Los mitos de la economía injusta
Kelton sostiene que los superávits fiscales succionan dinero de la economía, mientras que los déficits fiscales lo inyectan.
Stephanie Kelton, catedrática de Economía y Políticas Públicas de la Universidad del Estado de Nueva York en Stony Brook, ha escrito un desmitificador libro que pone al descubierto el mal uso que se ha hecho de conceptos como el déficit público. La autora sostiene que el déficit público no es realmente un problema y que se ha utilizado sobre todo para justificar recortes de gastos sociales.
Las tesis desarrolladas en El Mito del déficit se basan en la Teoría Monetaria Moderna (TMM), de la que la profesora estadounidense es una destacada experta. En contra del conocimiento dominante, Stephanie Kelton sostiene que los déficits públicos son buenos y necesarios. Y que la obsesión por perseguir el equilibrio presupuestario es una equivocación. En su lugar, afirma que se debería aprovechar la prometedora posibilidad del dinero público para equilibrar la economía y que “la prosperidad sea ampliamente compartida, en lugar de estar concentrada en un número cada vez más reducido de manos”.
Según la economía convencional, el contribuyente es el que debe financiar el gasto público porque el Estado no tiene dinero propio. La TMM, por el contrario, modifica radicalmente esta perspectiva. La distinción fundamental deriva de que el Gobierno Federal no se parece en nada a un hogar o a un negocio privado. Afirma que el Gobierno Federal “tiene el poder de emitir dólares estadounidenses. No necesita ir a buscar dólares en otra parte antes de poder gastárselo. El resto de nosotros, sí. El Tío Sam no puede quebrar nunca. El resto de nosotros, sí”.
La nueva teoría se centra en los resultados y repercusiones económicas y sociales de las propuestas políticas. Lo relevante es controlar la inflación, sostener el pleno empleo y lograr una distribución más equitativa de la renta.
Sanidad y educación
Kelton, asesora de Bernie Sanders, uno de los senadores más a la izquierda del Partido Demócrata, recuerda que siempre que se planteaba en el Congreso que se inyectase más dinero en educación y sanidad se levantaban voces que cuestionaban cómo debería sufragarse todo sin que repercutiera en el déficit federal. Sin embargo, precisa, nunca parecía ser un problema cuando se trataba de ampliar el presupuesto de defensa, de rescatar a los bancos o de aprobar grandes exenciones fiscales para los estadounidenses más ricos, aun cuando esas medidas implicasen aumentar sensiblemente el déficit.
La autora considera que las verdaderas crisis a las que nos enfrentamos no tienen nada que ver con el déficit. En referencia a Estados Unidos, las verdaderas crisis son que el 21% de los niños vivan en la pobreza; que la desigualdad se sitúe en niveles que no se habían visto desde finales de siglo XIX o que 44 millones de estadounidenses arrastren una deuda por estudios de 1,7 billones de dólares.
La obra derriba muchos de los conceptos que se han empleado históricamente para justificar políticas económicas antisociales pero que carecen de fundamento científico.