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Un país atrapado en el diván

Los signos de agotamiento del modelo y la crisis de identidad se han hecho evidentes para todos, pero el fracaso del plebiscito constitucional muestra que las respuestas aún no están listas.

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Octubre 2022 / 106

Ilustración
Andrea Bosch

Chile, el país con la economía más neoliberal de América, lleva tres años tumbado en un diván tratando su profunda crisis de identidad y repensando su modelo de sociedad.

La crisis llevaba años dando señales, pero la clase política las ignoró sistemáticamente hasta que todo saltó por los aires en octubre de 2019, cuando el país vivió la ola de protestas más graves desde el fin de la dictadura de Augusto Pinochet (1973-1990), con una treintena de muertos, miles de heridos y señalamientos contra las fuerzas de seguridad por presuntas violaciones a los derechos humanos.
 
La rabia social contra un modelo económico que contribuyó durante años a reducir la pobreza pero terminó agravando la desigualdad se trató de canalizar a través de un proceso constituyente y la redacción de una nueva Carta Magna. Con este proceso Chile recibió halagos en todo el mundo por ser inéditamente democrático y paritario entre hombres y mujeres y que parecía que iba a terminar sacándole del diván. Pero el rechazo al nuevo texto constitucional por una abrumador 62% en el histórico plebiscito del pasado 4 de septiembre sepultó cualquier esperanza de resolver a corto plazo la crisis identitaria.
 
"Somos un país que lleva largo tiempo buscando el camino hacia la dignidad (...). Resulta indesmentible que el modelo de desarrollo chileno ha mantenido una alta concentración de la riqueza, llevándonos a ser uno de los países más desiguales del planeta", dijo el presidente chileno, Gabriel Boric, el pasado 20 de septiembre en su debut ante la Asamblea General de Naciones Unidas.
 

Empezar de cero

 
Tras el plebiscito, las fuerzas parlamentarias han iniciado negociaciones para convocar un nuevo proceso constituyente porque, aunque se rechazó la propuesta de Ley Fundamental, la gran mayoría de los chilenos quiere enterrar la actual Carta Magna.
 
Heredada de la dictadura, es vista por parte de la sociedad como el origen de las desigualdades del país, pues consagra el papel secundario del Estado (la llamada "subsidiaridad") y fomenta la privatización de servicios básicos como la educación, la salud, el agua y las pensiones.
 
"Chile no soporta un nuevo fracaso constitucional. Las conversaciones no pueden fracasar", alertó Mauricio Morales, politólogo de la Universidad de Talca y para quien hay dos caminos: ir directo a una elección de constituyentes o convocar un plebiscito en que se le pregunte por el tipo de órgano que debiese redactar el texto.
 
Para Claudia Heiss, jefa de la carrera de Ciencia Política de la Universidad de Chile, "la posibilidad de un fracaso de las conversaciones existe, pero sería muy complejo para la estabilidad política".
 
"Todas las fuerzas, incluida la derecha, entienden que el mandato del plebiscito de octubre de 2020 —con el que comenzó el proceso y en el que el 78% de los chilenos votó por enterrar la Constitución de Pinochet— todavía esta vigente. La derecha basó esta última campaña en la idea de rechazar el texto para tener una mejor, no para quedarse con la del 80", afirma Heiss.
 
 

¿Qué pasó?

 
Aunque fuera de Chile sorprendió el contundente resultado del pasado 4 de septiembre, las encuestas llevaban meses avisando de que a los chilenos no les gustaba el nuevo texto, que declaraba Chile un Estado social de derecho, plurinacional, feminista y ecologista.
 
El plurinacionalismo en un país excesivamente centralista, el rediseño del sistema de justicia y la eliminación del Senado fueron algunos de los puntos que levantaron más ampollas.
 
Tomás Jordán, profesor de la Universidad Alberto Hurtado y uno de los constitucionalistas más respetados, cree que los chilenos castigaron en el plebiscito a la convención más que el texto en sí mismo. Y ello a pesar de que el órgano había arrancado con niveles altísimos de aceptación.El experto también reconoce que, si bien el texto fue muy vanguardista en distintas materias, sobre todo igualdad de género y ecologismo, en otras "fue demasiado maximalismista y en ocasiones programático".
 
La coalición gubernamental de izquierda apoyó sin fisuras la propuesta constitucional, mientras que la derecha la tildó de radical. La estocada final, sin embargo, se la dieron históricas figuras de la centroizquierda que salieron en tromba a hacer campaña en contra.
 
"Algunos han querido ver el triunfo del rechazo como una derrota del Gobierno, pero nunca es una derrota cuando el pueblo se pronuncia", admitió en la ONU Boric, quien contra todo pronóstico se convirtió en diciembre en el presidente más joven de la historia chilena repitiendo en campaña el lema Si Chile fue la cuna del neoliberalismo, también se será su tumba.
 

Estado social

 
Heiss cree que si hay algo que Chile ha conseguido en estos tres convulsos años es "la toma de conciencia a porrazos de la insatisfacción que genera nuestro modelo".
 
"Hay cierta unanimidad en transitar hacia un Estado social. La clave está en determinar qué significa realmente ese Estado social y hay un gran signo de interrogación respecto de qué tipo de relación entre lo público y lo privado se va a permitir en esta nueva propuesta constitucional", añadió.
 
Lo que sí parece evidente es que Chile no podrá tener otro plebiscito antes de abril próximo y que no habrá un nuevo texto antes del 11 de septiembre de 2023, cuando se cumplan los 50 años del golpe de Estado contra Salvador Allende.
 
"Estoy convencido de que, en un corto plazo, Chile tendrá una Constitución que satisfaga plenamente a la ciudadanía, una construida en democracia, que recoja el aporte de todos los sectores de la sociedad y que sea capaz de reflejar los anhelos de justicia y libertad", concluyó Boric en la ONU con la esperanza de que su país pueda, finalmente, levantarse del diván.