandalosa intervención del Gobierno para rescatar a oligopolistas privados”. El profesor de la Universidad de Columbia concluye, de todas formas, que la respuesta remendada conjuntamente por el Tesoro y la Reserva Federal fue “un éxito notable”.
Esta visión optimista es compartida por los tres principales mandatarios de EE UU que gestionaron la crisis: el entonces secretario del Tesoro, Henry Paulson; el entonces presidente de la Reserva Federal de Nueva York y posterior secretario del Tesoro, Timothy Geithner, y el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, un académico especializado en el origen de la Gran Depresión de los años treinta del siglo XX. Los tres, que trabajaron de forma coordinada en los días difíciles de 2008, consideran que el actual sistema bancario es hoy mejor y que también son mejores los instrumentos disponibles para su supervisión, aunque se hayan eliminado algunos de los que utilizaron durante la crisis.
Dinero perdido
En cualquier caso, la forma en que se llevó a cabo el rescate bancario fue muy diferente en Estados Unidos y en Europa, y mucho más sus consecuencias. Las autoridades estadounidenses actuaron con una rapidez inusitada: apenas 16 días después de la debacle de Lehman Brothers se puso en marcha un plan de ayudas (TARP) por una cuantía de 700.000 millones de dólares, de los que 245.000 millones fueron para el sector financiero. En la Unión Europea, las ayudas se concedieron por cada Estado a lo largo de varios años por una cuantía de 654.000 millones de euros en inyecciones de capital y 1,29 billones de euros en garantías.
El rescate a la banca fue muy distinto en Europa y EE UU
Washington está suavizando el control del sector financiero
La Unión Bancaria Europea está atascada
Pero la gran diferencia entre ambos procedimientos es que mientras Estados Unidos recuperó todas las ayudas e incluso obtuvo un beneficio de 53.000 millones de dólares, según sus propias autoridades, en la UE se han perdido 219.255 millones de euros, según Eurostat, una cifra de la que se habla muy poco. España es el país que registra una cuantía mayor de dinero perdido sin posibilidad de recuperación: 48.391 millones, el 22% del total, según la Comisión Europea.
A pesar de la gravedad de la crisis y de los controles impuestos desde 2008, la industria financiera mundial se parece mucho a la que contribuyó a causar el desastre de hace 10 años. La mayoría de los bancos considerados entonces too big to fail (demasiado grandes para caer) son hoy aún más grandes, gracias a las fusiones y al fuerte crecimiento del negocio en los países emergentes, principalmente de Asia. Es el caso de gigantes estadounidenses como Bank of America, Citigroup o JPMorgan, y lo mismo ocurre con los bancos europeos como Santander, BNP, Deutsche Bank y HSBC. El crecimiento de las entidades es especialmente espectacular en China, donde tienen su sede los cuatro bancos mayores del mundo en depósitos.
Incertidumbres
Al cumplirse 10 años de la catástrofe, el peso del sector financiero en la economía mundial sigue aumentando, incluso por encima del tecnológico. En los 10 primeros lugares de la lista de grandes empresas elaborada anualmente por la revista Forbes hay siete bancos. Solo una compañía, Apple, no es financiera.
Contra la austeridad: Septiembre de 2012: manifestación contra los recortes en el gasto público y la subida de impuestos en Oporto (Portugal). FOTO: 123rf
Por otra parte, la crisis y las soluciones adoptadas han abierto incertidumbres que suponen serias amenazas para la estabilidad de la economía mundial. El economista Sony Kapoor, experto en asuntos bancarios y en la zona euro, destaca cuatro grandes riesgos: un nivel récord del endeudamiento; el volumen extraordinario de las compras de activos por parte de los bancos centrales (la llamada flexibilización o expansión cuantitativa), que ha alcanzado los 15 billones de dólares; la lamentable situación del centro político en favor de los populismos y, en cuarto lugar, el colapso de la confianza y la debilidad del orden internacional por la actitud destructiva de la Administración de Trump, que ha declarado la guerra comercial a China y ha provocado disputas con socios tradicionales como la Unión Europea, México, Canadá y Turquía.
Antón Costas, catedrático de Economía de la Universidad de Barcelona, sostiene que tras casi un siglo de ostracismo, el nacionalismo y el caudillismo han regresado al primer plano político como consecuencia de la tormenta financiera desencadenada hace 10 años. “Desde sus inicios”, escribió Costas en La Vanguardia, “había señales de que no iba a ser una crisis financiera convencional, sino una crisis sistémica que iba a poner patas arriba los sistemas políticos y el orden económico liberal internacional”.
En relación con el fuerte crecimiento del endeudamiento, Kapoor recuerda las reiteradas advertencias del Banco Internacional de Pagos, con sede en Basilea, sobre esta cuestión: el problema no es solo la cantidad, sino también de calidad. Solo hay 11 Estados con la máxima categoría de calificación AAA, y el deterioro continúa.
La preocupación por la creciente masa de deuda total también ha sido señalada por el Instituto Internacional de Finanzas (IIF). Según sus cálculos, la deuda global ascendía a 247,2 billones de dólares a finales del año pasado, frente a 222,6 billones de un año antes. Se trata de una cifra que cuadruplica el PIB mundial. El aumento de la deuda preocupa al IIF por el entorno de subida de tipos de interés que está llevando a cabo la Reserva Federal de EE UU, el ascenso del dólar en los mercados de divisas y la delicada situación en mercados emergentes como Argentina, Turquía, Brasil y Suráfrica.
La deuda aparece como la mayor amenaza al equilibrio económico
Otro riesgo es el avance del populismo y el nacionalismo
La guerra comercial es también un factor de desestabilización
El Gobernador del Banco de Inglaterra, Mark Carney, ha señalado a China, con una deuda equivalente al 300% de su PIB, como la mayor amenaza a la estabilidad financiera y económica mundial. Desde que Trump declaró la guerra comercial al gigante asiático, la divisa china ha perdido un 7% de su valor frente al dólar. Las exportaciones chinas a EE UU (500.000 dólares al año) pueden sufrir un recorte que sería devastador para unas empresas tremendamente endeudadas y para la estabilidad del país.
Si el flujo de capitales desde las economías emergentes hacia EE UU prosigue al ritmo actual, el dólar probablemente seguirá revalorizándose y puede acabar dificultando las exportaciones de la Unión Europea en un momento muy delicado, justo cuando la Eurozona acaba de dar por cerrada la crisis de la moneda única con el final del tercer rescate a Grecia. Italia, en manos de un Gobierno populista y euroescéptico, parece esta vez el eslabón más vulnerable de la cadena debido a su débil crecimiento económico y a una deuda que supera el 130% del PIB.