El freno y el acelerador
De la economía se pueden decir muchas cosas, casi todas malas. Pero no que es predecible. ¿Alguien se habría atrevido a profetizar, hace un año, el brutal aumento de los precios de la energía? Pues eso. Ahora tenemos un poco de inflación, algo que sí podía adivinar cualquier atontado (yo mismo, sin ir más lejos), y la cosa no parece grave por el momento, salvo para los alemanes, cuyo corazón fibrila en cuanto la línea de los precios deja de ser completamente horizontal.
De la economía se pueden decir muchas cosas, casi todas malas. Pero no que es predecible. ¿Alguien se habría atrevido a profetizar, hace un año, el brutal aumento de los precios de la energía? Pues eso. Ahora tenemos un poco de inflación, algo que sí podía adivinar cualquier atontado (yo mismo, sin ir más lejos), y la cosa no parece grave por el momento, salvo para los alemanes, cuyo corazón fibrila en cuanto la línea de los precios deja de ser completamente horizontal.Tenemos asegurada la murga del Bundesbank durante unos cuantos meses. Tampoco es grave; de hecho, constituye una hermosa tradición del folclore monetario europeo.
Conductores suicidas
Lo interesante es el contexto. Hay necesidad de mantener bajo control la inflación y, a la vez, necesidad de estimular el consumo y el crecimiento tras el bajonazo pandémico. Ocurre que para satisfacer una de esas necesidades hay que agravar la otra. En términos que los banqueros centrales prefieren no utilizar, porque todos entenderíamos que lo que hacen es relativamente elemental, las circunstancias aconsejan pisar al mismo tiempo el freno y el acelerador. Solo los conductores suicidas son partidarios de esa maniobra.
La estanflación es para los bancos centrales lo que un cólico nefrítico para las personas
Que no se desmaye el crecimiento, porque entonces veremos pánico
Como se sabe, en las circunstancias mencionadas los banqueros centrales prefieren no hacer nada. Sobre todo, evitar las contradicciones. En un entorno económico impredecible, la política monetaria aspira a ser rigurosamente predecible. Ni alarmas ni sobresaltos. Ni subir los tipos de interés para sosegar la inflación ni seguir bajándolos hasta el segundo sótano, como han hecho en la última década. Tranquilidad. Y exhibir una sonrisa sarcástica (cruzando los dedos) cuando alguien habla del riesgo de estanflación.
La estanflación es para las autoridades monetarias lo mismo que un cólico nefrítico para el común de los mortales: un dolor tremendo. El palabro mezcla estancamiento e inflación, los dos factores que arrasaron las economías occidentales a partir de 1973, cuando el primer shock petrolero. Desde luego, en este momento no se da esa combinación horrible: la economía crece deprisa, en algunos lugares más, en otros menos. Pero quién sabe. Aunque ahora la doble necesidad de mantener un crecimiento fuerte y vigilar la inflación requiere eso imposible de pisar a la vez el freno y el acelerador, ningún indicador está en rojo y se puede no hacer ni una cosa ni otra e ir tirando.
Que no se desmaye el crecimiento, porque entonces veremos pánico. Y encontraremos la palabra “estanflación” hasta en el cajón de los calcetines.