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¿Para qué una vida 3.0?

¿Es ciencia ficción que en un futuro próximo los robots surgidos de la inteligencia artificial dominen al hombre?

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Noviembre 2018 / 63
Vida 3.0

La característica de una hipotética Vida 3.0, según Max Tegmark, un físico teórico del MIT, es que estaría habitada por seres animados por una inteligencia artificial general (IAG) con una  potencialmente muy superior a la de los humanos actuales. Una inteligencia, contemplada como una evolución inevitable de la inteligencia artificial (IA) que hoy se enfoca a aplicaciones muy concretas, que les permitiría modificar tanto su software (como ya hacemos en la Vida 2.0) como su hardware.

 

Declara Tegmark que su objetivo con estas más de 300 densas páginas es convencernos de que la conversación sobre la vida animada por una lAG es la más importante de nuestro tiempo. Porque considera que aunque la carrera hacia la IAG ya está en marcha, “no tenemos ni idea de lo que sucederá si la humanidad consigue construir una IAG de nivel humano”. Una incertidumbre que plasma en hasta nueve posibles escenarios de la interacción entre la inteligencia humana y la IAG.

La descripción de algunos de esos escenarios, incluyendo uno en el que la inteligencia artificial toma el control, decide que los humanos somos superfluos y se deshace de nosotros mediante procedimientos que ni siquiera imaginamos, puede leerse como un híbrido de ciencia ficción y de literatura de terror. Pero es coherente con la mentalidad científica con la que el autor construye sus argumentos y con sus definiciones, claras aunque discutibles, de conceptos como la vida, la inteligencia y la consciencia.

Considera, de entrada, que la vida es en esencia un proceso mediante el cual una particular disposición de partículas, sujeta únicamente a las leyes de la física, es capaz de preservar su complejidad y reproducirse. Una definición nada inocua, por cuanto resulta de una ideología al 100% mecanicista que concibe a los seres vivos, incluidos los humanos, como el resultado de una combinación avanzada de hardware y software que la investigación científica acabará un día por descifrar. Sin embargo, en el otro extremo, permite considerar un virus informático como un ser vivo.

Un segundo concepto clave es el de inteligencia, definida como la capacidad de alcanzar objetivos complejos. En el caso concreto de la IAG, quien la poseyera tendría la capacidad de alcanzar cualquier objetivo, la de adquirir cualquier aprendizaje y la de escoger sus propios objetivos, que podrían incluir, según de quién aprendiera, el de dominar a los humanos que la crearon.

INTELIGENCIA Y CAPACIDAD En el caso de la inteligencia artificial general (IAG), quien la poseyera tendría la capacidad de alcanzar cualquier objetivo, la de adquirir cualquier aprendizaje y la de escoger sus propios objetivos

La cuestión de la selección de objetivos por parte de esos seres dotados de IAG conduce al autor a una digresión sobre la consciencia, que define como la capacidad de albergar experiencias subjetivas. Fiel a su ideología, considera que la consciencia es un fenómeno físico que se siente como no físico porque, al igual que los programas informáticos, puede funcionar con independencia de un hardware específico. Así, el origen último del comportamiento intencional radicaría también en las leyes de la física, por lo que la incógnita principal sería descubrir las propiedades físicas que distinguen a los sistemas conscientes de los inconscientes.

A partir de ahí, la lectura de Vida 3.0 conduce a la constatación de que un buen número de inteligencias humanas considera deseable la perspectiva de una IAG que les permitiera convertirse en ciborgs de altas prestaciones o en almas digitales liberadas de la servidumbre de un cuerpo físico. Incluso cuando, como el propio Tegmark reconoce, no se puede hacer ninguna predicción fundada sobre lo que sucedería si se consiguiera construir una IAG de nivel humano. 

Desde su perspectiva, que incluye la convicción (ideológica) de que la posibilidad de un desarrollo tecnológico es una justificación suficiente para respaldarlo, se propone una comunicación entre investigadores y responsables políticos acerca de qué significaría ser humano en la era de la IA. Se omite, sin embargo, la alternativa de revertir la cuestión y exigir a   los investigadores concreciones concretas sobre cómo supeditar la IA a los objetivos de una sociedad más humana. Es algo que, en el contexto de la conciencia creciente de los efectos colaterales del desarrollo digital, pondría a prueba la inteligencia de muchos tecnófilos y políticos.