La carga del hombre blanco // La ayuda ineficaz, casi peor que la indiferencia
Desarrollo: La ayuda internacional ha contribuido a aumentar la esperanza de vida y a una mayor educación en el mundo. Pero la obsesión de Occidente por esbozar planes para erradicar la pobreza puede también cargarse vidas.
La carga del hombre blanco William Easterly Debate, 2015 512 páginas Precio: 22,90 € |
William Easterly ha dedicado buena parte de su vida a estudiar cómo cambiar la realidad de los países menos desarrollados, 16 de los cuales desde el Banco Mundial. Este profesor de Economía del Desarrollo tiene, pues, autoridad para recordarnos aquello de que el infierno puede estar lleno de gente con buenas intenciones.
La carga del hombre blanco nos advierte de que la ayuda puede funcionar como una especie de prolongación de la colonización: Occidente quiere salvar al resto del mundo, incapaz de gobernarse a sí mismo. Su actitud condescendiente encarnada en condiciones cuyo cumplimiento nunca dio los frutos esperados, sumada a una estrategia de transmitir recursos a través de una maraña de organismos y sopas de letras, asesores, diplomáticos -cuando no invasiones militares en nombre de la libertad-, lleva al fracaso.
El libro se centra en el diseño global de la ayuda y las experiencias de algunos países, de Afganistán a Haití y de Irak a Nicaragua o Angola. Pero las reflexiones del autor superan este marco y versan sobre el concepto mismo de democracia.
Leer La carga del hombre blanco puede desanimar en la medida en que la ayuda sigue fluyendo como recompensa a aliados políticos corruptos —”los gángsteres siguen recibiendo mucha ayuda”, escribe Easterly—, pero se agradece también que el libro, más allá de la crítica y la denuncia, formule propuestas y vías de mejora.
En cualquier actuación, el actual director del Development Research Institute de la Universidad de Nueva York recomienda que el donante se haga responsable ante sus beneficiarios, partiendo de la base de que ahora asigna objetivos vagos a múltiples organismos que van a por todos en lugar de especializarse en resolver problemas concretos en países concretos. Además de la asunción de responsabilidades, William Easterly ve imprescindible la búsqueda de soluciones de raíz local. ¿Por qué no preguntar a los países pobres qué es lo que necesitan en lugar de planificar grandes programas y de diseñar grandes organismos que se fijan objetivos grandiosos para que los esfuerzos se hagan visibles ante la opinión pública de los países ricos (y ante sus conciencias)? Hacen falta observadores locales, evaluadores independientes, donantes que rindan cuentas... porque los planificadores no suelen dimitir. La imagen brutal del libro es ésta: 2,3 billones de dólares de ayuda al desarrollo en cincuenta años no han conseguido que todos los niños dispongan de medicamentos que pueden costar 12 centavos de dólar y evitar la mitad de muertes por malaria.