Por una unión política del euro
Manifiesto para sacar a europa del atolladero reforzando y democratizando la eurozona, con un parlamento propio, un solo impuesto de sociedades y deuda mutualizada parcialmente.
LEGITIMIDAD Imagen de la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Foto: PARLAMENTO EUROPEO
La Unión Europea está atravesando una crisis existencial, como pronto nos recordarán, brutalmente, las elecciones europeas. Ello afecta sobre todo a los países de la zona euro, envueltos en un clima de desconfianza y en una crisis, que está muy lejos de haber finalizado. Mientras persista el paro y aceche la deflación, sería erróneo imaginar que lo peor ha pasado.
Por esta razón acogemos con el mayor interés las propuestas formuladas a finales de 2013 por nuestros amigos alemanes del grupo de Glienicke con vistas al fortalecimiento de la unión política y presupuestaria de los países de la zona euro. Si no nos unimos a tiempo para llevar nuestro modelo de sociedad a la globalización, terminará por ganar la tentación del repliegue nacional, lo cual engendrará frustraciones y tensiones que harán palidecer las actuales dificultades de la unión. En ciertos aspectos, la reflexión europea está mucho más avanzada en Alemania que en Francia. Economistas, politólogos, periodistas y, ante todo, la ciudadanía francesa y europea no aceptamos la resignación que hoy paraliza a nuestro país. Con este manifiesto queremos contribuir al debate sobre el futuro democrático de Europa.
Es hora de reconocer
Admitámoslo: las actuales instituciones europeas son disfuncionales y es necesario repensarlas. Una moneda única con dieciocho deudas públicas diferentes sobre las que los mercados pueden especular libremente y dieciocho sistemas fiscales y sociales en competencia desatada los unos con los otros no funciona y no funcionará jamás. Los países de la zona euro eligieron compartir su soberanía monetaria y, por lo tanto, renunciar al arma de la devaluación unilateral, sin dotarse por ello de nuevos instrumentos económicos, sociales, fiscales y presupuestarios comunes. Quedarse en ese ínterin es la peor de las situaciones.
Un impuesto de sociedades común
Nuestra primera propuesta concreta es que los países de la zona euro, empezando por Francia y Alemania, deben establecer un impuesto común sobre los beneficios de las sociedades (IS). Aislado, cada país ve cómo le toman el pelo las multinacionales que se aprovechan de los fallos entre las diversas legislaciones nacionales para no pagar ningún impuesto en ninguna parte. En este asunto, la soberanía nacional se ha convertido en un mito. Para luchar contra la optimización fiscal, hay, pues, que delegar en una instancia soberana europea la función de determinar una base imponible común lo más amplia posible y rigurosamente controlada. Cada país puede seguir fijando su propio tipo sobre esa base común, con un mínimo del orden del 20%, con un componente adicional de recaudación federal de alrededor del 10%. Esto permitiría alimentar un presupuesto de la zona euro.
Como indica, con razón, el grupo de Glienicke, semejante capacidad presupuestaria permitiría a la zona euro impulsar la reactivación y la inversión, especialmente en lo referente al medioambiente, las infraestructuras y la formación. Pero, a diferencia de nuestros amigos alemanes, nos parece esencial que ese presupuesto de la zona euro se alimente con un impuesto europeo y no con las contribuciones de los Estados. A partir de ahí, hay que generalizar en la eurozona un intercambio automático de informaciones bancarias y comprometer una política concertada de restablecimiento de la progresividad del impuesto sobre la renta y sobre el patrimonio. Y a la vez, llevar a cabo una política activa de lucha contra los paraísos fiscales de fuera de la zona. Europa debe aportar justicia fiscal a la globalización.
Un Parlamento para la zona euro
Nuestra segunda propuesta, la más importante, deriva de la primera. Para votar la base imponible del impuesto de sociedades y, desde un punto de vista más general, para debatir y adoptar democráticamente y soberanamente las decisiones fiscales, financieras y políticas comunes que en el futuro se decida establecer, hay que instaurar una Cámara parlamentaria de la zona euro. En esto también estamos de acuerdo con nuestros amigos alemanes del grupo de Glienicke, que, sin embargo, dudan entre dos fórmulas: un Parlamento de la zona euro que agrupe a los miembros del Parlamento Europeo de los países afectados (una subformación del Parlamento Europeo reducida a los países de la zona euro); o una nueva Cámara, que reúna a parte de los diputados de los parlamentos nacionales. Por ejemplo, 30 diputados franceses procedentes de la Asamblea Nacional, 40 diputados alemanes procedentes del Bundestag, 30 diputados italianos, etcétera, en función del peso demográfico de cada país, según un principio muy simple: un ciudadano, un voto.
Esta segunda opción, que recupera la idea de Cámara Europea lanzada en 2011 por Joschka Fisher, es, en nuestra opinión, la única fórmula que permite avanzar hacia la unión política. Apoyándose en las soberanías parlamentarias nacionales, sí se puede edificar una soberanía parlamentaria europea compartida. Un ministro de Finanzas de la zona euro y, a la larga, un auténtico Gobierno europeo, rendirían cuentas ante esta Cámara Europea.
Esta nueva arquitectura democrática de Europa nos permitiría por fin salir de la inercia actual y abandonar el mito según el cual, el Consejo Europeo podría hacer las veces de segunda Cámara que representa a los Estados. Para pasar, por fin, a la regla de la mayoría en lo referente a las decisiones fiscales y presupuestarias que los países de la zona euro decidan compartir hay que crear una auténtica Cámara Europea en la que cada país esté presente a través de unos diputados que representen todo el espectro político y no por un único jefe de Estado.
Mutualizar parcialmente las deudas
Nuestra tercera propuesta tiene que ver directamente con la crisis de la deuda. Estamos convencidos de que la única manera de salir definitivamente de la crisis es poner en común las deudas de los países de la zona euro. En caso contrario, volverá una y otra vez la especulación sobre los tipos de interés. La mutualización de las deudas ha comenzado de hecho con el Mecanismo Europeo de Estabilidad, la Unión Bancaria en gestación, o las Transacciones Monetarias Directas (OMT por sus siglas en inglés) del Banco Central Europeo (BCE). Hay que aclarar lo antes posible la legitimidad democrática de esos mecanismos.
Para ir más lejos, hay que partir de la propuesta de los “fondos de redención de las deudas europeas”, hecha a finales de 2011 por los economistas que aconsejan a la cancillería alemana, con el fin de poner en común todas las deudas que superen el 60% del PIB en cada país. Y añadirle una dimensión política.
Un ministro de Finanzas de la zona euro rendiría cuentas ante la Cámara Europea
No debatir cómo se organiza la democracia es aceptar la supremacía de los mercados
No se puede, en efecto, decidir con 20 años de anticipación a qué ritmo un fondo determinado se reducirá a cero. Solo una instancia democrática como la Cámara Europea surgida de los parlamentos nacionales será capaz de fijar cada año el nivel de déficit común en función, fundamentalmente, de la coyuntura.
Con demasiada frecuencia se rechaza el debate sobre las instituciones políticas europeas por considerarlo técnico o secundario. Pero negarse a debatir la organización de la democracia significa aceptar que las fuerzas del mercado y de la competencia son todopoderosas. Significa abandonar toda esperanza de que la democracia vuelva a tener el control del capitalismo en el siglo XXI.
Es posible cambiar los tratados
Muchos se opondrán a nuestras propuestas con el argumento de que es imposible cambiar los tratados, y de que el pueblo francés no desea profundizar en la integración europea. Son unos argumentos tan falsos como peligrosos. Permanentemente se están modificando los tratados como vimos en 2012: apenas se tardó seis meses en hacerlo, aunque esa reforma solo ha profundizado en un federalismo tecnocrático e ineficaz.
Proclamar que la opinión pública no quiere la Europa actual y deducir de ello que no hay que cambiar nada esencial sobre su funcionamiento e instituciones es incoherente. Cuando, en los próximos meses, el Gobierno alemán haga nuevas propuestas de reformas de los tratados, nada nos dice que vayan a ser más satisfactorias que las de 2012. En lugar de esperar con los brazos cruzados, debemos entablar un debate constructivo en Francia para que Europa sea, por fin, social y democrática.
Firman
Florence Autret es escritora y periodista
Antoine Boizo es director del Institut des Politiques Publiques
Julia Cagé es economista en la Universidad de Harvard y en la École d’Économie de Paris
Daniel Cohen es profesor en la École Supérieur y en la École d’Économie de Paris
Anne-Laure Delatte es economista en el Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS) de Francia, en la Universidad de París X y en el Observatoire Français des Conjonctures Économiques (OFCE)
Brigitte Dormont es profesora en la Universidad París Dauphine
Guillaume Duval es redactor jefe de Alternatives Économiques
Philippe Frémeaux es presidente del Institut Veblen
Bruno Palier es director de investigación en el CNRS, y profesor en Sciences Po
Thierry Pech es director general de Terra Nova
Thomas Piketty es director de estudios en la École des Hauts Études en Sciences Sociales (EHSS) y profesor en la École d’Économie de Paris
Jean Quatremer es periodista
Pierre Rosanvallon es profesor en el Collége de France y director de estudios en la EHSS
Xavier Timbeau es director del departamento de Análisis y Previsión del OFCE, y profesor en Sciences Po
Laurence Tubiana es profesor en Sciences Po y presidente del Institut du Développement Durable et des Relations Internationales (Iddri)
Para saber más
Texto completo del manifiesto en :
www.alternativaseconomicas.coop
Manifiesto de los grupos Glienicke y Eiffel:
www.glienickergruppe.eu y www.groupe-eiffel.eu
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Escriben: Josep Borrell, Xavier Vidal-Folch, José María Zufiaur, Andreu Missé, Joan Junyent Tarrida, Astrid Agenjo Calderón y Samuel Martín-Sosa.