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Filmar la vida en tiempos de Uber

En su última película, Ken Loach explora la vida cotidiana de una pareja de trabajadores uberizados: Ricky, repartidor, y Abby, ayuda a domicilio con un contrato “cero horas”. Entrevista con un cineasta que a los 83 años tiene la energía incólume. 

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Diciembre 2019 / 75
Ken Loach

¿Por qué ha elegido usted el oficio de repartidor para mostrar cómo la autonomía que se promete al denominado falso autónomo es una trampa?

Ken Loach: Muchas de las historias que escuchamos mientras estábamos escribiendo el guion implicaban a los repartidores: su profesión es especialmente vulnerable. No queríamos rodar dentro de un centro de distribución porque hubiera exigido un disponer de un espacio inmenso que hubiera superado el presupuesto con que contábamos. Y la ventaja de un repartidor es que circula, encuentra a todo tipo de personas, lo que permite esbozar un retrato de la ciudad y mostrar toda una paleta de habitantes a través de los destinatarios de los paquetes: el hombre inválido al que Ricky ayuda a llevar sus bolsas, el hincha de fútbol…

¿Pretendía que nos sintiéramos culpables por pedir productos por internet?

El fenómeno que hemos querido mostrar no pertenece al ámbito de la moral individual. Se trata de esa gran transformación del mundo laboral que se traduce en el paso de empleos fijos, con una duración de ocho horas diarias, que permiten satisfacer las necesidades de la familia, proyectarse al futuro y encontrar una vivienda, unos empleos inestables, sin garantías, en los que se trabaja 12 o 14 horas diarias para lograr una remuneración mínima, sin derecho al paro, a tener vacaciones pagadas o a seguir cobrando cuando uno está enfermo. En resumen, unos trabajos en los que todos los riesgos recaen sobre el trabajador. Además, ese traspaso de poder hacia los empleadores impide funcionar a los sindicatos: lo intentan, pero no logran implantarse entre esos trabajadores.

Empleos sin garantías, de 12 a 14 horas diarias y remuneración mínima

El lugar que ocupan las nuevas tecnologías también es un aspecto importante de la película…

En mi opinión, la tecnología es neutra. Sus efectos dependen de quién la posee y de quién se beneficia de su uso. El detector de la camioneta de Ricky le controla, permite saber en todo momento dónde está y verificar en tiempo real que cada entrega se ha realizado correctamente. Hace pensar en los verdugos que azotaban a los esclavos en las galeras. En cierto modo es peor que el capataz en las cadenas de producción. Pero no hay ningún determinismo. En el Reino Unido, por ejemplo, Correos, al que pertenece toda la red telefónica, ha sido privatizado y, en mi opinión, la tecnología debería pertenecer al pueblo. 

¿Su cine es político?

Toda película es un acto político. Lo que pasa es que esta dimensión es más visible en unas que en otras. Intento que las mías estén conectadas a movimientos políticos y sindicales. Yo, Daniel Blake y esta última han coincidido con la ascensión de Jeremy Corbyn a la dirección del partido laborista. Se trata de un líder diferente a los precedentes, un auténtico hombre de izquierda. Por eso le apoyo. En este contexto, pues, y para responder a su pregunta, mis dos últimas películas son las más directamente políticas.