En un acto en que se debatía sobre el presente y el futuro de la inteligencia artificial, una ingeniera que formaba parte del panel sostuvo con aparente convicción que la tecnología es éticamente neutra por naturaleza porque puede utilizarse tanto para propósitos buenos como malos. Lo que le llevó luego a afirmar que, en materia de tecnología —también en lo referente a la IA—, la ética depende solo de las elecciones y decisiones de los usuarios.
Es una afirmación frecuente que el filósofo digital Luciano Floridi desmonta en un estupendo artículo, comprensible para no especialistas, cuya lectura recomiendo sin reservas. En él sostiene que el diseño de una tecnología es un acto moral, sujeto a fuerzas que lo empujan en direcciones moralmente malas o buenas. Afirma también que la tesis falaz de la neutralidad ética sirve de excusa para que quienes diseñan, desarrollan, despliegan y difunden una tecnología eludan la elección de basar su trabajo en valores correctos, centrifugando así a terceros la responsabilidad de considerar las protecciones y compensaciones pertinentes. Ello, que en buena medida ha venido ya sucediendo en la expansión de lo digital durante décadas, es tanto más crucial cuando la tecnología es tan poderosa, disruptiva e influyente como la IA.
De hecho, la ingeniera en cuestión esgrimió el argumento de la neutralidad ética para regañar desde el escenario a quienes no se toman la molestia de rechazar las cookies propuestas por una página web, pero se quejan luego de que se utiliza su información personal para inundarles de anuncios o cosas peores.
Me consta, por la experiencia de haber facilitado talleres de tecnología digital para gente mayor, que son muchas las personas que no entienden qué es una cookie para qué sirve. Algo de lo que no me parece apropiado responsabilizarles. Insistiré en cambio en la responsabilidad ética de quienes diseñan y ofrecen una página web que utiliza cookies. Porque pueden elegir implantar como opción por defecto la de no instalar en el terminal de un usuario ninguna cookie que éste no haya solicitado expresamente. Una elección con implicaciones éticas evidentes, dado que la ética no sólo orienta acerca de lo que conviene hacer sino también acerca de lo que conviene abstenerse de hacer. No hubiera estado de más que la reglamentación vigente hubiera impuesto como obligatoria esa opción por defecto.
Queda mucho por hacer para conseguir que la tecnología se supedite a la ética y a la democracia y no a la inversa, como viene sucediendo. Para que la reflexión sobre las tecnologías deseables reemplace a la práctica de presentar los desarrollos tecnológicos como hechos consumados e inevitables. Para que no se considere tolerable que el máximo ejecutivo de OpenAI admita que su decisión de lanzar al mundo ChatGPT de un modo tan socialmente irresponsable forma parte de una estrategia cuyo objetivo es preparar al público para adaptarse a que la IA condicione su vida cotidiana. Para cambiar la escala de valores de quienes consideran natural que proteger la innovación tecnológica tenga prioridad sobre la protección de la sociedad.