Estarán ustedes enterados, supongo, de que Arabia Saudí tiene muchísimo dinero y muchísimo poder. Generalmente, lo uno va con lo otro. A través de un fondo soberano, el PIF (Public Investment Fund), está presente en casi todas partes. Con un capital de casi 700.000 millones de euros se puede invertir a capricho y, si hace falta, encajar con una sonrisa unas pérdidas de 10.000 millones en 2022.
No se crean que esas pérdidas indican que el negocio saudí se va a pique: aunque el PIF se pilló los dedos con Crédit Suisse y SoftBank, los números rojos de 2022 se deben sobre todo a que, tras la pandemia, abundaban las empresas en dificultades y las acciones baratas y el príncipe Mohamed bin Salman, que controla personalmente el PIF, decidió comprar y esperar futuras subidas.
Damos dinero a Arabia Saudí cada vez que vamos a la gasolinera. O cuando nos entretenemos con un videojuego (el PIF tiene participaciones en Nintendo, EA Sports y Activision). O cuando utilizamos internet o el móvil (9,9% de Telefónica). Parte de la industria española (Renfe, Indra, Adif, Navantia, etcétera) vive de los contratos saudíes. O sea, ya...