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Un refugio para los trabajadores que el sistema educativo rechaza

Decenas de escuelas de nuevas oportunidades ofrecen en toda España una atención mucho más cuidadosa y personalizada a cientos de jóvenes que luchan por recuperar la confianza en sí mismos.

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Profesor con indicaciones a alumnos en prácticas

Omar Cheiku tenía 18 años cuando entró en la escuela de segunda oportunidad El Llindar, en la provincia de Barcelona. Entonces, ni siquiera tenía la residencia. Solo contaba con el pasaporte senegalés y unas ganas infinitas de aprender catalán y castellano para poder ponerse a trabajar lo antes posible. En el centro se encontró con decenas de alumnos como él, junto a quienes constató cómo es otra forma de educación. Allí donde no llega la escuela ordinaria, donde no hay tiempo ni medios para acompañar a las personas con menos recursos y situaciones inestables, las escuelas de segunda oportunidad se convierten en el trampolín imprescindible para que miles de jóvenes en España encuentren un futuro digno.

La Fundación El Llindar empezó a andar hace casi dos décadas, con ocho chavales en las aulas. Ahora, pasan hasta 470 cada año. “Es una escuela de nuevas oportunidades. Aquí vienen chicos y chicas con vivencias poco o nada positivas al sistema educativo, donde sufren mucho porque no hay un lugar para ellos”, relata Begonya Gasch, fundadora y actual directora general de esta entidad.

Jóvenes de entre 13 y 25 años se encuentran cada día en esta escuela de Cornellà de Llobregat, unidos por la herida que les ha dejado el paso por la escuela normativa. “También tienen vidas muy complicadas. Si hay 470 alumnos, hay 470 biografías rotas y duras por atender”, añade. El centrifugado que el sistema educativo practica al por mayor golpea irremediablemente a estos jóvenes, que llegan a pensar que no son nadie, que no tienen derecho a un futuro, que han dejado de soñar.

“Algunos tienen conductas que, en ocasiones, se traducen en expulsiones de los centros de donde provienen. No se trata de defender a nadie, sino de ser conscientes de que tenemos unas escuelas que no acaban de dar respuesta a lo que algunos chicos necesitan, de ahí el nivel de abandono escolar tan alto que hay en Cataluña”, explica Gasch.

Más allá de la ESO

En El Llindar se pueden sacar el título de la ESO, pero también ir más allá y formarse laboralmente en imagen personal, mecánica, restauración y fabricación digital. "Nuestra idea es ofrecer itinerarios largos, flexibles y personalizados", dice la directora general de la fundación. Así postulan la política educativa frente al sistema ordinario, que siempre ha abordado el fracaso con programas cortos y rápidos.

El éxito pasa, al mismo tiempo, por saber leer la psicología de todos y cada uno de los usuarios. “Llegan pensando que no son nadie, que son invisibles, y nos lo hacen saber de la peor forma posible. Cuando un chaval molesta, lo que nos está diciendo es que está ahí, que lo miramos”, analiza Gasch. Por eso, un clima que cura, con miradas amables, consigue que los jóvenes salgan del lugar de víctima del que provienen, en muchos casos una tarea más fácil que dejar atrás el circuito de abandono escolar. En El Llindar, el 68% de los alumnos tiene una salida positiva: o bien insertados en el mercado laboral o bien continuando la formación después de dejar la escuela atrás.

En este porcentaje se encuentra Cheiku, el joven de 25 años que, gracias a esta escuela de segunda oportunidad, ha encontrado la forma de ganarse la vida en España. “Seguí todas las fases que hay, incluso empecé a trabajar en el restaurante-escuela de la fundación. Cuando tuve los papeles en regla, me contrataron. Ahora estoy como segundo maître de sala en La Pau, el restaurante que abrieron en Barcelona”, dice.

Natural de Senegal, afirma que le costó adaptarse a los ritmos y el idioma a su llegada. “Me imaginaba otra Europa, como la que nos enseñaban de pequeños por pantalla, que era un paraíso. Lo primero que intenté fue integrarme, lo que no quiere decir que deba cambiar. Yo soy senegalés, africano, y pese al racismo que hay en la sociedad, quiero lo que soy, pero también me integro aquí por respeto a la cultura donde estoy”, explica.

Romper con el círculo de pobreza

En estos centros suele haber más hombres que mujeres, aunque la diferencia tampoco es muy significativa. Esto sostiene a Marta Martínez, directora de programas socioeducativos de la Fundación Tomillo de Madrid. “En estas escuelas hay mucho talento joven desperdiciado porque no tenemos un sistema que les entienda, les fortalezca y les haga crecer”, lamenta.

En este caso, la salida positiva de los usuarios se sitúa en el 60%: “Para conseguirlo, primero debemos romper el círculo de la pobreza en el que están inmersos la mayoría de estudiantes”, añade Martínez. Una vez conseguido, estas fundaciones tienen alianzas con el sector empresarial para que los jóvenes puedan realizar las prácticas en sus centros de trabajo, siempre con la intención de acabar siendo contratados.

En la Fundación ITER, en la Comunidad de Madrid, ofrecen formaciones más cortas debido a la situación en la que se encuentran los estudiantes: “Viven en una situación de necesidad extrema, así que no pueden permanecer uno o dos años formándose porque no tienen medios para mantenerse”, indica Inmaculada Iglesias, responsable de comunicación y diseño de proyectos de la entidad.

Esta fundación se alinea con las escuelas de segunda oportunidad, aunque no cumpla los requisitos para ser una oficialmente. “Tenemos un enfoque de la enseñanza centrada en las necesidades y habilidades de los jóvenes, e intentamos estimular un aprendizaje más activo. De media, tardamos unos dos meses en insertar a los chicos. Es una formación muy intensa para que se motiven y vean que son capaces”, se explaya.

En lo que va de 2023, la Fundación ITER ha conseguido más de 400 inserciones laborales, según Iglesias. “También nos dedicamos a la integración sociolaboral. En estos últimos tiempos, cada vez nos llegan más jóvenes con la salud mental tocada, así que tenemos acuerdos con un gabinete psicológico para que los atiendan”, añade.

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Joven en almacén
Un joven aprende a trabajar en un almacén.

En ocasiones, es la Administración pública quien impulsa este tipo de escuelas, como ocurre con la de Barcelona, que depende del ayuntamiento de la ciudad. "En nuestro caso, somos el paso previo a las otras escuelas de segunda oportunidad", explica Johnny Mansilla, director de la institución. "Nuestra función principal es luchar contra el abandono escolar prematuro, así que sobre todo tratamos con jóvenes de 16 a 21 años", señala.

El itinerario consta de dos años. Durante el primero, los alumnos pasan por varios módulos para saber realmente a qué quieren dedicarse. En la segunda fase, comienzan las formaciones específicas, con una oferta de hasta 14 diferentes, mediante las cuales se puede sacar al graduado de la ESO o presentarse a una prueba de acceso de grado medio, por ejemplo. La escuela de segunda oportunidad del Ayuntamiento de Barcelona logró, en 2022, que de 104 usuarios, 84 retornaran al sistema educativo.

Vínculos con el profesorado

Cristian Ayala es uno de esos jóvenes que no tuvo una infancia y adolescencia fáciles. “Había tenido problemas con las drogas, no tenía vínculo familiar… Mi situación no era demasiada propicia para estudiar”, recuerda este chico de 30 años. Con 13 años acabó en El Llindar y allí se decantó por ser electricista. “Estuve trabajando en varios sitios, incluso en la fundación, y me decidí a estudiar algo más. Ahora tengo todos los carnets de instalador, llevo varios años trabajando en una empresa del sector del mantenimiento y estoy muy contento”, relata.

Aún recuerda cuando, en la escuela, no paraban de expulsarle por mal comportamiento. “Hacía follón en clase, pero era un niño con problemas. Y desahogas tus problemas en clase porque no hay otro sitio, no hay nadie que pueda ayudarte”, rememora Ayala. Cuando llegó a la entidad, el futuro se iluminó: “Me ha marcado toda la vida. Con mi profesor de electricidad tengo un gran vínculo, es como si fuera mi padre en ese aspecto”.

Él es sólo uno de los miles de salidas positivas que hay cada año en España gracias a las escuelas de segunda oportunidad, centros cuyo reto se resume en volver a soñar con una vida digna. Una vida, por tanto, en la que los alumnos establecen sus designios. “Cuando llegué a Europa mi idea era venir para aprender, pero no quedarme para siempre. Algún día volveré a mi tierra y compartiré todo lo que he aprendido. Sueño con abrir una escuela con El Llindar en Senegal, un centro de formación profesional totalmente gratuito para acercar la oportunidad a mis hermanos y hermanas que no han podido llegar hasta aquí y aprender todo lo que yo ahora sé”, concluye Cheiku.

Publicado en lafabricadigital.coop el 23 de junio de 2023