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Febrero 2023 / 110
Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, anunció en 2021 que el metaverso pasaba a ser el objetivo central de su empresa, rebautizada como Meta. Aun a pesar de lo inconcreto de este nuevo concepto, una legión de autoproclamados expertos se apresuraron a presentar el metaverso como el estadio natural de evolución de Internet, con un impacto económico estimado en cinco billones de dólares en 2030.
Aunque el hype metavérsico se ha reducido durante 2022, los pronósticos de su efecto disruptivo se mantienen. Matthew Ball, autor de uno de los libros de referencia sobre el metaverso, lo considera una consecuencia inevitable de la disposición del sector tecnológico a aumentar las prestaciones de sus productos aún antes de tener clara su utilidad futura. El metaverso se imagina así como "una red masiva e interoperable de mundos virtuales 3D renderizados en tiempo real que pueden ser experimentados de forma sincrónica y persistente por un número efectivamente ilimitado de usuarios en un sentido de presencia individual, con continuidad de datos como identidad, historia, derechos, objetos, comunicaciones y pagos". Las implicaciones tecnológicas de esta definición, partiendo del estado de los videojuegos de nueva generación, ocupa más de 200 páginas del libro.
Futuro ¿Está dispuesta la generación de las pantallas y los videojuegos a vivir en un mundo virtual?
La justificación de tal esfuerzo tecnológico sería, según el autor, que la generación cuya afición (o adicción) a las pantallas ha convertido los videojuegos en una industria de 200 billones de dólares querrá vivir su vida digital a tope en el metaverso, y no a través de una pantalla plana. Esto llevaría a concluir que no es cierto que el metaverso cambiará el mundo; lo hará en todo caso una generación que (supuestamente) querrá vivir su vida en el metaverso. No estamos, pues, tanto ante el anuncio de una transformación tecnológica, sino ante el proyecto de un profundo cambio de mentalidad; de alma, más bien.