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Un invierno sin gas ruso

El corte del suministro pone a prueba la unidad de acción de la Unión Europea ante Putin. La ciudadanía afronta los meses más fríos con la incertidumbre de si podrá calentar sus hogares

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Octubre 2022 / 106
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La fuga de aceite en una turbina es la excusa que el 2 de septiembre puso Gazprom, el monopolio estatal ruso, para anunciar el cierre indefinido del gasoducto North Stream 1, por el que enviaba gas natural a Alemania y a otros países europeos. Era lo esperado. “La sorpresa habría sido lo contrario”, dijo el ministro de Economía de Alemania, Robert Habeck, al conocer la noticia. “Lo único fiable de Rusia son sus mentiras”. Un mes después se detectaban varias fugas en el mismo conducto, atribuidas a un sabotaje de origen desconocido.
 
Tras los reveses sufridos por sus tropas en el campo de batalla, el objetivo de Vladímir Putin en el frente económico parece claro: que  los europeos no puedan calentar sus hogares este invierno, que aumente el descontento social generado por la inflación y que los gobiernos se vean forzados a retirar el apoyo incondicional que prestan a Ucrania desde la invasión del pasado 24 de febrero.
 
¿Se mantendrá unida Europa cuando la demanda aumente y el combustible empiece a escasear? La respuesta dependerá de lo duro que sea el invierno, de cómo evolucionen los precios del gas y, por supuesto, del desarrollo de la guerra. Si las temperaturas son más altas de lo normal, como ya ocurrió el año pasado, y el coste del gas no vuelve a descontrolarse, la cosa irá bien. En caso contrario, la situación puede complicarse mucho. 
 
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Precio del gas

Almacenes casi llenos

 
Gazprom anunció el cierre North Stream 1 justo cuando el verano tocaba a su fin y la ciudadanía europea comenzaba a pensar en cómo afrontar los meses más fríos. Aunque ha bajado significativamente desde los niveles récord de agosto, el precio del gas continúa siendo muy alto (véase gráfico) y sigue siendo uno de los grandes motores de la inflación. 
 
Para reducir la dependencia del gas ruso y evitar cortes de suministro durante los próximos meses, los países europeos tienen dos opciones: reducir el consumo o recurrir a otros proveedores (Argelia, Qatar, Senegal, Congo, Canadá, EE UU, etc.), como viene haciendo desde que estalló la guerra. Si el año pasado Rusia suministraba el 40% del gas que se consumía en Europa, a finales de septiembre ese porcentaje se había reducido hasta el 9% (véase gráfico). Tras el cierre de North Stream 1, el gas ruso sigue llegando por otros conductos.
 
En previsión de un corte total en el suministro, los Veintisiete llevan meses llenando de gas sus almacenes, que a finales de septiembre estaban al 87% de su capacidad [en España el nivel alcanzaba el 88%, casi 10 puntos por encima del promedio de los últimos cinco años]. Es una buena noticia, pero puede ser insuficiente. Aunque se consiguiera llenar a tope los almacenes antes de que comiencen a funcionar las calefacciones  —en algunos países ya están encendidas—, los expertos calculan que el suministro no estará asegurado más allá de Navidad. Los países europeos han disparado en los últimos meses las compras de gas natural licuado (GNL), que se transporta en barco en lugar de por gasoducto, hasta el punto de que  finales de agosto ya se habían superado las de todo 2021.
 
Un estudio de laboratorio de ideas Bruegel, con sede en Bruselas, calcula que el cierre del grifo del gas ruso va a exigir una reducción del consumo del 15% durante los meses de invierno. En Alemania, las grandes empresas ya lo han hecho en un 20%.
 

El precio a pagar

 
La posibilidad de que haya cortes en el abastecimiento de gas es el precio que los europeos tienen que pagar por su apoyo a Ucrania. Como afirmó la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, en un mensaje de Twitter, Putin “está utilizando la energía como arma cortando el suministro y manipulando nuestros mercados energéticos”. Si Europa consiguiera decir adiósa a su dependencia del gas ruso, también pondría fin a la paradoja que supone financiar el esfuerzo militar del Kremlin mientras se imponen sanciones económicas al régimen de Putin. 
 
Los altos precios del gas —y por extensión, los de la gran mayoría de bienes y servicios— están teniendo un impacto tan duro en la economía europea que varios países corren el riesgo de entrar en recesión. El Fondo Monetario Internacional (FMI) calcula que un corte total del suministro de gas ruso le puede costar a Alemania tres puntos porcentuales de su PIB y el banco de inversión Goldman Sachs alerta de que las repercusiones pueden ser peores que las de la crisis del petróleo de la década de 1970.
 
Putin es consciente de la situación y está dispuesto a romper la cohesión con que vienen actuando los países europeos y EE UU desde que los tanques rusos entraron en Ucrania. En opinión de Andrea Kendall-Taylor, especialista en Rusia del think tank estadounidense Center for a New American Security, “Putin quiere que el invierno sea tan doloroso, frío y caro como sea posible para los europeos con la esperanza de que presionarán a sus gobiernos para que dejen de apoyar económica y militarmente a Ucrania. El gas es lo que puede hacer más daño”. 
 
En Hungría, el primer ministro, Viktor Orbán, tradicional aliado de Putin, es partidario de retirar ya las sanciones a Rusia. Su país es el único que ha firmado recientemente un acuerdo con Gazprom de suministro. Italia es la gran incógnita: se desconoce cuál será la posición al respecto de un gobierno encabezado por la ultraderechista Giorgia Meloni.
 
La Comisión Europea ha puesto sobre la mesa la posibilidad de imponer un tope a los precios del gas ruso, pero hay división entre los socios sobre la conveniencia de hacerlo. Algunos de los que más gas importan de Rusia, como Hungría, Eslovaquia y Austria, se oponen por miedo a que Moscú decida cerrar el grifo por completo.
 
El último Eurobarómetro, publicado el 9 de septiembre, muestra que el casi 9 de cada 10 europeos creen que la guerra en Ucrania está teniendo importantes consecuencias económicas en sus países, y aun así, el 78% apoya el mantenimiento de las sanciones económicas contra Rusia. Tres de cada cuatro hogares ya estaban tomando medidas para reducir su consumo de energía o tenían pensado hacerlo en un futuro cercano, según la encuesta. La opinión dominante, por ahora, es que merece la pena pagar en dinero y ahorro energético lo que los ucranianos están pagando con sus vidas.
 

Bajar los termostatos

 
Durante el invierno, las principales consumidoras de gas son las familias. Cuando llegue el frío, un encarecimiento del gas y los cortes de suministro pueden obligar a muchos hogares a elegir entre calentar su hogar o comer. Algunos gobiernos han comenzado a recomendar a los ciudadanos que bajen los termostatos y se den menos duchas con agua caliente. “Asegurar que las familias sean conscientes de la escasez de gas va a ser crucial para que Europa pueda pasar el invierno sin recurrir al racionamiento”, apunta Daniel Gros, del Centre for European Policy Studies (CEPS). 
 
Las previsiones meteorológicas, por el momento, invitan al optimismo, pues indican que el otoño será más cálido que el promedio histórico. Si se cumplen esas predicciones, la demanda de gas no se dispararía, lo que contribuiría a mantener los precios bajo control. 
 
¿Cuán probable es que haya cortes de suministro? Albert Banal-Estañol, profesor de la Universitat Pompeu Fabra (UPF), opina que es "una posibilidad real" si hay escasez de gas y los precios siguen subiendo.
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Gas importado de Rusia

Miedo al frío

 
Natalia Collado, economista investigadora del Center for Economic Policy de la escuela de negocios Esade (EcPol), cree que España está en una mejor posición que la mayoría de los países europeos por tener una cartera de importación de gas muy diversificada, pero agrega que al ser completamente dependiente del exterior, es muy vulnerable a la posible subida de precios. “Estamos bien posicionados en términos de suministro, pero la población se va a ver expuesta si los precios son altos”, agrega.
 
Paz Serra, responsable de proyectos de la Confederación de Consumidores y Usuarios (CECU), cree que no habrá cortes, pero subraya que es necesario reducir nuestra dependencia del gas: “Tenemos que ir hacia una mayor eficiencia y hacia una mayor electrificación de la calefacción”.
 
En toda Europa, gobiernos y ciudadanos están ya tomando medidas para no pasar frío. El miedo al desabastecimiento ha disparado la venta de pellet y de estufas que utilizan ese combustible de biomasa. Si los compradores solían hacer un pedido a principios del otoño y luego renovaban sus existencias según se iban agotando, este año están comprando por anticipado para todo el invierno.
 
Los  fabricantes españoles han comenzado  este año a exportar antes de lo habitual a Francia, Alemania e Italia. De las 140.000 toneladas de pellet que se exportaron en 2021, el sector vaticina que este año se pasará a las 300.000. A pesar del fuerte aumento de la demanda, los productores aseguran que habrá pellet suficiente este invierno; eso sí, a un alto precio: en un año se ha pasado de pagar 4,40  euros por 15 kilos a 9,00, más del doble.
 
Alemania, primera economía de Europa, es el eslabón más débil de la cadena por ser el que más depende del gas ruso. El Gobierno de Berlín ha dejado claro que si hay racionamiento del suministro de gas, dará prioridad a los hogares sobre la industria, con el consiguiente agravamiento de los problemas económicos. 
 

Hornos de leña

 
En el antiguo Berlín Occidental hay gente que está recuperando los hornos de leña y carbón que durante los años de la Guerra Fría utilizaron como reserva en caso de un corte de suministro. En Polonia, el Gobierno ha llegado a plantear la distribución de máscaras antigás ante la posibilidad de la población recurra a quemar basura para calentar las casas. 
 
La paralización de varias centrales nucleares por labores de mantenimiento o por escasez de agua ha llevado a las autoridades francesas a advertir a la población de posibles cortes de luz. Para ahorrar energía, la Torre Eiffel, que tradicionalmente ilumina los cielos de París hasta la una de la madrugada, ha comenzado a apagarse un cuarto de hora antes de la medianoche.
 

Según Bruegel, los países de la Unión Europea han gastado más de 300.000 millones de euros en paliar los efectos de la subida de los precios de la energía en sus empresas y hogares, una cantidad que seguirá subiendo si los precios continúan altos. Según Goldman 

Sachs, la factura energética de una familia europea media podría alcanzar los 500 euros al mes el año que viene, comparado con los 160 euros de 2021.
 
Además de poner tope a los precios del gas, España ha reducido del 21% al 5% el IVA del gas, la leña y el pellet. Esta última medida tiene sus partidarios y detractores. Subvencionar los precios, argumentan los primeros, es imprescindible si se quiere aliviar la factura energética de las familias con menos recursos y evitar que caigan en la pobreza. Para otros, la rebaja puede tener el efecto contrario al deseado, pues existe el riesgo de que la gente no sienta la necesidad de consumir menos y que la demanda de gas siga siendo alta, y con ella, los precios. 
 
Mientras tanto, el coste de las sanciones económicas para Rusia está siendo brutal. Un corte total del flujo de gas hacia Europa, su principal mercado, supondría 6.600 millones de euros menos al año solo en ingresos por impuestos, según un informe interno del Gobierno ruso desvelado por Bloomberg. Es una cantidad imposible de compensar con nuevos mercados. 
 
El uso de la energía como arma de guerra muestra, además, que Rusia ha dejado de ser un suministrador fiable, algo que puede ser contraproducente para el país a largo plazo. Cuando termine el invierno probablemente haya perdido para siempre el mercado europeo, con el consiguiente deterioro de su influencia y su papel de potencia en el el tablero geopolítico.