Enric González: “El capitalismo tapa sus accidentes con toneladas de carne humana”
El periodista y escritor hace balance de cinco décadas de carrera profesional y analiza el papel de los medios de comunicación en las sociedades democráticas
Enric González es uno de los periodistas más prestigiosos de este país tras casi cinco décadas como profesional, corresponsal en medio mundo y haber tocado todos los géneros, incluido el periodismo económico, que le catapultó a El País tras participar en el primer libro sobre la quiebra de Banca Catalana, el banco de Jordi Pujol. Colaboró con Alternativas económicas desde su inicio y durante años firmó, al alimón con el ilustrador Darío Adanti, cofundador de Mongolia, la sección El Oráculo impertinente, una aproximación seria pero también divertida a la economía que se convertirá en libro si prospera una campaña en Verkami.com.
¿Cuál es tu secreto para escribir de economía de forma seria y divertida a la vez?
El truco me lo enseñó Andreu Missé [director fundador de Alternativas económicas]: primero tienes que entenderlo tú. A veces el periodista traslada lo que le dicen sin entenderlo. Con Andreu aprendí que hay que estudiar antes de explicarlo. Y una vez entendido, procura ser ameno.
Dices que te has jubilado, pero no se lo cree nadie. ¿En qué estás?
Intento no hacer nada, pero mantengo la colaboración en la Cadena SER, la columna en ElDiario.es y cosas más ocasionales. Básicamente hago vida de semijubilado, leo lo que me apetece y paseo por la playa.
¿No tienes ningún proyecto en mente?
Bueno, supuestamente, sí. Se supone que este verano tengo que perpetrar un librito, pero conociéndome, pues no garantizo nada. Me apetecía hablar de envejecer y de la muerte: estas cosas que cuando te jubilas empiezas a pensar y a hablar con los amigos para evitar dar la lata cuando llegue el momento.
¿Por qué te hiciste periodista?
Por accidente. Yo quería ser veterinario y aún quiero serlo, pero ya no tengo tiempo. Cuando me acercaba a la edad universitaria, el sector de la prensa en España cambió; empezó a hacerse profesional y surgieron muchas oportunidades. Yo tenía poco más de 16 años y no sabía nada, pero había hecho alguna colaboración y me llamó El Correo Catalán para ofrecerme un puesto de auxiliar. Al final de mes me pagaron y pensé que era la hostia: te pagaban por escribir y, además, te reías porque las redacciones eran muy divertidas. Y así, sin darme cuenta, hasta hoy.
¡El periodismo como vía para profesionalizarse! Hoy parece el camino inverso…
Así es. Aquella fue una época de alto consumo de periódicos, estaban llegando nuevas tecnologías que abarataban los costes y había voluntad de modernización y de europeizarse. En la década de 1980, los periódicos empiezan a ganar mucho dinero y mejoran las condiciones y sueldos. Ahora llevamos años en sentido contrario: desastre empresarial, precarización y dificultades para hacer periodismo, que es caro. Cada vez se exige más producción rápida, semiautomática y barata, como si fueras una gallina ponedora.
En esa época dorada de las empresas periodísticas también había sindicatos fuertes: ¿ello suponía un refuerzo extra para blindar la independencia?
Por supuesto. A veces el periodista ha tendido a olvidar que es clase trabajadora. Y lo es, al menos hasta que le hacen jefe supremo. Además, tenías el respaldo de una redacción. Ahora la gente habla poco; las redacciones son silenciosas, cada uno está concentrado en su ordenador y, a veces, con los cascos puestos. En las redacciones hablabas continuamente con gente muy sabia y tenías tiempo para hacer buenos temas. El periodismo exige tiempo.
Y empresas solventes, que no estén arruinadas y dependan del poder...
Está todo interrelacionado. Si el medio gana dinero, paga mejor, hay órganos de protección sindical y periodística, tiempo para hacer buen periodismo con independencia. Si esto se tuerce, cuando peligra el puesto de trabajo no siempre puedes permitirte el lujo de decir me voy. Es muy higiénico, pero a veces no se puede.
¿Toda esta degradación de las condiciones del periodismo debería importarle a alguien, aparte de a los periodistas?
La prensa libre e independiente, del color que sea, es uno de los requisitos de la democracia liberal.
¿Pero en la práctica realmente le importa a alguien?
Los niveles de lectura no han cambiado demasiado; ronda el 10% y es ahí donde hay interés por la prensa. Pero antes se vendían periódicos por muchas razones adicionales — como el horario de las farmacias o de los cines— y ahora ya no tienen poder de intermediación. Además, la prensa pecó de arrogancia. El hecho es que ahora la gente se apaña sin prensa y cada uno se monta su historia según sus gustos, incluso tirando de bulos. Algunos se consideran ya informados con lo que circula gratis, pero creo que la prensa es necesaria porque para tener una opinión de algo se requiere previamente que alguien haya podido dedicar tiempo a estudiarlo y exponerlo.

En tu carrera has tocado casi todos los palos. ¿De qué estás más orgulloso?
De nada. Como mucho, de algún titular que te sale bien de casualidad. Pero lo que más me ha divertido es hacer de reportero para luego escribir una crónica cuando te han dado unos días para andar por ahí, sobre todo si no conocías el sitio. En territorio conocido no ves casi nada porque ya das por hechas demasiadas cosas, pero salir por ahí a pasear, a hablar, a tomarte un café, escuchar la conversación de al lado, preguntar a alguien… Es un gustazo.
En cambio, ahora parece que lo que más se valora es la opinión. Tuviste tu columna en El País, pero siempre decías que lo importante es la información.
Cuando me encargaron opinión, pensé que se darían cuenta de que no interesa, pero resultó que cuanto menos interés tenía lo que escribía, más parecía gustar a mis jefes. Sin embargo, el sentido de un periódico es la información y si quieres apoyarlo con algo de opinión, pues bien; pero no al revés. La opinión es lo más barato y puede hacerse desde casa sin hablar con nadie; no suele aportar demasiado. Lo que aporta es la buena información que alguien no quiere que emerja, pero es mucho más cara.
¿Y cómo llegaste al periodismo económico?
Empecé con lo que es su raíz: los sucesos.
¿Los sucesos?
Efectivamente. En la Transición, con la crisis económica y los grandes cambios en la industria, hay una parte del empresariado que vacía la caja fuerte y se larga a América. Yo estaba haciendo sucesos en El Correo Catalán y el jefe de Economía, Enric Tintoré, me pidió que le ayudara a seguir la pista de toda esta gente. Ahí empezamos a escribir artículos juntos y cuando se fue a El Periódico me llevó a Economía.
Esta visión de la economía no solo como un lugar que genera prosperidad, sino también delitos, ya no te ha abandonado.
Claro que no, y creo que los hechos me respaldan. En cuanto hurgas en muchas empresas — sobre todo, las grandes—, suele aparecer material delictivo, aunque las leyes se adaptan a la voluntad delictiva de grandes sectores económicos. Y luego hay estudios psiquiátricos que permiten entender que algunos líderes empresariales pueden tener rasgos de psicópata: querencia por el riesgo, sin sentimientos, sin vergüenza, propensión a cometer delitos y tratar de ocultarlos… Obviamente, no es así en todos los casos, pero es un campo abonado para este tipo de personajes.
¿Cuando escribiste con Siscu Baiges y Jaume Reixach el libro sobre Banca Catalana, eras consciente del lío en el que te metías?
Me lo propuso Reixach, con el que escribía en El Correo Catalán, y como no suelo pensar demasiado las cosas, dije que sí. Pero a mediados de la década de 1980 el poder de Pujol en Cataluña era enorme, la gente no se hace una idea. Lo vimos enseguida, con el miedo de muchos a hablar. Y luego cuando entregamos el manuscrito, la editorial no lo saca y empiezan dilaciones surrealistas orquestradas por su abogado, Mauricio Casals, a la espera de que salga primero otro libro que encargaron a Feliciano Baratech con la versión oficial de Pujol. Cuando finalmente se publicó, era muy difícil encontrarlo.
¿Es cierto que TV3 te contrató pero que solo duraste un día?
Un amigo que estaba en el equipo fundador, Joan Salvat, me llama y me convence para que me sume. Así que me despido de El Periódico, voy y firmo el contrato por la mañana. Pero por la tarde, me vuelve a llamar, desolado, y me dice que Lluís Prenafeta [mano derecha de Pujol en sus primeros gobiernos] me ha vetado y que no tramitará el contrato.
¿Y qué hiciste?
Pues volverle a pedir trabajo esa misma noche al director de El Periódico, Antonio Franco, al que siempre quise mucho porque en lo fundamental fue honesto y sincero. Al día siguiente volví a ser contratado, aunque perdí la antigüedad.
Pero ya estabas en la lista negra.
Una fuente en la Generalitat me contó que habían prohibido hablar conmigo y que habían encargado un informe sobre mí, a ver qué podían encontrar. El vacío era notorio y era muy difícil que yo pudiera seguir en mi puesto. Entonces El País publicó una doble página sobre el libro y así es como conozco a Andreu Missé, que me propone irme con ellos y que me dice que al tener la base fuera de Cataluña tendría más posibilidades. Juan Luis Cebrián [entonces director de El País] fue muy generoso y me abrió un mundo: me pagan estudios en Esade, me envían con una beca a EE UU y luego Joaquín Estefanía me propone que me traslade a la sección de Economía de Madrid.
Luego has sido corresponsal en medio mundo, lo que siempre da otra perspectiva sobre España. ¿Cómo ves la evolución del país?
Lo que he podido comprobar es que en todas partes cuecen habas, pero objetivamente las cosas han mejorado mucho. El problema es que la crisis de 2008 la han pagado los que menos culpa tenían y todavía no se han recuperado, como en todos los países occidentales. Esto acaba generando populismos, que por definición son de extrema derecha y nos sitúa a todos en un escenario global alarmante.
¿El capitalismo está en crisis?
No lo parece, en la medida en que el capitalismo se ha convertido en todo. Antes, el capitalismo regía una parte de nuestras vidas, ahora lo abarca todo. Mira las redes sociales: somos la materia prima del capitalismo. Nada queda ya fuera de los mecanismos del mercado capitalista, que lo mide todo en función de la rentabilidad. El capitalismo es como la fisión atómica: una vez que la pones en marcha, se alimenta a sí mismo. No le veo un final.
¿La fisión atómica genera explosiones y puede haber accidentes; ¿también el capitalismo?
El capitalismo obviamente tiene crisis. Pero si hay un accidente en una central nuclear, se tapa con hormigón. Si hay un accidente en el capitalismo, se tapa con millones de toneladas de carne humana. Hay mucha gente para sacrificar: no hay problema.
¿Le queda algún margen a la izquierda para incidir en la economía?
Todo el margen. En realidad, es facilísimo.
¿Facilísimo?
La gran mayoría de problemas a que nos enfrentamos se solucionan haciendo pagar impuestos a los ricos. Y ya está.
No parece que sea fácil: entonces los ricos escapan a otro sitio.
Si esto lo haces en toda la UE, pues bueno, a ver si escapan a otro sitio, ellos sabrán. Lo que pasa es que en Europa cada vez hay más paraísos fiscales. Así no vamos a ninguna parte, pero la solución está: que pague más impuestos quien más tiene.
¿La UE puede ser la solución?
La UE no va bien, pero prescindir de ella sería una castaña asegurada. Para ser viable, debería ser capaz de crear dos vías: un núcleo dispuesto a seguir adelante la federalización y otro que vaya avanzando a su ritmo. Pero urge acabar con la idea de la unanimidad. Y luego, el núcleo federal se transforma en poder federal, como hizo EE UU, que se construyó gracias a los impuestos federales.
¿Cómo explicas la victoria de Trump?
EE UU ha elegido a un payaso que aspira a ser dictador. Quizá en el fondo la mayoría de la gente lo que quiere es destrucción. En la sociedad hay ánimo de venganza contra lo que llamamos las élites.
¿Pero no es Trump parte de estas élites?
Absolutamente. Pero es una élite que dice que quiere cargarse a la élite ilustrada, que a mucha gente le da rabia por la arrogancia. Durante décadas esa élite decía que lo sabía todo y resulta que se ha equivocado en todo: esto provoca mucha rabia. Pero ni siquiera está claro que Trump vaya a acabar el mandato: su plan económico es un disparate y puede acabar en un desastre de grandes proporciones.
¿Quién es?

Enric González (Barcelona, 1959) ha trabajado en muchísimos medios, pero sobre todo en prensa escrita y el diario El País, del que fue redactor de Economía y Política, así como corresponsal en Nueva York, París, Londres, Roma, Washington, Jerusalén y Buenos Aires. También se ha involucrado en medios independientes, como Alternativas económicas, JotDown, Mongolia y ElDiario.es, y es autor de una decena de libros, incluyendo el Diccionario irreverente de economía (Alternativas económicas, 2015).