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El plan B de Xi para reanimar la economía

Pekín apuesta por el sector privado en su intento de retomar la senda hacia el liderazgo mundial. Los empresarios no se fían

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Septiembre 2023 / 116
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Billetes banco China

Fotografía
Xinhua/Si Wei

Beidaihe es una famosa ciudad balneario china situada a unos 300 kilómetros al este de Pekín, donde la élite del Partido Comunista pasa sus vacaciones de verano y discute de forma informal asuntos políticos y económicos que más tarde se pondrán en práctica. La cita es una referencia obligada en el calendario político local, a pesar de que en muchas ocasiones no trasciende lo que allí se habla hasta meses después.

Este año, con toda seguridad, los líderes chinos habrán abordado la situación económica que atraviesa el país y cómo aliviar la profunda desaceleración económica que padece. Es un reto de compleja solución dados sus problemas estructurales, agravados por el pulso comercial y tecnológico que el país mantiene con Estados Unidos, y que incide en sus planes de modernización industrial y tecnológica.

Caen las exportaciones

La gravedad de la salud económica china lo resume el débil aumento de la tasa de crecimiento del PIB del 0,8% registrado en el segundo trimestre, frente al 2,2% del primero. Este dato recoge la persistente caída de las exportaciones y el hecho de que las ventas minoristas se mantengan planas, así como la aparición del fantasma de la deflación y la crisis que azota al potente sector inmobiliario, equivalente al 30% del PIB del país. Son nubarrones alimentados, además, por una población que aún está lidiando con los efectos de la pandemia y se muestra reacia a consumir, y a la que inquieta que la tasa de desempleo de los jóvenes crezca sin parar y supere ya el 21%.

Este escenario de incertidumbre agrava la situación geopolítica internacional. Las restricciones comerciales y tecnológicas impuestas por EE UU repercuten en la marcha de las empresas chinas, que, por otra parte, también se ven afectadas por la guerra de Ucrania. El conflicto tampoco favorece los intereses de Pekín, ansiosa por mejorar su proyección internacional después de tres años de aislamiento por la covid.

Esta suma de problemas deja al presidente Xi Jinping con un escaso margen de maniobra para resolverlos sin provocar disturbios sociales. En el pasado, cuando había problemas de crecimiento, Pekín apostaba por estimular la economía mediante la inversión en infraestructuras y apoyos al mercado inmobiliario. Pero ahora esta posibilidad está descartada y, además, los gobiernos locales están luchando con las enormes deudas contraídas en el pasado para financiar proyectos de dudosa rentabilidad para mantener la actividad económica.

Promesas fallidas

Ahora, como alternativa, Xi ha decidido apostar por el sector privado, como motor para reactivar la economía. Es su plan B. Pero los empresarios recelan, ya que en anteriores ocasiones han sufrido castigos y sanciones por parte del régimen por apostar de forma confiada y decidida en las promesas de Pekín.
La diferencia es que ahora hay más incertidumbre y menos recursos. La iniciativa supone un giro significativo tras unos años de duras medidas regulatorias, en especial hacia el sector tecnológico, que en los últimos tiempos han visto desaparecer miles de millones en valor de mercado debido a las sanciones impuestas. No obstante, la aplicación de la idea de Xi sigue siendo una incógnita y nadie sabe cuán lejos llegará.

Tras el anuncio, el Partido Comunista y el Gobierno han lanzado un plan de acción de 31 puntos para impulsar el desarrollo de la empresa privada. Y la principal agencia de planificación económica del país, la Comisión Nacional de Desarrollo y Reforma (NDRC), ha identificado y publicado una lista de industrias y proyectos clave abiertos al capital privado. Ha anunciado también que se eliminarán barreras legales y financieras de acceso al mercado y que se fomentará un entorno de igualdad con el sector público.
La idea no es mala, si se tiene en cuenta que en China hay más de 47 millones de empresas privadas y más de 100 millones de negocios autónomos. Son unas cifras que, agregadas, constituyen la principal fuerza impulsora de la segunda economía mundial, ya que contribuyen al 60% del PIB, aportan más del 70% del progreso tecnológico y generan más del 80% de los empleos. Pero en China una cosa es la teoría y otra la realidad.

La iniciativa de Xi despierta numerosas suspicacias. No es la primera vez que Pekín reclama al sector privado que contribuya a la modernización de la industria nacional. En el año 2005 se lanzó  una iniciativa de 36 puntos para ayudar a la economía “no pública” y en 2010 se promovió otro plan de acción de 36 puntos. Y la realidad es que en cada propuesta hay avances, pero son limitados y concluyen cuando el partido considera que la industria privada crece demasiado o tiene demasiadas ganancias.

Ahora varios magnates chinos, como Ma Huateng, fundador del imperio tecnológico Tencent, han expresado públicamente su entusiasmo por la idea. En privado, sin embargo, hay un escepticismo generalizado acerca de hasta dónde permitirá Pekín que crezca el sector privado, dada la obsesión por la seguridad y el control absoluto que ejerce el Partido Comunista.

Y es que no hay que olvidar el problema subyacente que hay en el país sobre la economía privada, que no es otro que su estatus de segunda clase en la ideología de China. Este concepto hace que el capital privado no sea tan confiable como la propiedad pública y se mantenga dentro del perímetro del Gobierno, un principio que se traduce en que puede crecer solo hasta donde Xi estime oportuno.
Por otra parte, los empresarios tampoco han olvidado la última iniciativa de Pekín de insertar a funcionarios del partido en las juntas directivas de las compañías. Esta idea desanima a cualquier inversor, ya que una decisión política repentina podría acarrear la pérdida de miles de millones, como sucedió cuando el mercado de tutoría privada colapsó repentinamente porque el régimen estimó que crecía demasiado en influencia y beneficios.

"Bailar con grilletes"

Esta realidad, en definitiva, cuestiona la validez del plan B de Xi Jinping para reactivar la economía china y ayudar al país a mantener la rivalidad con Occidente. Es un interrogante que plantea con toda crudeza el politólogo independiente y exprofesor Chen Daoyin, en unas declaraciones al diario South China Morning Post de Hong Kong, cuando señala que el plan de Xi mantiene el mismo tono de siempre: “El partido alentará, apoyará y guiará el desarrollo del sector privado, y el tono dominante es “guiar” y eso significa que las empresas privadas de China seguirán bailando con grilletes”.

El problema es que a Xi se le agotan las alternativas y los recursos y se aleja el horizonte para que China alcance el liderazgo mundial, un reto de difícil digestión para el dirigente chino.