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2. La casa de Marina

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La casa de Marina

Fotografía
Marc Javierre-Kohan

El pájaro de fuego bate sus santísimas alas de pájaro iluminado. En los cuentos de hadas de Europa del Este, estos fénix que parecen grifos o doncellas o diablos echan miradas ultravioletas del color del marabú.

Un pájaro de fuego colorea con lápices Stabilo una persona que no es tan mayor, porque joven se siente. Marina Gimeno (Barcelona, 1929), curiosa, avispada y desacomplejada, ha sido operada de una válvula aórtica, la válvula del corazón; la cadera está a punto de hacerle crac y el lumbago la deja chafada. Se le suma los treinta y pico grados del calor de julio y agosto. “Esto es con lo único que me entretengo. Durante la pandemia, me aburría una cosa mala y me regalaron este cuaderno”. Se trata del Libro de colorear. Terapia de relajación antiestrés.

Vecina de una finca de cinco plantas en la calle del Mar, María apenas ha salido de la Barceloneta. Y cuando lo ha hecho, de jovencita, ha sido para irse bien lejos, a Rumanía o Inglaterra. Pinta en la cocina, que no se ha tocado en treinta años. En uno de los fogones, una olla se calienta con unas llamas bajitas, cuatro velitas que se empujan para ver quién es la más alta. En los años del franquismo, o justo después, el marido tiró la pared del habitáculo aledaño a la cocina y así se agrandó un espacio para que cupieran tres sillas y una repisa con maquetas de goletas.

Mientras cocina y viste de rojo borgoña las plumas del pájaro mandala, piensa en lo que habría dejado atrás si hubiera tenido que irse de su pisito de cuarenta metros cuadrados bien aprovechados, su casa desde 1934.

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La casa de Marina