Prepararse para proteger la vida
Attali augura más pandemias y desastres ecológicos. Para evitarlo, llama a prepararse para lo peor.
La higiene, la salud, la prevención, la cultura, el deporte, la vivienda, la agricultura, la alimentación, las infraestructuras urbanas y la protección del territorio son sectores nucleares de lo que el pensador Jacques Attali denomina "economía de la vida". Este concepto sirve de título al libro que el economista y exconsejero especial de François Mitterrand ha escrito a propósito de la pandemia, un conjunto de reflexiones tan llenas de rabia y pasado como de esperanza y futuro.
El ensayo parte de críticas durísimas a la gestión de la crisis, y en particular a los confinamientos masivos adoptados por los gobiernos siguiendo la estela de China, en lugar de haber tomado como ejemplo a Corea del Sur y de haber fabricado mascarillas y test, aislado a los positivos y rastreado a sus contactos desde el minuto cero. Despliega un relato inquietante sobre la pérdida de libertades, los ataques a las democracias que no saben proteger a su ciudadanía y sobre el poder desbordante de los gigantes tecnológicos. Y desemboca, finalmente, en reflexiones luminosas sobre todo lo que podemos cambiar a mejor de cara a las generaciones venideras si partimos de las prioridades adecuadas.
Los sectores de la economía de la vida, cuya misión es permitir que vivamos bien e impulsar la lucha contra la emergencia climática, están muy relacionados con actividades cruciales como la educación, la investigación, el suministro de agua, la energía renovable y la tecnología digital. En conjunto, representa el 56% de la economía de la Unión Europea y el 58% de la de Estados Unidos. Jacques Attali toca a rebato para que ese porcentaje aumente al menos hasta el 80% del PIB y llama a una reorientación de la economía mediante inversiones masivas, públicas y privadas, que posibiliten un horizonte para los jóvenes a partir de esta pandemia. Para Attali, ningún país debería depender demasiado de los demás en sectores imprescindibles, cuyos productos más han faltado.
Estas áreas de actividad, en las que predominan los servicios, no han gozado de mucho reconocimiento, pero ahora, al calor de la digitalización, se cruzan con los quehaceres de empresas industriales capaces de innovar, lo que permite vislumbrar su potencial de crecimiento. De ahí que, cuando la covid-19 aterrizó en nuestras vidas, Attali no dudó en pedir a los gobiernos que se pusieran en modo "economía de guerra". Es una expresión con mala prensa y envuelta de fantasmas, sobre todo en países como Alemania y Japón. Pero, para el consejero de tantos presidentes, la experiencia de EE UU en 1917, cuando controló los sectores de la energía y la alimentación para aumentar la producción económica, o durante la Segunda Guerra Mundial, demuestra que es posible una economía de guerra democrática. Attali confiesa su "rabia" por el hecho de que ningún gobierno democrático movilizara su industria textil, automovilística, mecánica, moda, de lujo o aviación para implementar una economía de guerra a favor de la vida. Porque —es el mensaje que Attali deja flotando del libro— vendrán más pandemias y grandes desastres ecológicos: "La mejor manera de evitar lo peor es prepararse para ello. Y amar" .