Ken Loach, contra el capital
El director británico plasma en su nuevo film lo deshumanizante que se ha convertido el mundo actual en materia de derechos laborales.
El veterano Ken Loach vuelve a agitar conciencias con su nueva película, Sorry we missed you, que le ratifica como uno de los grandes cineastas del cine social. Tras su paso por el Festival de Cannes y el Festival de San Sebastián, este drama británico llegó a los cines españoles el pasado 31 de octubre. La historia se centra en una familia cotidiana que intenta sobrevivir con las nuevas reglas impuestas por un capitalismo cada vez más asfixiante, que acaba pasando factura en sus estresadas vidas.
Si ya en Yo, Daniel Blake nos mostraba la parte más dura de las personas que se ven abocadas al paro, aquí nos presenta una familia a la que le sobran horas de trabajo. Y, por ende, le faltan horas para vivir. En Sorry we missed you, la máxima de “vivir para trabajar” en vez de “trabajar para vivir” toma más sentido que nunca. Tristemente, más de uno se habrá sentido identificado con algunas escenas (o toda la película, los más desafortunados), pero he aquí uno de los grandes méritos de Loach: aunque sus detractores le acusen de exagerado o alarmista, sus filmes siempre beben de la realidad y destilan un poso de veracidad y credibilidad que remueve las entrañas.
Loach muestra hasta qué punto deshumanizante se ha convertido el mundo actual en cuanto a derechos laborales se refiere. Las empresas ya no consideran al trabajador como un empleado, sino como un franquiciado o asociado, con todo lo que ello supone: no pagar seguridad social, ni festivos ni horas extras. De repente, la precariedad se normaliza y empiezan a proliferar los trabajadores pobres. Dejan de existir las jornadas laborales de ocho horas y comienzan a aparecer los contratos de horas determinadas o, peor, de cero horas (cobrando solo por servicio trabajado).
Con una familia más cerca de escenificar una empresa en la que todo el mundo tiene su papel, se hace difícil seguir adelante como si nada cuando uno de los engranajes deja de funcionar como debería. A un padre que se ha vuelto autónomo por necesidad y a una madre que atiende ancianos a domicilio, se les suma un hijo adolescente que se indigna ante lo que ve en su casa y lo saca como puede. Algunos jóvenes se hacen grafiteros, otros fuman marihuana, otros se beben las fiestas… Al final el resultado suele desembocar en un mal comportamiento escolar que luego lleva a un conflicto familiar. Ese es el inicio del desmoronamiento de ese perverso sistema en el que se ha convertido la familia: todas las horas ordenadas para cumplir con las exigencias de un mundo laboral insaciable y extremadamente exigente con sus trabajadores.
¿Y cómo hacer entender a un chaval de apenas 15 años que su futuro está en atender aquellas más que probables aburridas clases a diario? ¿Cómo, cuando los hermanos de sus amigos han logrado sacarse una carrera y han acabado en el supermercado de enfrente o en una oficina vendiendo seguros sin quererlo? Sin intención de desmerecer estas profesiones, estos jóvenes lo ven como un fracaso al no dedicarse a lo que desean y tampoco obtener un buen sueldo como recompensa. La sociedad, no solo británica, sino europea en general, ha sido incapaz de generar casos de éxito que sirvan de ejemplo a generaciones venideras. Seguir las pautas marcadas de anteriores épocas ya no es de utilidad. Películas como las de Ken Loach permiten plasmar el momento actual y generar un debate en torno a nuestro presente con miras hacia el futuro al que nos gustaría ir encaminados. Y, de paso, con ello contribuir a que su próximo film arroje algo de luz y esperanza a nuestro planeta.