Transición energética y transformación social
Lo único que se requiere para restaurar el equilibrio del planeta es un cambio de actitud.
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Febrero 2023 / 110
Lo único que se requiere para restaurar el equilibrio del planeta es un cambio de actitud.
Cada día la naturaleza nos envía un mensaje, siempre el mismo. Es un aviso: “Esto no puede seguir así”, dice. El aviso no es nuevo, y para escucharlo no hace falta remontarse a la antigüedad de los profetas: los avisos más recientes tienen ya medio siglo, y vale la pena escucharlos.
En 1972, un equipo encabezado por Dennis Meadows publicó Los límites del crecimiento, una obra que, bajo los auspicios del club de Roma, se convirtió en un best seller mundial. Su análisis se basaba en un modelo de la llamada dinámica de sistemas, creado por Jay Forrester: una descripción centrada en unas pocas variables que permitía hacerse una idea del aspecto que tendría el mundo hasta el año 2100. La exploración se hacía imaginando diversos escenarios, representados por distintos valores de una multitud de parámetros.
La gestión adecuada de los recursos es indispensable para restablecer la armonía entre hombre y naturaleza
Los resultados dieron la vuelta al mundo. El llamado “escenario estándar”, calculado extrapolando el año inicial, sugería que, de seguir al ritmo habitual de crecimiento demográfico y producción industrial, la combinación del crecimiento de la población con una contaminación creciente y un agotamiento prematuro de los recursos naturales llevaría al “colapso”, una caída permanente de la población, hacia 2025. Un escenario “tecnológico”, representado por un gran aumento de la productividad, permitiría mantener el crecimiento por más tiempo, pero sobrevendría un colapso mayor. El llamado “escenario estabilizado”, basado, entre otras cosas, en la estabilización paulatina de la población, podía evitar el colapso: solo ese escenario era lo que hoy calificaríamos de sostenible.
El trabajo de Meadows fue, cuando no ignorado, muy criticado por los economistas. Sin embargo, una reciente comparación de los resultados originales del modelo con los datos reales del periodo 1970-2000 sugiere que nuestro mundo ha seguido casi exactamente la trayectoria del llamado “escenario estándar” de Meadows, lo que sugiere que el colapso quizá no ande lejos. ¿No estaríamos mejor hoy si lo hubiéramos escuchado hace 40 años?
El segundo aviso, casi contemporáneo del primero, fue la publicación de Lo pequeño es hermoso , del economista alemán E. F. Schumacher, en 1973. El autor coincide con el estudio de Meadows en llamar la atención sobre la posibilidad de agotamiento de recursos naturales y, en particular, de recursos energéticos. Advierte, como Meadows, de que las cosas no pueden seguir así. Pero para él no se trata solo de cuestiones técnicas o materiales, sino de una concepción errónea de la sociedad y una perversión de sus valores. "La creencia que domina hoy en día es que el fundamento más sólido de la paz sería la prosperidad universal”, dice. Para Schumacher, la prosperidad universal, concebida como un estado en el que todos viven como los ricos de hoy, no es posible por la finitud de los recursos naturales. Perseguirla como ideal de la humanidad lleva a hacer del crecimiento del PIB la medida del éxito, y la historia nos muestra cómo ese camino no lleva a la paz. Aunque el libro de Schumacher se ha ido reeditando hasta hoy, ni economistas ni politólogos ni periodistas lo mencionan; se ha quedado en un libro de culto entre ecologistas.
Mientras Meadows trata de mostrar por qué las cosas no pueden seguir así, Schumacher expone por qué las cosas han seguido así durante tanto tiempo. Entre los dos nos sugieren el camino a seguir en un intento de análisis realista: no basta con saber qué hay que cambiar, ni siquiera cómo habría que cambiar; hay que saber, además, qué se puede oponer a esos cambios y por qué. Pero empecemos por dar una idea del esfuerzo material que la lucha contra el cambio climático implica.
Pieza central
La gestión adecuada de recursos como el agua, la tierra cultivable y los bosques es indispensables para restablecer la armonía entre hombre y naturaleza. Como los combustibles fósiles son la principal fuente de los gases invernadero que contribuyen al calentamiento del planeta, la llamada transición energética, que persigue sustituir los combustibles fósiles (carbón, gas natural y petróleo) por otras fuentes de energía, es una pieza central en la lucha contra el cambio climático. Nos centraremos en ella de aquí en adelante, y trataremos de dar una idea, en líneas muy generales, de la magnitud del esfuerzo material necesario.
La energía, una energía barata, disponible en cantidades ilimitadas, ha sido la base de la Revolución Industrial; si desde 1820 hasta hoy la población mundial se ha multiplicado por 7,3, el consumo de energía es hoy 27 veces superior, y sigue creciendo. Los tres combustibles fósiles —primero el carbón, luego el petróleo y más tarde el gas natural— han sido las principales fuentes de esa energía. El cuadro 1 muestra que aún hoy suponen casi el 85% del consumo global. La contribución de las renovables es marginal.
La transición energética se propone eliminar los fósiles en su totalidad. El sistema resultante se basará en el uso de energía eléctrica generada por fuentes renovables: solar, eólica, hidroeléctrica y biológica. A esa lista suele añadirse la nuclear, que, si bien no es renovable en sentido estricto, no emite gases de efecto invernadero; a veces se añade al gas natural, que es cuatro veces menos contaminante que el carbón y el petróleo.
Ya se ve la urgencia de abordar la reconversión del transporte; la de la industria presenta una complejidad mucho mayor, porque incluye minería, manufactura, agricultura y construcción.
Un escenario posible, propuesto por Michaux, consistiría en:
1. Sustituir todos los vehículos de transporte terrestre (un total estimado de 1.486 millones de vehículos) por vehículos eléctricos, dotados de baterías de litio o de motores de hidrógeno comprimido.
2. Transporte marítimo y ferrocarril con hidrógeno líquido.
3. Biofuel para aviación y para la fabricación de algunos plásticos.
4. Nuclear para la industria (por las características de estabilidad de la electricidad generada).
5. Renovables para calefacción.
Esfuerzo colosal
Esta lista supone un esfuerzo colosal: la capacidad de generación eléctrica mundial es hoy de unos 26.000 TWh (terawatios/hora), pero al sustituir los combustibles fósiles en el transporte y la industria, habría de subvenir, además, a las necesidades de la carga de las baterías, la fabricación de hidrógeno y la sustitución de la calefacción por gas, hasta un total de 38.000 TWh de nueva construcción. El número de plantas de generación a construir superaría las 220.000, de las cuales más de 800 serían nucleares. Hoy el número total de plantas de generación no llega a las 50.000. No parece posible que esa transición se cumpla en la extensión y el tiempo deseados (reducción de emisiones del 30% para 2030 y del 80-100% para 2050).
La transición energética, tal como fue concebida en los Acuerdos de París, no es alcanzable
La transición energética parece, pues, un imposible técnico. Todos vemos, además, que sus tímidos inicios (no olvidemos que las emisiones globales siguen creciendo) se enfrentan a enormes resistencias. Uno adivina que la transición acarreará pérdidas en ciertas actividades — agricultura y ganadería industriales, actividades intensivas en el uso de energía, transporte—, que los afectados procurarán evitarlas, y que muchas de esas pérdidas se transmitirán a toda la sociedad en forma de pérdidas de poder adquisitivo.
En democracias como las de nuestro entorno, vencer esas resistencias llevará tiempo y talento. Tiempo, porque no es fácil abarcar la magnitud de los cambios necesarios; talento, porque el coste de los ajustes recaerá sobre todo en los países ricos, y nos cuesta hacernos a la idea de que, aunque ahora tengamos mucho que nos sobra, habrá que pasar con menos. En el fondo, lo único que se requiere para restaurar el equilibrio del planeta es un cambio de actitud. Es muy difícil, pero está en nuestras manos.
Por otra parte, no hay que olvidar que los datos anteriores, y otros muchos, están al alcance de los responsables políticos y de los encargados de generar y difundir información veraz. Sorprende, entonces, ver cómo, en las esferas política, empresarial y mediática no se haya reconocido que la transición energética, tal como fue concebida y aprobada en los Acuerdos de París, no es alcanzable. Llega, pues, el momento de preguntarnos por qué la situación actual está durando tanto tiempo. Es indispensable hacerlo, si se quiere llegar a recomendaciones que no sean puramente quiméricas.