71 — CAPITALISMO // Día 23
Si quieres un titular de moda escribe algo así como “Hay que acabar con el capitalismo o acabará con el mundo”. Suena a intelectual profundo y comprometido. No es muy original.
Si quieres un titular de moda escribe algo así como “Hay que acabar con el capitalismo o acabará con el mundo”. Suena a intelectual profundo y comprometido. No es muy original.
Somos animales emocionales. Muchas decisiones obedecen más a respuestas impulsivas que a una reflexión racional. Nuestro cerebro rápido, la forma de actuar sin pensar que nos permite funcionar en el día a día, nos suele jugar malas pasadas. Las emociones son fácilmente manipulables. Parte de la psicología y su aplicación al marketing se dedica a desarrollar técnicas de manipulación al servicio de quien tiene poder y dinero para pagarlas.
Durante el confinamiento las calles han estado vacías. Ahora vuelven a llenarse. Y reencontramos un permanente conflicto por el uso del espacio.
Hoy he salido a pasear por primera vez en casi dos meses. Confinado en el radio de 1 km. Lo peor del paseo es saber que durante unos días el paisaje será siempre el mismo, un paisaje cotidiano, conocido. Aunque hoy era diferente. La gente con mascarillas da un cierto tono irreal, de distopía, de película de ciencia ficción de mundos indeseables. Hay miedo. En teoría, el enemigo es un virus invisible, pero en la práctica el miedo es al vecino, al potencial portador del mal.
Hoy se han anunciado medidas que anuncian el fin del confinamiento. No de la vuelta a la normalidad, o lo que considerábamos por tal. Sabemos que la pandemia no tiene fecha de caducidad. Al menos hasta que no haya una vacuna segura y que sea accesible a todo el mundo. Por eso, en el mejor de los casos nuestra vida cotidiana estará constreñida por normas diversas.
Llevamos días encerrados. Al principio, resignados, con ánimo solidario y espíritu cívico. Pero el paso del tiempo todo lo deteriora y más sin saber ni cuándo acabará ni qué vendrá después. No todo el mundo tiene ni los mismos medios materiales, culturales, sociales ni psicológicos para encarar la situación. Ya empiezan a aparecer informes que hablan de problemas psicológicos. Y uno de los males que acabará por aparecer es la ira.
Cada tarde a las ocho estamos convocados a un ritual. De agradecimiento a la gente que está haciendo un sobreesfuerzo y exponiendo más su salud. También para dejar por unos minutos de sentirnos solos. De reconocernos como parte de una comunidad.
Para evitar el contagio la medicina aboga por el aislamiento. Técnicamente es consistente. Pero, como ocurre a menudo, una solución temporal da pie a otros problemas. El impacto del encierro afecta de forma muy desigual a la gente. No es lo mismo una casa con gente adulta y dotada con Internet, una buena biblioteca y buena música que un hogar con pocas dotaciones.
Estado de alarma II; esta vez, con toque de queda y sin aplausos en los balcones. Pero siempre hay quien, ante el caos (o la incompetencia), apela al sentido crítico y a la libertad para mirar hacia otro lado ante las normas que, tarde, intentan frenar el virus.
El agobio por el confinamiento, el temor a las aglomeraciones por el riesgo de contagio, las posibilidades del teletrabajo para algunos y los precios abusivos en las ciudades hacen que muchos urbanitas piensen en instalarse en zonas rurales.
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