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Tres modelos, un ecosistema

La economía social, el tercer sector y las empresas de capital con impacto social responden a lógicas distintas, pero pueden complementarse

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Octubre 2025 / 139
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Ilustración
Furiaaaaa

En los últimos años, el impacto social se ha vuelto un término habitual en la inversión, el emprendimiento y las políticas públicas. Bajo esta etiqueta conviven enfoques muy distintos, y reconocer esa diversidad es clave para entender sus interacciones y para mantener la credibilidad del ecosistema frente a apropiaciones interesadas.

Este artículo plantea entender la economía de impacto como un ecosistema compuesto por tres modelos: la economía social, el tercer sector y las empresas de capital con impacto social, en constante interacción con actores como administraciones, universidades, empresas tradicionales o inversores. Analizar cómo cada modelo aborda cuestiones como el propósito, la gobernanza, la financiación o la evaluación del impacto permite ver tensiones, pero también oportunidades de complementariedad. 

En este contexto, la participación, la transparencia y la gobernanza democrática son más que principios éticos: son estrategias de futuro que refuerzan el impacto interno y la resiliencia de las organizaciones en tiempos de constantes cambios sociales, económicos y ambientales.

Tres modelos

La economía social se reconoce por sus valores que ponen por delante  las personas y fin social. Está formada por  cooperativas, mutualidades, fundaciones, asociaciones, sociedades laborales, empresas de inserción, centros especiales de empleo, cofradías de pescadores y sociedades agrarias de transformación que ponen a las personas y a la finalidad social por encima del capital. Su motor son su base social y las personas trabajadoras, y el capital se entiende sólo como una herramienta al servicio del propósito colectivo y en ningún caso como un fin en sí mismo.

Por su parte,  el tercer sector social se caracteriza por su arraigo comunitario y su vocación transformadora. Lo integran entidades sin ánimo de lucro que trabajan por la inclusión, la cohesión y la justicia social, muchas veces a través de la defensa de derechos y la atención directa a colectivos vulnerables y la activación de la ciudadanía a través del voluntariado. En este modelo, el capital es un instrumento para sostener la misión, y la totalidad de los recursos se reinvierte en ella: no hay reparto de excedentes.

Finalmente, las empresas de capital con impacto social sitúan la misión en el centro de su actividad empresarial. Pueden tener formas jurídicas fuera de la economía social formal, pero priorizan generar impacto antes que beneficio y buscan fórmulas de sostenibilidad que les permitan reinvertir en su causa. No incorporan la gobernanza democrática ni la participación como principios rectores y aceptan la retribución al capital.

Diversidad e interacción 

La economía de impacto reúne tres modelos distintos con una misma voluntad de impacto pero con distintas estrategias y visiones. La economía social aporta democracia, centralidad de las trabajadoras y transformación social a largo plazo; el tercer sector, arraigo comunitario, el voluntariado y la capacidad de acción directa; y las empresas de capital con impacto social, fortaleza en comunicación, marketing al servicio de la atracción de inversión. El verdadero valor no está en la suma aritmética de estas piezas, sino en el potencial de aprendizaje e innovación que se abre cuando entran en interacción.

En la economía social y en el tercer sector, la medición del impacto está ligada a la confianza comunitaria y a la rendición de cuentas ante las bases sociales y las administraciones públicas. En las empresas de capital con impacto social, en cambio, se convierte en un recurso estratégico para atraer inversión y consolidar legitimidad. Que el peso de la evaluación aumente en el conjunto es positivo, aunque el reto está en asegurar que no se reduzca a una métrica al servicio del capital.

En el plano de la financiación, la economía social y el tercer sector se apoyan en las aportaciones de capital de las socias, la banca ética, subvenciones y convenios públicos, mientras que las empresas de capital con impacto social giran en torno a la atracción de grandes capitales privados. Esta diferencia condiciona la velocidad de crecimiento, así como la dependencia externa, dejando en manos del capital de inversión el impacto a largo plazo y la exigencia de rentabilidad económica a corto plazo. 

Así, dentro de la economía de impacto conviven dos lógicas: una centrada en el capital económico y otra en lo que podríamos llamar factor comunitario, basado en la participación, la inversión colectiva y la reinversión de excedentes. En este marco, los instrumentos híbridos, los préstamos participativos o la inversión ética pueden ser herramientas para escalar siempre que respeten los principios rectores de gobernanza democrática y transparencia, que aportan legitimidad al ecosistema.

En este juego de encajes entran también las empresas tradicionales, cada vez más volcadas en discursos de sostenibilidad. Su participación puede sumar recursos y visibilidad, pero también representa un riesgo. Cuando el impacto se convierte en simple etiqueta, aparece el impact washing, que erosiona la confianza y difumina la frontera entre la transformación real y el marketing vacío. Aquí la gobernanza es decisiva: sin mecanismos que pongan a las personas y al propósito por encima del beneficio, la credibilidad del conjunto se resquebraja.

Los tres modelos que conforman la economía de impacto comparten una voluntad explícita de transformación social y ambiental. Esa coincidencia no implica uniformidad: sus diferencias, bien gestionadas, pueden ser fuente de aprendizaje mutuo y de innovación. 

De ahí la importancia de fortalecer estructuras participativas y transparentes, capaces de dar coherencia interna y resiliencia a las organizaciones en un contexto de cambios sociales, económicos y ambientales. Al mismo tiempo, es imprescindible mantener cortafuegos frente al impact washing y garantizar que la gobernanza democrática sostenga la credibilidad del conjunto. Solo así la diversidad de este ecosistema podrá desplegarse en su verdadera capacidad transformadora.

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Barcelona Activa

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