Me habría gustado ser competitivo alguna vez, aunque hubiera sido solo por un día. Hoy ya lo veo imposible. Como ciudadano de lo que llamamos España, formo parte de una comunidad a la que, según parece, no se le da bien lo de la competitividad.
En 1977, al principio de mi vida laboral, la inflación superaba el 28% anual. Aquello era una barbaridad. Aunque casi todo fuera aún franquista, aunque el futuro resultara una incógnita, aunque el terrorismo se agravara día a día y la delincuencia de todos los tamaños (de los banqueros y de los quinquis, para entendernos) llegara a niveles fascinantes, de lo que más se hablaba era de “la cesta de la compra”. O sea, de lo mucho que costaba comer.