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Estado de alarma europeo

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Es asombroso cómo en España perdemos el tiempo en rencillas grotescas propias de épocas tranquilas, cuando lo que se necesita ante esta crisis es una respuesta extrema del conjunto de la UE.

La presidenta del Banco Central Europeo, Christine Lagarde (izquierda), y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen. FOTO: COMISIÓN EUROPEA

Es verdaderamente asombroso que ante la magnitud del riesgo global que afrontamos -no se ha visto nada igual a escala planetaria desde 1939, cuando estalló la II Guerra Mundial- en este país sigamos enredados en pequeñas cuestiones de quinta división que solo pueden hacer enrojecer ante el reto que tenemos por delante. La cuestión no es si el Gobierno hace esperar unas horas en una rueda de prensa o si ha aplicado un 155 sobre Cataluña al erigirse en mando único ante la crisis, sino a qué estamos esperando para declarar un Estado de emergencia unificado a nivel de la Unión Europea que imponga políticas extremas para invertir la curva de positivos, primero, y aliviar el sufrimiento sanitario y económico de la población, después.

No es cuestión de si es este gobierno o el otro, este partido o aquel. Todos van tarde ante lo que nos viene encima esta misma semana, que es cuando, según expertos de gran prestigio internacional, entramos ya en el riesgo serio de colapso del sistema sanitario ante la avalancha de nuevos casos que han estado propagándose hasta ahora mismo: ayer mismo los Mossos d’Esquadra anunciaron haber intervenido 240 locales de ocio en Cataluña que ignoraron el Estado de alarma en su primera noche. No hay que saber ni de matemáticas ni de ciencia para darse cuenta de que vamos de cabeza a la situación actual de Italia. Pero varios países a la vez. Y todavía no logramos ver dónde están los Winston Churchill, Charles De Gaulle o Franklin Delano Roosevelt de nuestro tiempo.

Es por esto que tiene más sentido aún escuchar a políticos tan experimentados como Jacques Attali, exasesor de François Mitterrand, que lleva días pidiendo una economía de guerra: dejar de lado el manual económico para tiempos de paz y poner el Estado al mando de una economía que se centre exclusivamente en tratar de salir de esta y aliviar la vida de la gente. Si en la guerra hacían falta obuses, pues el Estado se ponía a fabricarlos sin esperar que el mercado los proporcionara, puesto que estaba en riesgo la vida de la población. Exactamente como ahora, aunque esta vez lo que hay que producir, por suerte, son respiradores, mascarillas, medicamentos, etc. ¿A alguien de verdad le puede importar la inflación, el déficit o la deuda mientras las urgencias se colapsan y peligra la vida de miles de personas?

Algunos países están ya avanzando en esta dirección. El Financial Times explica que Alemania dispone de 25.000 respiradores y ha encargado 10.000 más, pero además se ha propuesto vetar los intentos de EEUU de adquirir la compañía farmacéutica CureVac, que trabaja en una vacuna contra el coronoavirus. Esto es economía de guerra: lo impensable en tiempos de paz. A lo mejor el Churchill moderno será ahora una mujer y resulta que se llama Angela Merkel. Va tarde, pero ojalá.

El problema añadido para Merkel o cualquier líder europeo es que además no cuenta ni siquiera con el control del Banco Central Europeo, que debería ponerse también en modo Economía de guerra para financiar la ingente movilización de recursos que será necesario ante el shock sanitario y económico que se avecina. Pero la construcción europea se hizo pensando que ya en sí misma iba a garantizar que no habría nuevas guerras nunca jamás, y resulta que esta institución financiera, absolutamente clave para momentos como el actual, es independiente de los gobiernos y tiene como gran función luchar contra la inflación.

De verdad: ¿qué nos importa la inflación en estos momentos? Necesitamos un Estado de alarma, pero a nivel europeo. Y ya mismo: hay muchísimas vidas en juego.