Incógnitas de la IA
La ciudadanía tiene el derecho a opinar sobre el desarrollo de la inteligencia artificial y la obligación de prevenir sus posibles consecuencias negativas
En el corazón de la inteligencia artificial (IA) hay millones de ordenadores, conectados entre sí, que reciben mensajes de todas clases, a veces unos de otros, a veces del exterior mediante sensores, a veces de sus programadores. Esos mensajes pasan por un universo de algoritmos que los manipulan y los vuelven a traducir en mensajes inteligibles para nosotros. Los algoritmos les permiten analizar, recordar, interpretar, crear otros algoritmos, y hay quien dice que parece como si pensaran por su cuenta. La llamada intelligencia de la IA admite no saber muy bien qué pasa en su interior. Lo que sí sabemos es que su capacidad de cálculo es muchísimo mayor que la nuestra, y ello nos da una idea de su enorme potencial. Es una idea quizá exagerada, ya que calcular es lo único que saben hacer, y no está demostrado que todo el saber humano pueda reducirse al cálculo.
Intuimos que la IA transformará nuestra economía, nuestra sociedad y a nosotros mismos. Por otra parte, la IA es nuestra creación: nosotros la pensamos, la pagamos, nos beneficiamos de sus frutos y sufrimos sus consecuencias. Tenemos, pues, el derecho a opinar...