Un gran simulacro con efectos muy reales
Las expectativas abiertas por los últimos avances tecnológicos suelen esquivar el punto central: se trata de modelos artificiales sujetos a objetivos y responsabilidades de personas de carne y hueso
Los avances en materia de inteligencia artificial (IA) generan reacciones extremas. Hay quienes ven la IA como una solución para afrontar los retos de las sociedades modernas. En el extremo opuesto, otros auguran el riesgo existencial de la aparición a no muy largo plazo de una IA superinteligente fuera de control. Entre medio, todo tipo de posturas, incluyendo tanto las que destacan la utilidad inmediata de las aplicaciones de IA como las que inciden en sus también inmediatos riesgos sociales.
De lo que sí podemos estar seguros en este panorama incierto es de que los sistemas de IA son artificiales. Y, por tanto, imaginados, programados, financiados, operados y utilizados por personas y organizaciones, todas ellas con sus valores, intenciones y propósitos. Ahí están los entresijos de la IA. Indagar en ellos ayuda a entender en qué consiste la IA, por qué se impulsa y hacia dónde evoluciona.
Quienes en 1956 acuñaron el término "inteligencia artificial" no pretendían desarrollar sistemas inteligentes, sino que simularan serlo. Partían de la conjetura de que cualquier característica de la inteligencia podría, en...