En inglés, la palabra work procede del término protogermánico werka, que significa “esfuerzo físico”. En italiano, lavoro viene del término latino labor, que significa “cansancio”. Hasta aquí, todo normal, ¿no? La gracia de la lengua castellana es que, en el caso que nos ocupa, parece ajustarse perfectamente a la actual realidad del mercado laboral español. Trabajo viene del latín trepaliare, una expresión popular que hace referencia a la acción de torturar con un tripalium. Y ojo, que el tripalium no era cualquier cosa: tres palos cruzados a los que se ataba al reo para, por ejemplo, asarlo a fuego lento, o cualquier otra sevicia que se le ocurriera al torturador.
De traca
Si nos referimos a empleos normales (no a futbolistas de élite, altos ejecutivos o mayoristas de sustancias prohibidas), la economía internacional lleva décadas devaluándolos. Como si el trabajo fuera el único factor cuyos costes pueden reducirse a voluntad. El presidente de Estados Unidos, Joe Biden, resultó casi enternecedor el otro día, cuando los empresarios se le quejaron de las dificultades que sufrían para encontrar mano de obra: “Ofrezcan mejores salarios”, les susurró. Las cosas han llegado a tal punto que hace falta subrayar lo obvio.
Lo de España, desde 2008, es de traca. La palabra mileurista, que antes de la gran crisis tenía un significado negativo bordeando lo despectivo, ahora se pronuncia hinchando el pecho. Ahí es nada, sacarse 1.000 euros mensuales. La normalidad, ahora, y ya veremos cuando se establezca al fin la nueva normalidad pospandémica, consiste en cobrar 600 euros con jornadas largas y sin derecho a rechistar. Como también hemos convertido en normal lo de trabajar sin cobrar (ganas “experiencia” o “visibilidad”, dicen), pues a conformarse.
Como resultado, no inserimos a los jóvenes en el mercado de trabajo. Lo que hacemos es atarlos al tripalium y someterles a perrerías; a los jóvenes y a los no tan jóvenes. Como resultado de ese resultado, tenemos una sociedad de dos velocidades o dos realidades: la realidad real, en la que algunos viven muy bien y otros van tirando, y la realidad surreal, en la que te gastas todo el salario en el alquiler de un cuchitril. El cuadro macroeconómico refleja unas desigualdades crecientes. En lo micro, en la vida de cada uno, lo que hay es angustia y frustración.
A estas alturas, cabe sospechar que el maná de los fondos europeos servirá mayormente para hacer más ricos a los ya muy ricos. Debería utilizarse, sin embargo, para adecentar los sueldos y los derechos laborales. Por pura precaución: la gente aguanta hasta que explota.
Hace falta trabajo, no trepalium.