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Con poco poder de negociación

Las mujeres toman las decisiones de la compra pequeña, pero tienen poca voz en aspectos clave, como la vivienda.

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Diciembre 2017 / 53
Con poco poder de negociación

Ilustración
Perico Pastor

Hay muchas formas de violencia, y algunas son muy sutiles, tanto que están estandarizadas. Cuando se corrobora que el 50% de la población femenina entraría en riesgo de pobreza si viviera sola (frente a un 24% de los hombres —véase el artículo de apertura de este dossier—) es que algo no funciona bien. 

La violencia económica de género forma parte de un modelo de sociedad en el que el trabajo de la mujer está tan minusvalorado que tiene un valor menor dentro del sistema monetario laboral, y no tiene ningún valor cuando se trata de trabajo reproductivo (que ni siquiera es tomado en consideración cuando se hacen los cálculos de teoría económica). O lo que es peor. Un sistema que castiga directamente a las mujeres cuando son madres, tanto en el cómputo de su propia pensión como en la falta de ayuda para su independencia y su integración en el mercado laboral, especialmente en los primeros tres años de vida del bebé.

Todavía hace falta recorrer un largo camino antes de que esta violencia tenga un freno definitivo. Es un mundo contradictorio e hipócrita. Sin ningún tipo de sonrojo, prácticamente la mitad de los europeos, según el último Eurobarómetro publicado el pasado octubre, consideran que el rol más importante de la mujer es cuidar de los hijos y la familia (por supuesto, sin remuneración ni reconocimiento de ningún tipo, aunque la gran mayoría opina que se debería eliminar la brecha de género).

Esa desventaja brutal de la mujer, a nivel económico y del rol que ocupa en el sistema, deriva en una falta de autonomía que hace que ellas estén más sometidas a la hora de tomar decisiones en casa. Decisiones de cualquier tipo. 

El sistema castiga más a las mujeres cuando son madres

Empoderar a las mujeres mejora la economía familiar  

Los divorcios aumentan cuando ellas ascienden

La mujer pierde todo poder de negociación dentro del seno familiar cuando baja su jornada laboral o directamente deja de trabajar. Y el riesgo de sufrir más violencia, ya sea física o psicológica, aumenta. La falta de autonomía puede venir de una aparente buena intención, muy ligada a los valores tradicionales y con un envoltorio que podría parecerse al amor: “No te preocupes por el dinero, simplemente tómate el tiempo para los niños. Somos una familia y ya contamos con mi salario”. Es una trampa en la que, ante un desolador panorama laboral, caen muchas mujeres, sin darse cuenta del enorme peligro que ese dejarse llevar puede acarrear. Amor sería apoyar a la mujer todo lo que el hombre pueda para que ella tenga mayores posibilidades de avanzar y mejorar en su carrera profesional, sin miedo a que la mujer prospere fuera, compartiendo las tareas del hogar de igual a igual, y permitiendo  la mayor de las libertades económicas; que son al fin y al cabo, la libertad de decidir vivir sola o en compañía, y elegir a la pareja que se desee.


SIN SALARIO

El caso de Eva Flores, hoy divorciada y miembro de la Xarxa de Mentores de la Fundació Surt, que ayuda a mujeres que han sufrido violencia de género, es un caso extremo. Dejó de trabajar de forma remunerada y el control fue total y absoluto.

“Estuve once años trabajando para él, sin seguridad social, sin nada. Dejé mi trabajo. Estaba en una empresa internacional, fija y con un buen salario”, explica Flores en un vídeo distribuido por la fundación para dar cuenta de las dificultades de las mujeres que dependen en mayor o menor medida de sus maridos. “Lo perdí todo. Pero yo no era consciente de eso (...). Yo iba a comprar al super y a los cinco minutos me llamaba y me decía ‘ya sé dónde estás’ porque como había pagado con la tarjeta… (...) Económicamente todo estaba controlado. No podía hacer nada. No tenía ninguna independencia. Si quería comprarme un vestido, de alguna manera tenía que pedir permiso. Y si no pedía permiso, pues la que me esperaba…”.

Flores había dejado un trabajo bien pagado. Pero una gran parte de las mujeres españolas, aun trabajando, dependen de sus maridos; incluso aun recibiendo una pensión de jubilación, porque son quienes cobran menores salarios, pasan mayores períodos sin cotizar o trabajan más a tiempo parcial. Esta baja intensidad del empleo se traduce en una menor cuantía no sólo de la pensión —cuando existe—, sino de las ayudas que pueden llegar a recibir del Estado, tanto en el paro como en otro tipo de ayudas ligadas a la remuneración.


INVERTIR EN LA MUJER

Una multitud de estudios, especialmente anglosajones, intentan analizar el poder de negociación de las mujeres en el hogar (bargaining power). La conclusión es siempre la misma: depende —en cualquier lugar del mundo— de la capacidad económica de la mujer en solitario; de la cantidad de propiedades que tenga (que también implica poder económico);  sumado a factores culturales y educativos, que ocupan mayoritariamente un segundo lugar. 

Los estudios en los países de renta media y alta indican que ellas pueden tomar más decisiones en el menudeo: la compra del super, los pequeños recados cotidianos, pero que tienen mucho menor poder de decisión en las cuentas clave: cuándo comprar una casa, cuándo invertir en salud o educación, cuándo hacer una inversión de ahorro (etc.), algo que puede perjudicar a la misma economía familiar, al dejar de tener en cuenta la opinión de la mujer.

“Creemos que aumentar el poder de negociación de las mujeres tiene el potencial de mejorar los resultados económicos”, indica el estudio Negociación intra-hogar y asignación de recursos en países en desarrollo, del Institute for Global Affairs de la Universidad de Yale. El premio Nobel Muhammad Yunus da el 95% de los créditos de su banco a mujeres porque sabe que ellas son mucho más cautelosas y devuelven mejor las deudas.

El poder de negociación depende del poder económico

La falta de dinero aumenta la posibilidad de sufrir violencia física

La negociación, según explica la ONU dentro de los documentos que acompañan los Objetivos de Desarrollo Sostenible, “también desempeña un papel en el funcionamiento y la toma de decisiones de los hogares, donde los acuerdos y decisiones a menudo no tienen valores monetarios directos y afectan a varios miembros del hogar”.

En los países de rentas bajas la situación es mucho peor que en los de rentas altas y, según la ONU, poco más de la mitad (52%) de las mujeres de entre quince y cuarenta y nueve años, casadas o que viven en pareja, toman sus propias decisiones en materia de relaciones sexuales consentidas. Una de cada diez no puede ni siquiera decir una palabra sobre cómo se gasta el dinero que ella misma lleva a casa.


DIVORCIOS

¿Estarían las mujeres de países ricos dispuestas a seguir con sus parejas si se empoderaran? ¿Estarían ellos dispuestos a dejarlas crecer laboralmente? El estudio All the Single Ladies: Job Promotions and the Durability of Marriage, de Olle Folke y Johanna Rickne, demuestra que muchos matrimonios no prosperarían si ellas avanzaran en sus carreras profesionales. Rickne y Folke hacen un seguimiento de los matrimonios de trabajadores y trabajadoras del Parlamento sueco, una sociedad con estándares de igualdad más avanzados que en otros países; por ejemplo, España. Y corroboran que cuando ellos avanzan en sus carreras casi no hay diferencias con las rupturas matrimoniales de los parlamentarios que no ascienden. En las mujeres, el caso es bien distinto. A los tres años de los ascensos hay muchos más divorcios que de las que se ubican en puestos más bajos.

El estudio no pregunta de quién fue la decisión de ruptura. ¿Fue él, que no aceptaba el ascenso de ella? ¿Fue ella, que al ganar más dinero lograba liberarse de una pareja con la cual  hacía tiempo que no quería estar? No se ahonda en ello. Pero lo cierto es que sin dinero, ellas no podrían decidirse tan fácilmente.