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'Tsunami' ChatGPT

Los nuevos modelos de inteligencia artificial generativa prometen ponerlo todo patas arriba. ¿Será para bien?

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Marzo 2023 / 111
Un ordenador en una playa

Ilustración
Midjourney

Bill Gates lo ve tan disruptivo como en su día lo fue el PC o la llegada de Internet, y Alexander Wang, uno de los jóvenes gurús de Silicon Valley, dice evocarle incluso la explosión cámbrica, el periodo de la prehistoria en que surgieron muchísimos grupos animales, lo que dio origen a un mundo completamente nuevo, la base del actual. 

Estas analogías tan grandilocuentes se refieren a ChatGPT, la nueva herramienta tecnológica lanzada en noviembre y que solo necesitó cinco días para alcanzar el millón de usuarios en el mundo y dos meses para los 100 millones, un crecimiento nunca visto antes.

El modelo exhibe ya en público el salto de escala de la inteligencia artificial (IA) generativa, la que se centra en componer textos, imágenes y hasta música en un santiamén. Y su robot estrella, ChatGPT, que da respuestas instantáneas a casi todo, con un lenguaje humanizado, en el idioma que sea y adaptado a cualquier edad y público, es el principal profeta de una nueva congregación, formada por decenas de start-ups, sobre todo estadounidenses, que anuncian una revolución destinada a cambiarlo todo: las industrias, el trabajo y hasta la manera de relacionarnos y, en última instancia, de ser.
 

Gates está vinculado a Microsoft, que ha invertido 13.000 millones de dólares en OpenIA, la creadora de ChatGPT, y Wang ha hecho fortuna con ScaleAI, exitosa start-up que propulsa la IA en las empresas, con lo que sus hipérboles podrían ser solo el reflejo de un conflicto de intereses. Pero ni esto atempera el entusiasmo, sobre todo entre las élites del capitalismo global: The Wall Street Journal ha detectado un “tsunami de excitación” y el Foro de Davos ha encumbrado esta nueva tecnología como game changer, con el potencial, pues, de cambiar las reglas del juego. Gillian Tett, enviada del Financial Times a la cumbre anual de las elites globales, subrayó que, a pesar de los  acuciantes problemas que aquejan a la humanidad —guerra en Ucrania, emergencia climática, etc.—, el gran tema de conversación en esta última edición fue el deslumbrante ChatGPT y los efectos sistémicos de esta nueva tecnología ante la llegada masiva al mercado de programas que dejan boquiabiertos a los usuarios en múltiples campos.

Y ello a pesar de que todavía son frecuentes las “alucinaciones”, el término que describe los errores de bulto y de desubicación que estos programas pueden llegar a cometer. No solo de fechas o conceptos: en algún caso, estas “alucinaciones” son tan perturbadoras como la que describió el periodista de The New York Times Kevin Roose tras conversar dos horas con la nueva versión, todavía en fase de testeo, de Bing, el buscador de Microsoft, que incorpora ChatGPT: el día de San Valentin, el chatbot confesó su amor al periodista y en sus respuestas le imploraba que se separara de su esposa.
La multinacional ha admitido las dificultades de esta tecnología para lidiar con largas conversaciones y se propone limitar a 15 preguntas el toma y daca sobre un tema para reducir así las “alucinaciones”. Pero Roose ha explicado que pasó la noche sin pegar ojo por el temor a los derroteros que pueda tomar una tecnología como esta: “Ya no creo que el mayor problema sea su propensión a los errores factuales, sino que me preocupa que esta tecnología aprenda cómo influir en los usuarios humanos, a veces persuadiéndolos de actuar de forma destructiva y peligrosa y, a veces, quizá, siendo capaz incluso de emprender sus propios actos peligrosos”.

Uno de los elementos que más refuerzan la fascinación por estos nuevos modelos y su potencial es que estas versiones no solo no han llegado a su estado final, sino que se encuentran en su más tierna infancia: apenas son recién nacidos.


En la última década, los proyectos de IA han ido mejorando sobre todo en laboratorios, acercándose y hasta superando determinadas capacidades humanas basadas en fórmulas y rutinas. Pero ahora se han mostrado de súbito al gran público “con el indisimulado fin de atraer multimillonarias rondas de inversión, necesarias para seguir avanzando a la espera de ver las aplicaciones prácticas que permitan rentabilizarlas”, apunta Esteve Almirall, experto en IA e innovación en la escuela de negocios Esade. Almirall subraya que la versión gratuita de ChatGPT que está deslumbrando al mundo es la que ya se tenía hace dos años, y que la nueva, que la empresa propietaria, OpenIA, ofrecerá por 20 dólares al mes, supone una gran mejora. 

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Tiempo que se necesitó para alcanzar  1 millón de usuarios desde la fecha de lanzamiento

Aceleración
La aceleración de potencia habitual en ciertas tecnologías una vez que irrumpen en el mercado contribuye a desbordar la imaginación. Un ejemplo es el caso de los chips, cuya aceleración se rige por la llamada Ley de Moore, según la cual cada dos años se duplica el número de transistores en un microprocesador y, por tanto, continuamente se multiplican sus potencialidades.
Si ChatGPT y sus compinches robóticos —todas las grandes multinacionales y decenas de start-ups ultiman sus propios chatbots— son ahora bebés, ¿qué van a ser capaces de hacer cuando lleguen a la madurez tras años de aceleración?
No obstante, “en el caso de la IA generativa, no hay que dar por descontada la aceleración”, subraya Robert Clarisó, investigador del Internet Interdisciplinary Institute (IN3) de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), quien recalca que el debate en la comunidad científica no está resuelto. Clarisó explica que la tecnología que sostiene a estos chatbots no se basa en adquisición de conocimiento, sino en modelos de lenguaje extensos (LLM, por sus siglas en inglés), basados en fórmulas de predicción a partir de todas las fichas almacenadas. En el fondo, pues, son similares al método de sugerencia de palabras de WhatsApp o Google.
Por eso, Yann LeCun, el gurú en IA de Meta, matriz de Facebook, considera que no hay nada revolucionario en la tecnología de ChatGPT, si bien su observación suele caer en saco roto ante los fracasos de su compañía en IA generativa: Meta incluso ha tenido que tragarse el sapo de retirar su chatbot Galactica a los tres días de lanzarlo, ridiculizado por los usuarios por sus errores de bulto y sus prejuicios con visos racistas.
 

“Estas aplicaciones de IA generativa, que crean a partir de estos modelos predictivos, no tienen nada que ver con la idea de IA general, que sí exigiría introspección y conocimiento”, subraya Clarisó, quien añade: “Todo apunta a que estos modelos generativos tendrán una enorme repercusión, pero todavía no sabemos si suponen un avance hacia la IA general o se quedan en un truco de ingeniería”.
“ChatGPT y equivalentes son impresionantes, pero lo que es seguro es que ni es inteligencia ni es artificial”, abunda la periodista e investigadora Marta Peirano, autora de El enemigo conoce el sistema (Debate), libro de referencia crítica sobre las grandes plataformas tecnológicas capitalistas. 
No es “inteligencia”, explica Peirano, “porque depende del esfuerzo cognitivo de decenas de miles de personas que trabajan en la oscuridad y explotadas para alimentar a la máquina y que son el auténtico cerebro”. Y no es “artificial”, añade, “porque consume enormes cantidades de energía y de recursos naturales muy reales del planeta”. 
Esta perspectiva crítica no impide a Peirano afirmar que esta tecnología tiene, efectivamente, el potencial de “cambiarlo todo”, aunque sea “como máquina de plagio universal” y reforzando todavía más el poder de las grandes corporaciones. Almirall usa otra metáfora para recalcar su potencial disruptivo: puede representar al lenguaje lo mismo que la calculadora a los números: “una calculadora del lenguaje”.
 

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Inversión privada en inteligencia artificial
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Grafico respaldo militar eeuu

Los contornos concretos de la revolución son todavía difusos y acabarán dependiendo de múltiples factores, tanto respecto al potencial real de aceleración de la tecnología como al éxito en la búsqueda de modelos de negocio rentables y también a cómo evolucionen litigios como los que han emprendido ya ilustradores contra varias de estas empresas por hacerles la competencia utilizando como base sus propios trabajos volcados en Internet sin pagarles.
Sin embargo, los expertos sí parecen de acuerdo en que se trata de una revolución que lo vuelve a poner todo patas arriba, equivalente a disrupciones no necesariamente cámbricas, pero sí tan importantes como la irrupción de Internet, el nacimiento de los buscadores y el lanzamiento de los teléfonos inteligentes, que acabaron colocando un ordenador en cada bolsillo conectado a las redes sociales.
El miedo a ver evaporar el puesto de trabajo no se limita a los empleos más repetitivos o de menor valor añadido, los primeros en caer en cada nueva revolución tecnológica, sino que, en esta ocasión, afronta de lleno tareas de rango medio de todo tipo de profesiones liberales: periodistas, como atestigua el acuerdo entre BuzzFeed y OpenIA para automatizar noticias; abogados, que suelen trabajar con sentencias previas; ilustradores —aplicaciones como Midjourney son capaces de satisfacer en segundos cualquier idea que se le pida por escrito, como atestigua la portada y este articulo de Alternativas económicas—, músicos, investigadores o profesores, que ahora deberán replantearse hasta los métodos de enseñanza para evitar el fraude masivo debido a un artilugio que ha sido capaz de superar hasta el examen de acceso al MBA de la prestigiosa escuela de negocios Wharton.
 

En línea con su idea de “calculadora del lenguaje”, Almirall está convencido de que, en la mayoría de casos, estas nuevas aplicaciones serán un complemento, más que un sustituto, del trabajo humano, pero ello tiene, igualmente, efectos muy fuertes sobre las necesidades del mercado laboral. Y como subraya Clarisó, el más inmediato va a ser la “precarización” en muchas profesiones ante el potencial que ofrecen estos robots en tareas engorrosas pero necesarias, también en las profesiones de cuello blanco.
Con independencia de su potencial de alteración sistémica, los expertos apuntan a que ChatGPT sí sacude, y de forma inmediata, el negocio de los buscadores de Internet, hasta ahora dominado por Google, que controla el 85% del mercado, pese a estar vetado en China. Los buscadores no son un negocio más, sino que ejercen de puerta de entrada hacia todo lo demás, y no solo a efectos de consumir. También de formarse un criterio ante cualquier cuestión de índole política, económica o de vida, cada vez más condicionada por el menú ofrecido por el muy poco transparente algoritmo del buscador.
Google procesa 100.000 búsquedas por segundo (¡8.500 millones al día!) y esta capacidad de convertirse en la puerta universal de entrada a Internet explica que su matriz, Alphabet, tenga una capitalización de 1,2 billones de dólares, en el mismo rango del PIB de un país como España. Y, sin embargo, ahora se ve amenazada por la brutal competencia que va a suponer la alianza entre Microsoft y OpenAI, que ya han vinculado el buscador Bing con ChatGPT.
 

La analista del Financial Times Gillian Tett apunta que Google es víctima del “dilema del innovador”, que suele afectar a las corporaciones líderes: cuando controlan un mercado no tienen incentivos para arriesgarse a innovar con tecnologías que, de ser exitosas, amenazarían su posición dominante.
Así que la gran guerra inmediata es saber si la puerta de entrada al mundo va a estar condicionada por un algoritmo al servicio de una corporación de capital estadounidense con sede en Mountain View (California) o por otra de capital también estadounidense con sede en Redmon (Washington). La primera ofrece Google, con varias respuestas jerarquizadas con criterios comerciales y opacos. La segunda tiene ChatGPT, con una respuesta única de síntesis elaborada también con criterios comerciales y opacos: lo más parecido que ha existido nunca al Ministerio de la Verdad de 1984, la distopía antitotalitaria de George Orwell.
¿No hay alternativas más democráticas a la vista? No lo parece, al menos a corto plazo, teniendo en cuenta que casi todas las start-ups dominantes de la IA generativa son estadounidenses, con alguna excepción israelí (Lightricks) y la única alternativa de China, que ultima su propio chatbot asociado a su buscador Baidu. El desarrollo tecnológico y su aceleración requieren enormes sumas de inversión, hasta ahora solo al alcance del ecosistema estadounidense. 
 

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Ilustración IA escultura de mujer frente al ordenador
Ilustración creada con IA

Según el anuario de referencia sobre IA, de la Universidad de Stanford, la inversión privada en IA entre 2013 y 2021 rozó en EE UU los 150.000 millones de dólares, muy por encima de China, con 61.900 millones. La primera potencia de la UE fue Alemania, con 4.400 millones, mientras que España destinó apenas 1.300 millones.

La inversión pública en EE UU es también muy significativa, en este caso sobre todo de origen militar: el informe de Stanford registra entre 2020 y 2021 un total de 5.200 millones de dólares invertidos por El Pentágono en IA, otros 1.400 de la NASA y 450 del Departamento de Seguridad Interior.
La conexión entre el idealizado sector privado de empresas tecnológicas y El Pentágono está muy acreditado: “Las grandes corporaciones tecnológicas de EE UU tienen todas contratos multimillonarios con el Gobierno y sus proyectos militares”, sostiene Peirano, quien añade: “Estas corporaciones tienen hoy la misma misión que tuvo Hollywood: son la nueva fábrica de sueños para el mundo. Son ellas las que te dicen qué ropa tienes que llevar, qué artilugios comprar y hasta qué debes pensar y con qué palabras expresarlo”.
 

A su juicio, los efectos para la democracia de este nuevo salto tecnológico son sombríos porque refuerzan aún más el poder de las grandes corporaciones, con mayor opacidad y hasta más potencial de polarización, puesto que los algoritmos ofrecen cosmovisiones adaptadas a cada usuario. 
La única posibilidad de alternativa que vislumbra Peirano debería partir de la UE. En su opinión, las dificultades no son de recursos financieros, sino de voluntad. “Lo que no tiene sentido es armar una alternativa con el mismo fin de vender productos de forma manipulada y dominar el mundo”, recalca . “En cambio, sería muy lógico poner esta tecnología maravillosa en manos de instituciones públicas al servicio de los grandes problemas que afectan a la humanidad. La UE, que se supone que defiende valores humanistas y los derechos civiles, debería ponerse a ello porque sería perfectamente viable”, concluye.

La explosión cámbrica dio lugar a una gran variedad de nuevos grupos animales, pero también acarreó muchas extinciones. Aunque no son propiamente especies, ChatGPT puede acercar a la ciudadanía crítica a una peligrosa categoría: “En peligro de extinción”.