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El riesgo de conflicto atómico es real

La imprevisibilidad del contexto internacional aumenta el peligro de un enfrentamiento con consecuencias globales

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Junio 2025 / 136
Nuclear

Ilustración
Perico Pastor

Diversas crisis entre la Unión Soviética y EE UU —en particular la de los misiles de Cuba en 1962, la guerra de Corea en 1950-1953 y la confrontación de los misiles Pershing y SS-20 entre las dos Alemanias en 1983— vincularon históricamente el riesgo de guerra atómica con el periodo de la Guerra Fría. Aunque los arsenales de las nueve potencias nucleares han alcanzado unas 12.500 armas atómicas, la percepción pública actual de los riesgos reales y las secuelas globales de un conflicto atómico ha disminuido sorprendentemente, incluso entre los jóvenes, en comparación con la atención hacia otros retos globales como el cambio climático.

Una confrontación atómica de escala media en cualquier lugar tendría consecuencias globales. Las ingentes cantidades de ceniza y polvo liberadas a la atmósfera provocarían un descenso drástico de las temperaturas, colapsos medioambientales, pérdidas agrícolas masivas y hambrunas generalizadas (el llamado invierno nuclear). A ello se sumarían lluvias radioactivas, migraciones, caos económico y conflictos por recursos escasos. Como el riesgo atómico es real y no desaparece porque los dirigentes finjan que no existe, la divulgación de sus consecuencias y la concienciación de la sociedad civil son fundamentales.

Agotamiento de los tratados

La crisis de los misiles de Cuba impulsó la creación de mecanismos y tratados destinados a reducir el riesgo de una guerra atómica. La tabla adjunta muestra los principales tratados de no proliferación atómica, con el Tratado de No Proliferación (NPT, en sus siglas en inglés) firmado por 191 países como pilar fundamental de la arquitectura de no proliferación atómica. El reconocimiento mutuo del riesgo catastrófico de un conflicto atómico propició los numerosos tratados bilaterales entre EE UU. y Rusia.

Desde la retirada de EE UU del Tratado de Misiles Antibalísticos (ABM )en 2002 —pese a la oposición de sus aliados europeos—, seguida por la salida de Rusia del START II, el control de armas atómicas sufre un deterioro constante. Este proceso continuó en 2019 con la retirada de EE UU del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio (INF )y en 2023 con las suspensiones rusas del Nuevo START y de la anterior ratificación del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares (CTBT), que no está en vigor por la falta de ratificación de otras potencias atómicas.

Dicho Nuevo START vence en febrero de 2026 ,y la falta de acuerdo dejaría al mundo por primera vez en décadas sin límites legales sobre los arsenales atómicos, lo que podría reactivar la carrera armamentística involucrando a nuevos actores como China. No obstante, China propuso negociar un tratado de no-primer-uso de armas atómicas que suscita oposición en cuanto a que debilitaría el concepto de disuasión.

Las importantes consecuencias del incumplimiento del artículo VI del NPT, que obliga a las potencias atómicas al desarme, impulsó a muchos países a firmar el Tratado sobre la Prohibición de las Armas Atómicas (TPNW), incluyendo todas las potencias emergentes. Actualmente, 97 países han firmado el TPNW —ninguno de la OTAN— y consideran que las decisiones sobre armas atómicas deben basarse en evidencia científica sobre sus efectos humanitarios y ambientales, no en la lógica de la disuasión. Más de 8.000 ciudades en 166 países apoyan esta postura a través de la red Mayors for Peace, presionando a los gobiernos para la firma y ratificación del TPNW. En la Asamblea General de la ONU de noviembre de 2024, los países firmantes presentaron un estudio sobre los impactos de una guerra atómica, desafiando la narrativa dominante de las potencias atómicas a favor de la disuasión. El TPNW ha pasado de ser visto como un tratado simbólico a convertirse en un foro que cuestiona si la estrategia de disuasión tiene sentido en un mundo incapaz de afrontar las consecuencias de su fallo.

Trivialización

Con la guerra de Ucrania se percibe un contexto de creciente normalización —incluso trivialización— de las armas atómicas tácticas, cuyo uso pareciera más proclive al no tratarse de las armas más potentes. Rusia revisó en 2023 su doctrina nuclear, que extiende su arsenal atómico a Bielorrusia y contempla el uso de armas atómicas en caso de ataques convencionales por parte de Estados no atómicos que amenacen su integridad territorial, especialmente si están respaldados por potencias atómicas. Por otra parte, el Project 2025 estadounidense propone el fortalecimiento de su arsenal atómico, la reanudación de pruebas atómicas en Nevada y una gran expansión de sistemas antibalísticos. Sin embargo, la posición de EE UU sobre la no proliferación todavía no está claramente definida, pues el presidente Trump ha expresado su deseo de lograr un Nobel de la Paz en su ególatra competición con el legado de Obama. La liberalización en 2024 por parte de Biden de transferencias de tecnología de mísiles entre países también facilita la proliferación atómica. Entretanto, las potencias atómicas no firmantes del NPT —Corea del Norte, India, Israel y Pakistán— siguen desarrollando sus arsenales, actualmente en casi 500 ojivas atómicas.

El secretario general de la ONU, António Guterres, advierte que las armas atómicas están aumentando en potencia, alcance y sigilo, y que el desarme es urgente. El simbólico Doomsday Clock (Reloj del Fin del Mundo) ha bajado a 1 minuto y 29 segundos, su nivel más bajo en la historia. Asimismo, los once Nobel de la Paz ligados a la no proliferación sirven de constante advertencia, como los otorgados a la Campaña Internacional para Abolir las Armas Nucleares (ICAN, 2017) y a Nihon Hidankyo (2024), la organización de sobrevivientes de Hiroshima y Nagasaki.

En este escenario, el vaciamiento del compromiso con el artículo 5 de la OTAN por parte de EE UU, el desprecio de Trump por el derecho internacional y su acercamiento a Moscú están redefiniendo el equilibrio global. Tampoco se vislumbra una solución estable a la guerra en Ucrania, mientras se especula con un reparto de áreas de influencia geopolítica en detrimento del multilateralismo.

Más 'latencia nuclear'

La retirada progresiva del compromiso de EE UU con sus aliados deteriora las relaciones transatlánticas y podría alentar a otras potencias a poner a prueba el paraguas militar norteamericano con sus aliados. Ello ha generado en estos la necesidad de fortalecer sus propias capacidades defensivas, incluso con vistas a adoptar capacidades de disuasión atómica. Los países bálticos y Dinamarca buscan buscan acuerdos con Francia, mientras que Polonia, que pidió despliegue de armas atómicas de la OTAN, acaba de firmar un acuerdo con Francia que posibilita la cooperación en materia de disuasión atómica o el despliegue directo de armas atómicas estadounidenses en el caso polaco. Alemania baraja una eventual cobertura atómica franco-británica, con las fuerzas atómicas francesas independientes de la OTAN, y podría considerar la latencia nuclear, es decir, contar con la infraestructura, el conocimiento y los materiales necesarios para desarrollar armas atómicas sin llegar a construirlas.

Durante su campaña electoral, Trump evitó comprometerse con la defensa de Taiwán, señalando que ese país debería pagar más por su protección. En cuanto a Corea del Norte, el programa KEDO (1995-2006), impulsado por EE UU, Corea del Sur y Japón para congelar su desarrollo atómico, se abandonó tras la primera prueba atómica norcoreana en 2006. Desde entonces, Corea del Norte ha ampliado su arsenal a unas 50 ojivas atómicas y desarrolla misiles balísticos intercontinentales. Su alianza con Rusia y el cambio de enfoque de EE UU generan inquietud en Corea del Sur, que busca mayor seguridad mediante la latencia nuclear y reclama a Washington reservas de material nuclear para alcanzar el estatus de umbral nuclear.

Un foco de tensión es el acuerdo nuclear con Irán (JCPOA), firmado en 2015 por los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, la Unión Europea y Alemania. Tras la retirada de EE UU, en 2018, Irán ha mantenido su latencia nuclear sin fabricar armas atómicas, pero enriqueciendo uranio, lo que le permitiría producirlas rápidamente. Esto podría llevar a Arabia Saudí a buscar su propia capacidad atómica para equilibrar la región. Aumenta además el riesgo de una escalada por un eventual ataque israelí a instalaciones iraníes. En paralelo, la ocupación rusa de la central nuclear de Zaporiyia en Ucrania evidencia el peligro de involucrar instalaciones nucleares civiles en conflictos armados. En un escenario de confrontación entre bloques, instalaciones nucleares de Corea del Sur o Japón podrían ser blancos secundarios.

Existe el riesgo de una mayor fragmentación del orden global, debilitando el régimen de no proliferación e incluso poniendo en peligro el NPT. El desarrollo o el desenlace de la guerra en Ucrania será clave para medir la evolución de las relaciones entre EE UU y Rusia y determinar si es posible renovar el diálogo en torno a un nuevo tratado que sustituya al Nuevo START y frene la proliferación. La tensión y antagonismo entre EE UU y China perjudica la incorporación de este país — con un creciente arsenal atómico estimado a alcanzar en 2025 unas seiscientas ojivas atómicas— a tratados de limitación de armas atómicas.

En definitiva, la combinación de tratados debilitados, tensiones geopolíticas, países aspirando a la latencia nuclear y doctrinas más agresivas pone en riesgo el orden mundial y la estabilidad global, haciendo necesarias la reactivación de la diplomacia multilateral y la concienciación social.

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