De entre las incertidumbres asociadas a la irrupción en el escenario público de la inteligencia artificial (IA) y los grandes modelos de lenguaje como ChatGPT, una de las que genera mayor inquietud es su incidencia en el futuro del trabajo. Es lógico. Las relaciones entre tecnología y trabajo han sido a menudo conflictivas desde el principio de la Revolución Industrial. Si bien el vínculo entre el crecimiento de la economía y la introducción de avances tecnológicos es evidente, el análisis económico, incluyendo los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística (INE), muestra una tendencia clara a la reducción del peso de los salarios en el PIB. En otras palabras, excepto en situaciones de emergencia como las generadas por la pandemia o la crisis de 2008, la retribución de los trabajadores no crece al mismo ritmo que lo hacen ni la economía ni la productividad.
Es razonable el temor a que la desconexión entre beneficios y salarios se acentúe a medida que se generalice el uso de herramientas avanzadas de IA. La práctica de sustituir a personas por máquinas en los procesos de producción tiene décadas de historia. Es pues fácil de prever que la disponibilidad autómatas como ChatGPT y similares catalice una nueva oleada de automatización, esta vez enfocada a actividades intensivas en conocimiento más que a las actividades fabriles.
Los datos iniciales arrojan alguna sorpresa. En tanto que la automatización industrial afectó sobre todo a los trabajos de menor cualificación, los primeros datos sobre el efecto de la adopción de los asistentes conversacionales basados en IA muestran aumentos de productividad, si bien concentrados en los trabajadores con menor cualificación y experiencia, con un impacto mínimo en el trabajo de los más experimentados. De confirmarse estos datos, sus consecuencias podrían tanto conducir a mejoras en las condiciones laborales de los profesionales menos preparados como a devaluar las de los más expertos, en este caso reproduciendo en el sector servicios las estrategias de deskilling aplicadas desde hace tiempo a la automatización de procesos industriales. Un tal ejemplo de deskilling consiste en reemplazar a un profesional de atención al cliente por un sistema de IA acompañado, eso sí, por un asistente humano que tal vez ni entiende el porqué de las respuestas del sistema ni tiene tampoco autoridad para llevarle la contraria. Una práctica ya habitual de algunas entidades bancarias, que se extenderá con toda probabilidad a otros sectores.
Veremos qué sucede a medida que las prácticas de deskilling se aplican a profesiones de prestigio como la consultoría, los servicios legales o la programación informática. Hasta ahora han sido las organizaciones sindicales las que con mayor o menor fortuna han llevado el peso de la defensa de las condiciones laborales de los trabajadores. Hay quien sostiene que el rol de los sindicatos en el futuro automatizado que ahora apunta será más importante que nunca. Pero la presencia entre sus afiliados de profesionales de sectores como los mencionados es mínima. Tendrán que cambiar. ¿Sabrán hacerlo? ¿Podrán hacerlo?