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Un puente necesario

La economía de impacto debe poner al mismo nivel rentabilidad y valores, con métricas creíbles y conexión con los abanderados históricos del bien común

Por Xavi Pont
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Octubre 2025 / 139
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Ilustración
Furiaaaaa

El sistema económico capitalista, como lo hemos heredado, muestra cada día más grietas. Su promesa de prosperidad infinita choca con los límites planetarios, las desigualdades crecientes y una precariedad que se extiende incluso en sociedades que se creían sólidas. Adam Smith y los clásicos pensadores de la economía pusieron en marcha una maquinaria que, en su momento, tuvo sentido: organizar la producción, canalizar el esfuerzo individual hacia el bien común y generar riqueza que luego generaría mayor riqueza, lo que significaría mayor beneficio para la sociedad. Pero lo que nació como un sistema para impulsar el progreso se ha convertido en un engranaje que no solo genera mayor desigualdad, sino que amenaza su propia sostenibilidad. Hoy, la realidad nos obliga a repensar esa lógica y a abrir la mirada hacia otros modelos que, sin renunciar al dinamismo económico, incorporen el impacto social y ambiental como un eje central.

Avances

En los últimos años, la llamada economía de impacto ha ido ganando terreno alrededor del mundo, con mayor desarrollo en EE UU, Canadá y Europa occidental. Según el Global Impact Investing Network, el volumen mundial de inversión de impacto ya supera los 1,1 billones de dólares. En nuestro país, hemos pasado de gestionar apenas 100 millones de euros a más de 2.000 en apenas una década. España, con experiencias como Ship2B Ventures, Impact Hub y el instrumento financiero público gestionado por COFIDES-Fondo de Impacto Social, se ha situado como uno de los polos más activos del sur de Europa en este ámbito. Inversores, aceleradoras y startups con vocación social y ambiental empiezan a configurar un ecosistema que no solo habla de rentabilidad, sino también de propósito.

Pero ¿cómo se diferencia esta economía de impacto de la economía social que conocemos desde hace décadas? La primera combina de manera explícita impacto positivo y retorno financiero; la segunda antepone la lógica comunitaria y democrática al beneficio. Esa diferencia explica que la economía de impacto tenga una mayor capacidad de escalar y atraer inversión, aunque con el riesgo de diluir ciertos valores. Mientras tanto, la economía social preserva con firmeza sus principios, aunque a menudo a costa de quedarse en una escala limitada.

Tensión

La tensión entre crecer y ser fiel a los valores fundacionales se expresa en ejemplos bien conocidos. Mondragón, referente mundial de la cooperación, ha tenido que afrontar las contradicciones de su internacionalización. Goteo, plataforma de crowdfunding profundamente comprometida con la transparencia y la participación ciudadana, mantiene intacta su coherencia pero con un alcance menor del de gigantes globales como Kickstarter. O el Programa Operativo de Inclusión Social y de la Economía Social (POISES), que logró un notable impacto en la inclusión laboral, pero no pudo evitar los obstáculos derivados de su dependencia de fondos europeos y la excesiva burocracia.

Entonces, ¿qué es lo que realmente frena a muchos de estos proyectos? La respuesta está en la lógica del dinero. Mientras el dinero público busca redistribución y resultados sociales, la filantropía asume riesgos sin esperar retornos económicos y la inversión privada exige escalabilidad y solvencia. El reto está en diseñar mecanismos que permitan a los proyectos sociales ser percibidos como invertibles y, al mismo tiempo, que los inversores comprendan que el impacto social no siempre se traduce en dividendos inmediatos, sino que puede requerir de plazos temporales mayores que los de la inversión tradicional.

En este escenario conviven proyectos con y sin ánimo de lucro. Lo que caracteriza a la economía de impacto es que coloca el impacto al mismo nivel que la rentabilidad, mientras que la economía social lo sitúa por encima de todo. El debate sobre si se puede generar impacto con ánimo de lucro está más vivo que nunca, pero quizá lo importante sea reconocer que ambas aproximaciones se complementan y que el verdadero valor se mide en términos económicos, sociales y ambientales a la vez.

¿Y cómo demostrar que todo esto no es un simple discurso? La legitimidad de este movimiento depende, en buena parte, de su capacidad de medir y probar resultados. En España, iniciativas como SpainNAB han sido fundamentales para promover un lenguaje compartido, sensibilizar a los inversores y trazar una hoja de ruta clara para el desarrollo del ecosistema de impacto. A nivel internacional, proyectos como el Impact Management Project se han consolidado como referentes clave para definir cómo medir, gestionar y comparar el impacto de manera rigurosa. No es un detalle menor: frente a la creciente ola de impact washing, en la que empresas y fondos adoptan un discurso de impacto como mero barniz reputacional, disponer de métricas claras y estándares reconocidos es lo que diferencia a quienes trabajan con seriedad de quienes se limitan a aprovechar una tendencia. Sin esta exigencia de transparencia, la economía de impacto corre el riesgo de diluirse en promesas vacías, perdiendo la oportunidad de transformar de verdad el sistema.

Referentes

España y Cataluña, con su tradición cooperativa, su capacidad emprendedora y la aparición de un tejido inversor sensible al impacto, tienen ante sí la oportunidad de convertirse en referentes del sur de Europa. Para lograrlo será necesario superar desafíos aún existentes: impulsar proyectos sociales escalables sin sacrificar su esencia, crear vehículos financieros híbridos que combinen misión y mercado, generar métricas compartidas y promover políticas públicas que faciliten este encuentro entre el ámbito económico, social y medioambiental.

La economía de impacto no es solo una tendencia pasajera, sino un puente. Es un puente entre quienes han defendido históricamente el bien común y quienes, desde el mercado, empiezan a entender que no hay futuro posible sin integrar el impacto social y ambiental en el corazón de la actividad económica. La pregunta de fondo es: ¿seremos capaces de cruzar ese puente a tiempo? Porque no se trata únicamente de transformar la economía; se trata de cambiar sistemas completos con tal de responder a los mayores desafíos que afrontamos como sociedad y como planeta a la vez que generamos desarrollo económico.

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Barcelona Activa

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