“Los liderazgos que surgen ahora y que vienen con mucha fuerza, como Xiomara Castro en Honduras, Gabriel Boric en Chile y Gustavo Petro en Colombia a ofrecen a sus pueblos mejores oportunidades, igualdad, acceso a educación y salud. Sin embargo, afrontan un contexto muy difícil, distinto al que se encontraron Pepe Mujica y Lula da Silva, dos de los líderes de aquella primera ola izquierdista del siglo XXI, conocida como marea rosa”, argumenta Alicia Bárcenas, quien durante los últimos 14 años dirigió la Comisión Económica para Latinoamérica y el Caribe de Naciones Unidas (CEPAL). “Les ha tocado una época de pandemia que ha frenado su actuar, se enfrentan a una gran globalización financiera, al desafío del cambio climático, al aumento de precios y a la falta de insumos. Es la tormenta perfecta”, advierte.
Para la diplomática mexicana esta nueva ola izquierdista en el continente, tan heterogénea como la precedente, afronta el mismo desafío —la desigualdad estructural—, pero tiene herramientas y raíces diferentes de aquella, que trabajó aún asida a la crisis finisecular del siglo XX. Nuevos modelos, nuevas ideas que en su opinión apuntan hacia el camino correcto, pero que solo tendrán éxito si la visión rebelde y el estilo atrevido de grumetes como Boric —adalid de una nueva generación de líderes comprometidos socialmente que han llegado muy jóvenes al poder— logran imponerse sobre capitanes más veteranos como el propio Lula, que aspira a ser reelegido en Brasil, Gustavo Petro en Colombia y Alberto Fernández en Argentina, que cargan con la pesada mochila de su propio pasado.
“Ojalá la sociedad entienda que estamos ante un cambio de época y que el modelo anterior no nos llevó a ningún lado. Necesitamos un cambio profundo en el modelo de desarrollo que no sea tan extractivista. Estamos ante un mundo que no acaba de morir y un mundo que no acaba de nacer, y en eso la juventud tiene más una mirada del bienestar y de la igualdad, y muchas más aspiraciones feministas, sociales”, subraya Bárcenas.
Redistribuir la riqueza
En este periodo de transhumancia el desafío más acuciante es hoy, subraya Bárcenas, componer ese bálsamo de Fierabrás que permita redistribuir la riqueza. Un reto ciclópeo en un contexto de crisis mundial, con la economía planetaria en recesión, la guerra comercial en pleno apogeo y el conflicto armado en los confines asiáticos de Europa como motor de un pulso que aventura un cambio de paradigma global. Según datos de la CEPAL, alrededor de 210 millones de personas viven en el umbral o por debajo del umbral de la pobreza en América Latina. Es decir, uno de cada tres latinoamericanos carece de las condiciones mínimas para vivir con dignidad en un continente creso en recursos naturales, y en cuyas capitales se concentran algunas de las mayores fortunas internacionales. De acuerdo con datos de Oxfam, en 2020, año del estallido de la pandemia, los 73 milmillonarios que se conocen en Iberoamérica vieron crecer sus fortunas en más de 48.000 millones de dólares. Y, al menos, un nuevo empresario o político se sumó cada 15 días a la lista de quienes acumulan caudales por encima de los 1.000 millones de euros. Es una brecha creciente, sustancial, abierta según los historiadores en tiempos de la colonización —pero sobre todo durante los procesos de independencia—, que es tan común como diversa. En países como Chile esta grieta es extrema. En otros, como Uruguay, tiende a angostarse, gracias, sobre todo, a las políticas sociales y universales emprendidas durante el gobierno de José Mújica, el más influyente y exitoso de los líderes de la marea rosa.