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Políticas para el progreso y la felicidad de un país

España sale peor parada si se compara con otros países en indicadores de bienestar y desarrollo que si lo hace en PIB. La economía no está al servicio de la gente

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Octubre 2023 / 117
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PIB

Ilustración
Pedro Strukelj

La actual coyuntura climática, geopolítica y económica es ciertamente convulsa. Plantea desafíos y desequilibrios de alcance europeo y mundial que limitan la soberanía del futuro Gobierno, sea del color político que sea. Igualmente cierto es, sin embargo, que todo ejecutivo debe aspirar a desarrollar políticas para el progreso, y nos atrevemos a decir que, en aras de la felicidad del país, debe cumplir las promesas realizadas en tiempos de campaña. Aquí nos topamos con la gran pregunta macroeconómica: ¿cómo medir el progreso económico de un país para que coincida con el de su ciudadanía?

A escala europea, el producto interior bruto (PIB) sigue figurando en solitario como el indicador de referencia, cuando hace por lo menos dos décadas que  su utilidad se viene cuestionando. De hecho, otros indicadores de desarrollo global llevan años ofreciendo resultados. Prestemos atención a dos de ellos: el índice de desarrollo humano (IDH) y el índice de la felicidad. Solo con su nombre, indicadores como estos ya nos llaman la atención: ¡desarrollo humano y felicidad! Deberían ser estas las metas de la economía, como propone desde 2010 el movimiento de la Economía del Bien Común, entre otros.

Lo que de verdad importa

El índice de desarrollo humano, impulsado en 1990 por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) y creado por el premio Nobel Amartya Sen, es el indicador más conocido entre aquellos que tratan de abrirse camino como alternativa al PIB. Se buscó un indicador muy simple, que combinara las tres cuestiones que se consideró esenciales para el desarrollo humano, asignándoles el mismo peso a cada una: tener una vida larga (tomando como referencia la esperanza de vida), la educación (a partir de las tasas de alfabetización y escolarización) y la capacidad de alcanzar un nivel de vida digno, tomando como referencia el PIB per cápita.

Veamos cómo queda España. Si consideramos solo el PIB, España es el país decimosexto a escala mundial (de los 196 miembros de la ONU). Si consideramos, en cambio, el índice IDH, el lugar de España es el vigesimoséptimo. ¿A qué se debe este retroceso? 

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Felicidad PIB

La composición del índice, en el cuadro adjunto, arroja un poco de luz sobre lo que ocurre. En esperanza de vida somos el quinto mejor país del mundo; en alfabetización, bajamos al puesto 36; pero, si observamos el PIB per cápita, la posición de España desciende nada menos que a la posición número 41 de la lista. Es aquí donde radica el descenso. El PIB per cápita nos da una primera clave de alerta sobre el nivel de prosperidad real del país, cuando el nivel de riqueza queda referida en promedio a su población. Este indicador nos muestra como mejora el conocimiento de lo que ocurre en el país al considerar variables cualitativas relacionadas con la población.

Medir la felicidad

Vamos con el segundo indicador. Se llama índice de la felicidad. Han pasado más de 10 años desde que Naciones Unidas publicó el primer Informe Mundial de la Felicidad, aunque poca gente sepa de su existencia.

La forma natural de medir la felicidad de un país consiste en preguntar a una muestra representativa de sus habitantes cuán satisfechos están con sus vidas. El Informe Mundial de la Felicidad contempla seis variables: la renta per cápita, el apoyo social (tener alguien con quien poder contar), las expectativas en materia de de salud física y mental, el sentido de libertad en la toma de las decisiones clave, la generosidad y, finalmente, la percepción de la corrupción.

Vemos que el abanico de factores que se propone considerar se acerca al bienestar ciudadano recorriendo un largo camino en comparación con el indicador inicial del PIB. En el informe de  2023 España ocupa el puesto número 32. Si en PIB somos el 16, y en felicidad el 32, la lectura es clarísima: ¡la economía no está al servicio de la ciudadanía! 

Este mismo informe reconoce que la efectividad de los gobiernos tiene un gran influencia en la felicidad humana de las personas. La capacidad de un Estado puede medirse tanto por su capacidad fiscal (su capacidad de recaudar dinero) como por su capacidad colectiva (su habilidad para entregar servicios), además de su capacidad jurídica (Estado de derecho). También es crucial si se evitan la guerra y la represión.

En todos los países, estas medidas aparecen correlacionadas con la satisfacción con la vida de la gente.

Si consideráramos que PIB e índice de felicidad son igual de importantes… ¡cómo cambiarían las políticas! 

La civilización actual se ha alejado del concepto de felicidad, que heredamos de la cultura griega y que recogió después el cristianismo. La felicidad se reconoce de manera implícita en la Declaración de los Derechos Humanos. Si recuperamos esta noción tan humana que da sentido a todas la vidas, entonces la actividad económica podrá ser evaluada contra la piedra de toque del bienestar real. Es cada vez más evidente que necesitamos indicadores adecuados para abordar los desafíos globales del siglo XXI.

Proceso participativo

La economía del bien común (EBC) todavía va un paso más allá, al proponer como indicador del progreso de un país el producto del bien común (PBC). ¿En qué consiste? En desarrollar la democracia para que sea la misma ciudadanía la que defina los indicadores de felicidad y bienestar que valoran como prioritarios.

Una innovación central de este joven movimiento es el desarrollo de un proceso participativo en el quela población soberana puede desarrollar un producto de bien común por sí misma. Las asambleas del PBC se pueden realizar primero a nivel municipal, luego regional y, finalmente, nacional. La primera versión del PBC podría ser desarrollada por los miembros del los parlamentos y, posteriormente, refinada por los ciudadanos. El último paso sería votar por el PBC resultante en un referéndum vinculante. Finalmente, el PBC podría anclarse en las constituciones como una medida de bienestar general, como herramienta definida por la población para evaluar el impacto de legislaciones y políticas en el progreso y la felicidad de un país.

Después de estas reflexiones, concluimos que disponemos de herramientas capaces de mostrar cómo se gobierna para los ciudadanos. Un cambio de Gobierno es una excelente oportunidad para que los indicadores no financieros ocupen su lugar para evaluar el desempeño del nuevo Ejecutivo. Las herramientas están esperando. La ciudadanía todavía lo espera, y si no lo exige es porque una coyuntura tan convulsa como la actual está frenando su queja.

Las tendencias apuntan en esta dirección, ya que los problemas más apremiantes de hoy es evidente que no pueden resolverse con el modelo económico existente y su foco en los indicadores monetarios.

Las políticas orientadas al bien común son motores de crecimiento y de bienestar. Es cuestión de tiempo darse cuenta de ello.