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Allende, el sacrificio que marcó a los antifranquistas

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Salvador Allende

Ilustración
Lola Fernández

Para los españoles que luchaban contra la dictadura franquista el golpe de estado contra el gobierno democrático de Salvador Allende el 11 de septiembre de 1973, del que se cumplen 50 años, dejó una huella imborrable. Es verdad que en la oscuridad de la noche franquista, antes del golpe de Pinochet, los debates en la izquierda española sobre Chile se perdían entre los partidarios de la lucha armada y quienes veían con simpatía la experiencia chilena. El golpe y toda la sangre que derramó en el Estadio Nacional, con 40.000 víctimas y más de 3.000 muertos o desaparecidos, cambió radicalmente las cosas. El golpe fue una ducha de realismo que marcó a los antifranquistas. El apoyo a los exiliados chilenos se convirtió en una prioridad que aproximó muchas posiciones. De alguna manera el aplastamiento de la democracia chilena y el heroísmo de su presidente, que prefirió quitarse la vida a la rendición, facilitó el acercamiento de las fuerzas políticas que luchaban por instaurar una sociedad democrática.

Lo relevante de la experiencia de la Unidad Popular de Salvador Allende es que había llegado al poder tras vencer en unas elecciones con el 36,6% de los votos el 4 de septiembre de 1970. Había iniciado el camino hacia el socialismo por la vía democrática.

La perspectiva de hacer la revolución por otros medios había sido referenciada por el propio Salvador Allende en un discurso en Guadalajara (México) en diciembre de 1972, menos de un año antes de que acabaran con su proyecto. “Yo tengo una experiencia que vale mucho”, dijo el presidente. “Soy amigo hace diez años de Fidel Castro; fui amigo del comandante Ernesto Che Guevara. Me regaló el segundo ejemplar de su libro Guerra de guerrillas; el primero se lo dio a Fidel. Yo estaba en Cuba cuando salió, y en la dedicatoria que me puso dice lo siguiente: “A Salvador Allende, que por otros medios trata de obtener lo mismo”. “Si el comandante Guevara firmaba una dedicatoria de esta manera”, prosiguió, “es porque era un hombre de espíritu amplio que comprendía que cada pueblo tiene su propia realidad, que no hay receta para hacer revoluciones”.

Allende había destacado la importancia de que Chile fuera “el primer país en donde laicos, marxistas y cristianos formasen una base granítica”.

La iniciativa de Allende y sus esfuerzos por lograr el apoyo de la democracia cristiana no fueron baldíos. Después del asalto al Palacio de la Moneda de Santiago, Enrico Berlinguer, secretario general del Partido Comunista Italiano (PCI), propuso el Compromiso histórico para buscar el apoyo de la democracia italiana. Contó con el respaldo del líder democristiano Aldo Moro, que en 1978 fue asesinado por las Brigadas Rojas.

Allende se definía como marxista y demócrata. En su primer mensaje al Congreso, en mayo de 1971, manifestó: “Nuestro Programa de Gobierno se ha comprometido a realizar su obra revolucionaria respetando al Estado de derecho”. “No es un simple compromiso formal”, añadió, “sino el reconocimiento explícito de que el principio de legalidad y el orden institucional son consubstanciales a un régimen socialista, a pesar de las dificultades que encierran para el periodo de transición”. El presidente había hablado con sinceridad: “Vamos al socialismo por el rechazo voluntario, a través del voto popular, del sistema capitalista y dependiente cuyo saldo es una sociedad crudamente desigualitaria, estratificada en clases antagónicas, deformada por la injusticia social y degradada por el deterioro de las bases mismas de la solidaridad humana”.

Estos días se vuelven a repetir ciertas críticas sobre los supuestos fallos estratégicos del Gobierno de la Unidad Popular. La verdad es que Allende no fue un político utópico y mucho menos un iluso.  “Difícil será consolidar nuestro triunfo y construir la nueva sociedad, la nueva convivencia social, la nueva moral y la nueva patria” había advertido.

El problema es que su desafío era inmenso: “Derrocar definitivamente la explotación imperialista, para terminar con los monopolios y hacer una profunda reforma agraria”. Ciertamente un punto de partida muy difícil. La realidad es que la economía chilena estaba terriblemente estrangulada por las multinacionales estadounidenses. Entre 1930 y 1969, el 40% de la riqueza del país (3.700 millones de dólares) salieron para engrosar la riqueza de las multinacionales. El expolio afectaba no sólo al cobre sino también al hierro, el salitre, la electricidad y los teléfonos. Los oligopolios no querían perder sus privilegios.

Ahora sabemos por numerosos documentos oficiales de Estados Unidos que los enemigos de la democracia chilena eran los más poderosos del mundo. Desde los primeros días del triunfo electoral de septiembre de 1970, el presidente de Estados Unidos Richard Nixon ordenó al jefe de la CIA, impedir por todos los medios disponibles, militares y económicos, la investidura de Allende. En esta tarea participaron muchas grandes compañías. El gigante de las telecomunicaciones estadounidense ITT desempeñó un papel fundamental en la desestabilización del Gobierno democrático.

A pesar de todos obstáculos su gobierno adoptó importantes medidas sociales especialmente para proteger la educación y salud de los niños. Como médico el presidente sabía que en su país había 600.000 niños con un desarrollo mental por debajo por debajo de lo normal.

Hay muchas enseñanzas de la vida y del compromiso del presidente chileno. Allende se había formado su conciencia social y política en la masonería, donde había aprendido los principios de la “Igualdad, Libertad y Fraternidad y sus derivaciones”. Pero tuvo el coraje de abandonar la sociedad, cuyos valores respetó siempre, tras comprobar que en sus círculos integrados por intelectuales prestigiosos, no se encontraban los obreros y otros colectivos sociales. Una lección importante para quienes tratan de salir de organizaciones sectarias que han perdido sus estructuras democráticas.

La experiencia democrática chilena es una referencia obligada para comprender el desmesurado y creciente peso de los intereses económicos que están minando las sociedades democráticas. Enfrentarse decididamente a estos poderes como hizo Allende resulta hoy más necesario que nunca, tanto en España, como en el ámbito de la Unión Europea y de Naciones Unidas.