En La crisis de la narración, su último librillo, el filósofo Byung-Chul Han sostiene: "Toda acción transformadora del mundo se basa en una narración. En la narración anida la fuerza de los nuevos comienzos". A lo que añade que hoy por hoy andamos cortos de "narrativas de futuro que nos permitan concebir esperanzas".
Lo cierto es que andamos cortos de esperanzas acerca de los problemas con los que nos bombardea la actualidad; demasiados incluso los que se circunscriben al ámbito de lo digital. No soy el único que se resiste a dar credibilidad al discurso catastrofista que ve en la evolución actual de la tecnología un riesgo existencial para la humanidad. Lo que no impide que el optimismo acrítico acerca de la tecnología como palanca de progreso social se me antoje entre ingenuo e irresponsable. Nos hacen falta otras narrativas para afrontar el futuro digital con esperanza. Compartidas, a poder ser.
Sucede no obstante que lo narrativo y lo digital no empastan bien. Lo digital fragmenta por naturaleza, descompone. Incluso si somos capaces de ignorar lo mucho de prescindible que por ellas circula, las redes sociales nos bombardean con retazos de un tiempo puntillado, sin arco narrativo ni tensión. La irrupción de lo siguiente empuja a borrar de inmediato la memoria de lo que acabamos de leer, a menudo con excesiva premura.
Yo mismo experimento esta fragmentación no solo como lector; también como escribiente. Publico cada día en LinkedIn un comentario, habitualmente sobre algo de actualidad digital. Al comprobar que tardaba poco en olvidar lo escrito empecé a guardar copia de cada entrada; unas doscientas a estas alturas del año. Tal vez algún día consiga configurar a partir de ellas un relato con sentido. Aunque no descarto de que tanto escribir fragmentos acabe yo siendo el fragmentado.
Intuyo que para construir una narrativa del tránsito hacia una sociedad digital más aceptable no estaría de más empezar intentado un relato de cómo hemos llegado hasta aquí. El proceso narrativo consiste en construir personajes y seleccionar y enlazar acontecimientos. Una lista de partida de los más relevantes podría incluir la aparición del Eniac, el transistor, la microelectrónica, el ordenador personal, la Web, el teléfono inteligente, las redes sociales. A los que añadir estos días el ChatGPT y los asistentes virtuales que amablemente se ofrecen a estar a nuestra disposición 24/7.
Imagino construir una narración que dote de sentido a esta sucesión de eventos. Siendo como son el resultado de acciones humanas, cabe suponer que obedecen a propósitos e intenciones identificables. Pensando en ello me viene a la memoria un verso de Borges, leído hace mucho: "Dios mueve al jugador, y éste, la pieza. / ¿Qué Dios detrás de Dios la trama empieza / de polvo y tiempo y sueño y agonía?
Más que la influencia de un único Dios, me atrevo a imaginar que los antiguos griegos, que fueron grandes narradores, invocarían más bien la influencia de un elenco de las muchas divinidades de su Olimpo. Intuyo que un relato de estas características sería interesante, si bien lamento carecer de la imaginación necesaria para fabricarlo. Si alguien se ofrece a ayudar, será bienvenido.