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Las ideas estúpidas

Las ideas estúpidas son prácticamente inmortales. Da igual que se demuestre una y otra vez, con fracasos rotundos, su estupidez esencial: al cabo de un tiempo resurgen como nuevas. Es el caso de las operaciones coloniales con supuesto afán civilizatorio. 

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Septiembre 2021 / 94

Las ideas estúpidas son prácticamente inmortales. Da igual que se demuestre una y otra vez, con fracasos rotundos, su estupidez esencial: al cabo de un tiempo resurgen como nuevas. Es el caso de las operaciones coloniales con supuesto afán civilizatorio. Véase Afganistán. O Irak. Cuando George W. Bush, presidente de una de las más siniestras administraciones estadounidenses, propuso enviar por ahí fuerzas expedicionarias para acabar con el terrorismo, arreglar el mundo y, de paso, dar negocio a las industrias de las armas y el petróleo, sus aliados (con la relativa excepción de Francia) se sumaron gozosamente. La cosa acabó como tenía que acabar: mal. Pero no se preocupen. El regreso de esa idea estúpida es una cuestión de tiempo.

Ya sabemos que privatizar la electricidad no resolvió nada

Muchos gobernantes acabaron cobrando de las empresas

Algo parecido ocurre con los servicios públicos. Hace casi 40 años, la Unión Europea, fascinada por el catecismo neoliberal que impartían Ronald Reagan y Margaret Thatcher (y camelada por los lobbies de banqueros y abogados) decidió que privatizar sectores estratégicos, como la generación y distribución de energía, constituía la solución para casi todo. Los erarios iban a recibir dinero y reducir su endeudamiento, las empresas iban a ser más rentables y los consumidores iban a pagar menos.

Iban, pero no fueron. Quienes se tragaron el credo neoliberal, como los sucesivos gobiernos españoles (a diferencia de Francia e Italia, donde el Estado sigue controlando la electricidad), han comprobado que el invento no funciona. Igual que lo comprueba el ciudadano con cada factura.

Puertas giratorias

No seamos ingenuos. Muchos de los gobernantes españoles que hicieron apostolado privatizador acabaron cobrando de las empresas privatizadas. Como suele ocurrir, mientras se predicaba una religión (la neoliberal en el caso que nos ocupa) se aumentaban los patrimonios particulares, los de los políticos y, en sumas colosales, los del oligopolio eléctrico.

Bien. Ya sabemos que privatizar no resolvió nada. Era obvio desde el principio que meter en una misma frase “competencia” y “oligarquía” daba como resultado un hermoso oxímoron y un desastre. Pero, como las aventuras militares civilizatorias, la tontería neoliberal y privatizadora siempre estará ahí. Porque al poder le interesa y porque Albert Einstein tenía razón. Conviene recordar con frecuencia aquel sarcasmo einsteniano: “Dos cosas son infinitas: la estupidez humana y el universo; y no estoy seguro de lo segundo”.